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Domingo, 9 de mayo de 2004

ENTREVISTA A LEO MASLíAH

Los libros no muerden

En su última novela, Libretos, Leo Maslíah construye una fábula que se resiste a toda lectura alegórica. Por eso, entrevistarlo se convierte en una lección sobre la imposibilidad de adueñarse del sentido. Es que para el autor lo que importa es el texto escrito y no las declaraciones de intenciones.

Por Martín De Ambrosio

Para el uruguayo Leo Maslíah (músico, dramaturgo, director de teatro y, desde luego, escritor) hablar de su propia obra literaria es algo arduo. A las obvias dificultades de la falta de perspectiva que implica referirse a lo que uno hace, Maslíah le suma cierta –y justificada– desconfianza al trabajo de prensa. Su última novela, Libretos, es tal vez menos graciosa o divertida que sus obras anteriores, pero quizás esta característica se vea compensada con algún otro alcance que pueda tener (y del que Maslíah, casi por una cuestión de principios, se rehúsa a hablar). En el mundo de Libretos cada persona, cada mañana, recibe un libreto que le indica qué tiene que hacer, qué frases tiene que decir, a qué debe aspirar. Los libretos, emitidos quién sabe por quién, ordenan la vida. Y, si bien en un momento se puede pensar que la novela buscaba remitir a la discusión filosófica “determinación vs. libre albedrío”, después más bien parece referirse a la imposición a través de la mercadotecnia de conductas y consumos masivos actuales. Pero a Maslíah no le interesa discutir la cuestión: “No puedo estar de acuerdo o no con que vos pienses o hayas pensado una cosa y después otra. Pero si me preguntás si estoy de acuerdo con que la novela busque remitir a la discusión filosófica que mencionás, o que tenga por referencia eso otro que decís, la respuesta es no. No creo que ninguna novela se pueda reducir a (ni interpretar como) una ‘referencia’ como la que decís”.
Probemos por otro lado. Los personajes de anteriores ficciones de Maslíah tenían cierta imposibilidad de dialogar razonablemente; ahora parecen responder a un orden superior –los libretos, desde luego– que, aunque sea un “orden desordenado”, tan loco como aquellos personajes, al menos es un orden. ¿El cambio es deliberado? “No sé a qué llamás dialogar ‘razonablemente’, pero para poder entenderlo habría que ver si dialogan razonablemente los personajes de las ficciones de, por ejemplo, Cervantes, Rabelais, Swift, Corín Tellado, Mary Shelley, Bioy Casares, Balzac, Marechal, Victor Hugo, Tolstoi, Dostoievsky, Kafka, Agatha Christie, y cuál es la ‘razonabilidad’ que hay en sus diálogos y que se halla ausente en los de las ficciones mías a las que aludís.” En definitiva, para Maslíah “todo está en la novela. Cualquier cosa que se pueda decir sobre el tema y que no esté en la novela no va a ser parte de ella, por lo cual, como explicación, va a ser falsa”.
Entonces, la siguiente pregunta era en cierto sentido inevitable: ¿Es que es imposible hablar de esta novela, o de cualquier novela, sin dar una explicación falsa de ella? ¿Es fatalmente falso cualquier discurso sobre la literatura? La respuesta, larga, tal vez brinde algún indicio del pensamiento que sustenta la obra del uruguayo. “No, creo que no es para nada imposible hablar, no sólo de una novela sino de cualquier cosa, sin dar explicaciones falsas. Pero vamos a suponer que yo escribo un cuento que dice solamente Fulano entró a un bar, comió y se fue sin pagar. Vos me preguntás ‘¿por qué se fue sin pagar? ¿Se olvidó? ¿O no tenía plata? ¿O fue por otra razón?’. Supongamos que yo te contesto ‘no, no se olvidó, y tenía plata, pero no quería pagar, consideraba que esa gente tenía el deber de alimentarlo gratuitamente’. Si el cuento no fuera un cuento sino una crónica de un hecho, entonces yo, como cronista, puedo llenar la laguna de la crónica con esa explicación. Acá las palabras son un nexo entre una situación y gente que quiere conocer esa situación. La situación existe más allá de las palabras que se usen para contarla, falsearla o lo que sea. Pero como mi cuento es un cuento y no una crónica, si yo te digo eso de que el tipo consideraba que esa gente tenía el deber de alimentarlo, pero no lo puse en el cuento ni lo di a entender de ninguna manera, estoy dando una explicación falsa. Puede ser una explicación de mi motivación para escribir, pero no es en absoluto una explicación del cuento, o si lo es, es una explicación falsa. Este tipo de confusión es típico de la actualidad, ya que la mayoría de los lectores leen ficciones creyendo que las palabras les están contando algo que existe más allá de cuáles hayan sido elegidas para contarlo, y la mayoría de los autores colaboran en este engaño dando discursos sobre lo que quisieron decir, que parece que vale mucho más que lo que dijeron (esto último exime a gran parte del público de leer los libros, de modo que los lectores dejan de ser tales).”

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