RESEñA
El acabóse
AUSENCIA, SE NECESITA
Gabriela Musmeci
Longseller
Buenos Aires, 2004
78 págs.
POR JORGE PINEDO
Convertirse en pasivo y dispuesto objeto sexual suele ser una de las fantasías vulgarmente atribuidas a la posición (mal) llamada masculina, toda vez que se acuerde cierta coincidencia entre la misma y alguna proporción anatómica. Una propuesta de semejante estirpe es la que lanza una consagrada escritora a un periodista algo cobarde en la inaugural nouvelle de Gabriela Musmeci (Luján, 1960), Ausencia, se necesita. Más específicamente, el lance apunta a que el hombre le sirva a la mujer de “modelo vivo” sobre el cual bosquejar sucesivas tramas de cuentos eróticos. Exito múltiple, de los protagonistas del relato, de las historias encerradas dentro del mismo al modo de muñecas rusas, de la autora que se anima a avanzar situándose en una voz de relator, claro, masculino.
Mujeres que escriben como varones, varones que actúan como hembras, machos con temores de niñas, jovencitas con afanes de vampiros, se entrecruzan de la ciudad híbrida al campo impostado en un despliegue, sensual o canallesco, que no les teme a las palabras: “—¿Me parece a mí o está más linda que ayer? —Es posible, la masturbación me sienta de maravillas –me contestó con ligereza” o “–Sos sensible, sos inteligente... me resultás muy inspirador, sin ir más lejos el orgasmo de esta mañana tenía tu nombre”.
Pese a la atmósfera light que propone el título, Ausencia... desenvuelve un relato vigoroso, ambientado en el mundillo de la escritura. La nouvelle de Musmeci toma su potencia más de la constancia dramática y la escritura que de la verosimilitud: lo mismo hubiese sido situar la acción entre verduleros de una feria franca. Una acción que no cesa, tampoco ahoga la alusión intimista, el giro reflexivo que amaga sin tocar el ríspido terreno de las explicaciones (“la mujer es, por definición, el género humano que no tiene próstata ni candidez”, o bien un varón es aquel fascinado por “la titánica competencia de mostrarse como el más eficaz a la hora de satisfacer”), al borde de la fatalidad. Con esa acrobacia de la palabra, Musmeci borda pequeñas filigranas en las que plasma glorias y miserias de la condición humana (“era una fortuna ser lo suficientemente insignificante como para que mi pequeña tragedia no alterara la secuencia solar: una mañana, una tarde, una noche y, a pesar de mí, otra mañana”), colocándolas en un tiempo y en un espacio cotidiano, donde el lector queda incluido. Juego de las diversidades que ahuyenta los universos maniqueos, tan caros al prejuicio pequeñoburgués como a una literatura complaciente, tematiza –por ejemplo– la cobardía haciendo que la dualidad supere al juicio canónico: “Si yo le dijera a tu padre que es un cornudo vos podrías contarle que te extorsioné; si se llega a enterar de que nos encontramos a medianoche en un galpón me agujerea la cabeza... voy a cumplir, princesa, no por caballero, voy a cumplir por cagón”.
Una vez superadas las dos primeras páginas en las que Ausencia... se embraga, Musmeci toma envión, sin detenerse. Llega, acaba, hasta con las últimas consecuencias.