¿Cómo llegó Stalin?
Stalin, la estrategia del terror
Walter Laqueur
Vergara Grupo Zeta
426 pág.
Por Esteban Magnani
¿Recuerdan la ochentosa palabra glásnost que acompañaba a la perestroika y que invadió la rutina alfonsinista junto a la música de Duran Duran? Con un poco de esfuerzo recordarán que la usaba Gorbachov para describir la apertura que se implementaba en la Unión Soviética poco antes del derrumbe definitivo. Durante esos años se revelaron viejos secretos como el rol de Josef Dzhugashvili –mejor conocido como Stalin–, una de las heridas que no cicatriza nunca de la historia soviética y mundial (¿como Perón en la Argentina?). El germanoestadounidense Walter Laqueur, autor de decenas de investigaciones históricas, tomó ese material para analizar un personaje al que, parecería, sólo un capricho del destino puede haber dado un lugar tan importante. El libro, de 1990, se reedita ahora en castellano.
La obra intenta llenar un gran vacío de la historiografía: ¿cómo llegó Stalin a gobernar uno de los países más poderosos del planeta? Para Laqueur no entra en ninguna de las categorías weberianas de liderazgo: no era carismático, no había llegado por méritos basados en la racionalidad o en la legalidad y, mucho menos, por una legitimidad tradicional. “Su influencia se basaba en la paciente labor de trastienda, lejos de las multitudes de la calle y las grandes asambleas”, esboza el autor. Seguramente lo ayudaba el hábito de exterminar competidores (como Bujarin o Trotski) y, cuando éstos se terminaron, de potenciales o muy potenciales conspiradores. Durante sus 25 años en la cúspide del poder desarrolló una propaganda en torno de su figura sólo comparable con la de Mao, Hitler o Mussolini: se compusieron obras de teatro en su honor, canciones, y se le escribieron libros (que él firmaba) para darle un lugar junto a las obras de Lenin o Marx. La tarea no fue en vano: aún hoy resulta una figura controvertida para los historiadores.
Las respuestas al enigma que aparecen en el libro son algo fragmentarias: Laqueur rastrea datos de su vida personal y luego analiza hasta qué punto las purgas y hambrunas fueron el capricho de un psicótico o un “efecto colateral” de una URSS débil que necesitaba desarrollarse a cualquier precio; luego lo compara con Hitler o Mussolini, con quienes pierde en cuanto a capacidad, aunque no en crueldad. Pero queda la sensación de que falta la argamasa que una todas esas partes.
El análisis de Laqueur está claramente anclado en la lógica de una Guerra Fría ganada y en la que criticar a la URSS llevaba inevitablemente a adorar el capitalismo norteamericano; así se centra más en los personajes que en los procesos: insiste una y otra vez en que el comunismo mató toda iniciativa personal (privada) en un pueblo que se acostumbró a un rol de partenaire en la historia soviética. Puede tener que ver con esto que el autor vivió en carne propia los caprichos de la historia: con apenas 17 años, en 1936 debió huir de la persecución a los judíos en la Alemania nazi rumbo a la Palestina británica. Allí vivió durante años en un kibbutz hasta que comenzó un peregrinaje por distintos países que sólo detuvo en EE.UU. donde aún trabaja en el Centro para Estudios Estratégicos e Internacionales. Allí realiza investigaciones sobre todo en seguridad internacional y es un experto en terrorismo, tema sobre el que escribió varios libros. En uno de sus trabajos más recientes explicaba que la izquierda se equivoca al buscar las raíces del terrorismo en la pobreza o la desocupación. El prefiere explicaciones más psicologistas del terrorismo y sostiene que debe atacarse a los líderes extremistas conquienes no tiene sentido negociar porque de cualquier modo siempre resultarán insaciables.
Así, Laqueur busca la palanca de la historia en la psicología de personajes como Hitler, Stalin o, más recientemente, Bin Laden. De cualquier manera es evidente que maneja mucha información aunque a veces esto le juega en contra, sobre todo cuando se esfuerza demasiado en aclarar polémicas que pueden ser desconocidas para el lector medio. Stalin, la estrategia del terror es más una colección de ensayos interesantes que una obra que da cuenta de un fenómeno de modo global. Por otro lado está rociado de datos duros (como el apéndice sobre los procesos de Moscú) que probablemente los transformen en una fuente de consultas, al menos hasta que alguna otra obra logre terminar de cerrar esta herida de la historia.