Sutilmente impresionista
Hidrografía doméstica
Gonzalo Castro.
Buenos Aires: Entropía,
2004
190 páginas
Por Sergio Di Nucci
Una palabra griega y otra latina forman el título de la primera novela de Gonzalo Castro. Al sustantivo lo restringe un adjetivo esdrújulo, como en “anatomía patológica”. No menos griego es el precedente tenaz al que alude el libro, la pastoral Dafnis y Chloé, una de las postreras novelas de la Antigüedad clásica. En Hidrografía doméstica, la protagonista y narradora se llama Chloé y su amiga, Daphnis, para quien reserva el vocativo Daph. Jorge Luis Borges escribió que el homo domesticus es el antihéroe obligado de los relatos de Kafka, ese hombre cotidiano que se ve interrumpido en sus labores y sus ciclos por una catástrofe de la que no se repondrá jamás y lo hará entrar en la pesadilla de la historia. De otra domesticidad trata la novela de Castro: una cuya sola existencia es su propia teoría de las catástrofes.
Chloé tiene once años, vive al fondo de la casa de sus padres progres en una especie de casita de muñecas de tamaño natural que administra a su despótico gusto. En este lugar ameno de la pastoral, en este prado civil y deleitoso, no podían faltar las aguas, las de un juego de bañeras que Chloé regula y las menos regulables del mar vecino. Es en la playa que Chloé nos hace ver a Daph en bikini, y después, impúdica y desnuda; sobre la cama, presenciará sus besos y abrazos. No mucho más: el corrupto lector ha de representarse todos los restos, ha de preguntarse si existen.
La vida de Chloé queda puntuada por las partes del día, por los avatares del sueño y de la vigilia, por la sola progresión de la aritmética. Algún capítulo lleva por título un verbo conjugado, como “Despierta”; otros dividen el día en “Mañana” y “Tarde”; los restantes son bautizados por un número cardinal, “Uno”, “Dos”, “Veintitrés”. La cotidianidad que vive Chloé es divertida. Encontramos las burlas a la familia tipo y a las neofamilias, a la escuela argentina con sus casitas de Tucumán y sus abrazos de Guayaquil, a los pueblos chicos e infiernos grandes, al mundo del trabajo y del business. Hidrografía doméstica es una novela de la precocidad respondona, como fue la Violeta de la colección Robin Hood, pero si Chloé es precoz lo es por gusto del espectáculo gratuito, de escenificación de la histeria. No parece difícil prolongar las líneas e imaginar para Chloé un futuro como el del protagonista de El tambor de hojalata. Pero esta operación sería ilegítima: Hidrografía doméstica es una novela sin intriga.
Al autor le gustan los adverbios de modo. En la primera página de la novela, la protagonista proclama: “Mis padres tienen una cama grande en la que supongo que malamente se aburren”; en la última señala “Vimos televisión fuertemente”. Fuerza de la televisión, debilidad del sexo definen a su modo esta obra de Castro. En los noventa se hizo conocida una serie de cuentos que la novelista de doméstico apellido A. M. Homes, publicó bajo el título La seguridad de los objetos. Como en Hidrografía doméstica, estaban cruzados el sexo de la autora y el de los protagonistas infantes. Acaso porque el sexo de éstos es el fuerte, en el libro de la norteamericana era explícito, visible como sólo puede serlo, por anatomía general, el de dos varones. Hidrografía doméstica es, en cambio, como define con su adverbio la contratapa, una novela “sutilmente impresionista”.