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Domingo, 20 de junio de 2004

RESEñA

El humorista sobre el tejado

La circuncisión de
Berta y otras crónicas
de Tsúremberg
Rudy

Astralib
Buenos Aires, 2004
192 págs.

POR JONATHAN ROVNER

Quizás entre las consecuencias más sanas de la filosofía como disciplina estén el aumento de la tolerancia y la concordia entre los hombres. El filósofo tiende a ser alguien más comprensivo que los demás, aunque no siempre se note. Quizá la otra forma no religiosa de llegar a eso mismo, pero sin tanto esfuerzo, sea el humor. Reírse de algo puede ser la manera más directa de, si no entender, por lo menos, poder soportarlo. Ésa es, al menos, la sensación que queda después de leer La circuncisión de Berta y otras crónicas de Tsúremberg.
Se trata del anecdotario apócrifo de una pequeña shetl judía. Allí, el humorista Rudy retrata y caricaturiza tanto la visión del mundo como las costumbres más tradicionales de su pueblo o, mejor dicho, del pueblo en el que pudieron haber vivido sus abuelos. Indefinidamente situado a finales de siglo XIX, en algún lugar de Europa que podría ser Polonia, Rumania y/o Rusia, Tsúremberg es una aldea rural en la cual las características de los campesinos judíos se han proyectado hasta el absurdo. Como dice el autor en palabras preliminares: “No hay aquí una trama central ni un personaje principal cuya historia se cuente. En todo caso, es una serie de crónicas donde el protagonista es el pueblo entero y todos sus habitantes, que van entrando y saliendo de los relatos”.
En Tsúremberg pasan cosas que en ningún otro lugar del universo podrían ocurrir. Por ejemplo, la fuente de su organización social, su única actividad económica, es el cultivo de papas. Como dice Eliahu Toker en el prólogo: “Hay que decirlo, fueron los geniales inventores del té de papa, del papel de papa, de la ropa y los zapatos de papa, de los techos y las paredes de papa, y hasta de los razonamientos de papa. Que es un tema aparte”. El cultivo de papas es llevado a cabo por las mujeres de Tsúremberg, al igual que todas las demás situaciones de la vida concreta, mientras que los hombres divagan dedicados exclusivamente al estudio de la Torá y a la permanente discusión de sus interpretaciones. Del marxismo a la ortodoxia talmúdica, de la moral más rigurosa al humor negro, Rudy propone una nueva mirada sobre la tipología judía. Entre la inclemente pobreza de las estepas y la constante amenaza de los pogroms, para los campesinos de Tsúremberg los problemas de la vida cotidiana no son tales sino que se transforman en fuente de nuevos episodios cómicos.
El origen remoto de estos relatos está en la infancia de su autor. “Cuando yo era chico, mi bobe me contaba cuentos. Y como mi bobe era judía y yo también, los cuentos no eran para que durmiera (Fehhh...! Si uno cuenta un cuento, el chico quiere escuchar el cuento y entonces no se duerme) sino para que comiera, actividad fundamental declarada de interés especial por toda mame o bobe judía que se preciara de tal..., me contaba cuentos judíos y siempre eran cómicos, para que la comida no me cayera mal por escuchar algo triste.”
La mirada del humorista, con un gesto que es muy propio de la autoconciencia judía, le rinde homenaje a aquello mismo que critica, exacerba y ridiculiza pero, finalmente, glorifica. Una curiosa y graciosa mezcla de comprensión y crueldad que se entrevé en la vida de estos personajes, como si para crearlos hubieran sido necesarias iguales dosis de amor e ironía. De hecho, algo muy parecido a lo que hizo Dios con los hombres, si se entienden las cosas como las entienden los aldeanos de Tsúremberg.

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