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Domingo, 17 de octubre de 2004

UNA MIRADA OBLICUA A LA BUENOS AIRES DEL CENTENARIO

Luna roja

Lunas eléctricas para las noches sin luna
Belén Gache.
Editorial Sudamericana
156 páginas

Por Sergio S. Olguín

Durante el centenario de la independencia, Buenos Aires se ve envuelta en un clima tenso donde las fiestas patrióticas no alcanzan para tapar el descontento social de anarquistas, grupos nacionalistas e inmigrantes. En ese ambiente exacerbado transcurre Lunas eléctricas para las noches sin luna, la tercera novela de Belén Gache. La protagonista es Angela, una adolescente que, acorde a los tiempos, es tratada y se comporta como una niña. Tiene un amigo inmigrante, un gato y una familia insoportable conformada por madre, tíos y primos odiosos. El único que parece entenderla es un pintor vanguardista inquilino de su madre. Angela vive la singularidad de su pelo rojo y sus sensaciones a contrapelo del entorno familiar, le gusta escribir, pasearse por la ciudad y observar con mirada crítica, pero también inocente y distraída, la ciudad en la que está creciendo. Cualquiera diría que vive en la luna y, en parte, es así.
No es una novela histórica, tampoco una novela de iniciación. Lunas eléctricas es un retrato casi minimalista de un ser incómodo en la realidad que le ha tocado vivir. En ese punto, Angela no está tan lejos de las protagonistas de Luna india y de Divina anarquía, las novelas anteriores de Gache, donde las chicas de esas historias tampoco encontraban fácilmente su lugar en el mundo.
Es notable cómo la autora cambió el registro cool de Luna india, o el más irreal y poético de Divina anarquía, por esta reconstrucción de época tan minuciosa. Una reconstrucción que no se detiene en los paisajes exteriores, en los hechos sociales o en las vestimentas, sino que profundiza en eso que alguna vez los historiadores franceses llamaron la “historia de las mentalidades”. Angela no se comporta como una chica de hoy transplantada a un siglo atrás, y la violencia social tampoco busca ser un espejo de la actualidad, sino que se conforma con acentuar los rasgos de esa época. Si el anacronismo fuera un género literario, se podría decir que es una novela anacrónica.
Lunas eléctricas... comparte algo más con las otras dos novelas de Gache: una búsqueda intencional de describir personajes en movimiento pero sin prestarle demasiada atención a la acción. El procedimiento en las tres novelas es similar: una chica se mueve por la ciudad de Buenos Aires y en ese movimiento, en esa mirada que acompaña su deambular, encuentra la verdadera identidad. En Lunas eléctricas... hay una leve historia que oscila entre lo político y lo policial, pero nunca llega a ocupar el centro de la escena, donde siempre está presente Angela, moviéndose y mirando.
Resulta difícil ubicar a Belén Gache dentro del panorama de los escritores de su generación (nacidos mayoritariamente en los ’60) o en alguna línea de la tan mentada literatura femenina. Su trayectoria en las artes plásticas como curadora de muestras prestigiosas y su actitud siempre alejada de las capillas literarias la ubica en un lugar de rara avis entre los narradores locales. Cada una de sus novelas resultó siempre sorprendente y desconcertante. En Lunas eléctricas... consigue despertar esa misma atracción por lo imprevisible, por no atarse a modas y por no caer en lugares comunes.

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