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Domingo, 28 de noviembre de 2004

CALVEYRA Y ENTRAñABLES RELATOS CON IMáGENES DE LA INFANCIA.

La infancia iluminada

El origen de la luz
Arnaldo Calveyra
Sudamericana
143 páginas

Por Sergio Kisielewsky
Arnaldo Calveyra es licenciado en Letras y viajó a París en 1961 para escribir su tesis sobre los trovadores provenzales. Allí se quedó. Desde entonces reside en la patria de Eluard y Artaud donde se dedica por completo a la literatura, la docencia y la traducción.
Publicó la mayor parte de sus libros en francés. En castellano se conocen sus obras El hombre de Luxemburgo, La cama de Aurelia, Si la Argentina fuera una novela y El libro de las mariposas. Y también un buen número de libros de poesía que dejaron marca en la producción local. Es justamente desde una matriz poética que puede leerse El origen de la luz, sumada a un tono epistolar que el narrador elige para convocar su imaginario.
El paisaje rural, la música y los sentidos comienzan a circular por el libro, en principio con pereza y luego con envión paradigmático. Su visión de la naturaleza y la humanización de los objetos están al servicio de una memoria afectiva que circula en toda la obra.
Cuanto más detalla el escritor, más contundente resulta la trama.
Son convocados los colores de la llanura, en especial los diferentes tonos de verde. Tanto el almacén de ramos generales como el silencio en la hora de la pampa (como nombró Esteban Echeverría a nuestras planicies) configuran en los relatos de El origen de la luz un mundo cerrado, por momentos hermético. “La hora de la siesta. Érase un horizonte y ningún árbol. Nadie. Érase nadie. Érase ningún árbol, érase nada. De ninguna parte, por ninguna parte, el caballo.”
En El origen de la luz es la visión de un chico –y sus primeras sensaciones– lo que da vida a un mundo de imágenes, un sitio donde crece el asombro por lo cotidiano.
De esta manera se tornan gigantes para la memoria del narrador tanto el saludo de los vecinos como el aroma de las acacias. Los personajes del pueblo alcanzan un clima épico en “Doña Norberta y las manzanas del gobernador Mansilla”. Aquí, el autor da un giro en su propio trama.
Doña Norberta vive en una plaza. Protesta contra toda injusticia y admira a Perón. Lo hace desde su condición de “exiliada” en un pueblo de provincias. Su voz en el texto es un largo monólogo con el ritmo de una carrera de competición. Doña Norberta carga contra todo lo que se le opone. Lo dice sin estrategia alguna y sin necesidad de quedar bien con nadie.
Todo el libro puede leerse, al decir del italiano Gianni Rodari, como “un disparador de imágenes”, como una maquinaria de escritura que descubre los orígenes de los primeros paisajes interiores.
Calveyra elige los márgenes para narrar: la escena familiar, la presencia de la madre dan lugar a que se creen juegos donde los personajes están ahí, palpables, presentes, con sus gestos y sus canciones atravesando la casa y en particular los patios. Por el texto desfilan el mendigo, el hombre que no puede frenar su propio coche o aquel que huye de la sombra de un tigre. En las huellas de García Márquez se inscribe la escena donde se escucha el ruido de las teclas de una máquina de escribir que nadie usa.
Como si el narrador le susurrara las palabras al papel construyendo un cuerpo de palabras único, intransferible, El origen de la luz resulta una suerte de carta al pasado convocando rostros y seres: un homenaje a un mundo desaparecido.

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