Domingo, 20 de febrero de 2005 | Hoy
Crónicas masculinas
Mex Urtizberea
Editorial Sudamericana
150 páginas
A la fila de humoristas escritores que logró alistar Sudamericana (Enrique Pinti, Eduardo de la Puente, Lalo Mir y Gabriela Acher), se acaba de sumar el simpático Mex Urtizberea. En Crónicas masculinas, el creador del mítico Magazine for fai, el cronista zarpado de Medios locos, y brillante partenaire en De la cabeza y Cha cha cha, se despacha con un ensayo en tres partes y muchos mini-capítulos donde ventila, en estricta primera persona, estrategias de levante, conflictos conyugales y los dimes y diretes de una separación. Parece no faltar nada: los distintos tipos de mujer (la alta, la actriz, la profesora de computación, la ascensorista, la cosmetóloga) y de pareja (gana la de “Románticos”) y hasta un casi conmovedor y matemático “Tratado sobre la despedida”. ¿El resultado? Difícil de clasificar. Por momentos simpático, por otros un poco tontolón. No es tanto que el libro esté mal: hasta inspira sonrisas y alguna que otra carcajada. Pero Crónicas masculinas pertenece a ese género de libros difícil de juzgar por su valor literario y en los que termina imponiéndose el modo en que coinciden (o no) palabra y personaje, el modo en que cada línea queda mejor o peor enlazada a unos de esos mohínes o miradas de ojos caídos que se recuerdan en las fotos del autor que ilustran la tapa. Pero el problema es que si el principal encanto de Mex es pertenecer a esa especie masculina que siempre resulta un poco inabordable, un poco lejana, dueña de esa dulzona displicencia que remata cualquier balbuceo con un simple ondular de cejas; bueno, todo eso tan Mex tiende a desaparecer cuando, sacado de su salsa y algo desarmado, se interna en el mar literario.
Cecilia Sosa
Al piano
Jean Echenoz
Anagrama
180 páginas
Por lo menos desconcertante resulta la decisión que tomó Jean Echenoz al terminar el primer tercio de esta novela. Luego de 70 páginas más que prometedoras, y en un notable vuelco en el relato –tan grande como el que dio Paul Auster en La música del azar, por ejemplo–, pasa de una historia convencional acerca de un pianista clásico, y con aires de estrella de rock and roll, a una indescifrable historia fantástica. Al final del primer tercio del libro, el autor decide matar a su personaje, que iba tomando tan interesante perfil. Y lo que hace entonces es despertarlo en algo así como un limbo en el que debe esperar una semana para que las autoridades del lugar (no se menciona la palabra Dios ni ningún otro sucedáneo) decidan si se va al infierno o al paraíso. A partir de ahí, Echenoz –que ganó el premio Gutenberg a la mayor esperanza de las letras francesas en 1988, a los cuarenta años– se ve obligado a seguirle la corriente a su decisión. Así tiene que modificar el carácter de su pianista en ese purgatorio y hacerlo deambular desorientado en esa especie de hospital tecnificado camino al cielo (literalmente: París, dice el narrador, se ve desde un ángulo nunca visto). En medio de una gran decepción, el lector asiste a las incoherentes operaciones estéticas a las que es sometido el pianista, diálogos con el regente del lugar, y hasta a un encuentro sexual con Doris Day. Finalmente, en el último tercio del libro, Echenoz da a conocer el veredicto y castiga a su protagonista del modo más insospechado (si algo tiene la trama es giros bruscos e inesperados). Lástima que tantos cambios de curso sólo sirvan para dejar a la novela en apenas algo más que una –frígida– hipótesis sobre castigos e infiernos.
Martín De Ambrosio
Historias del arte - Diccionario de certezas e intuiciones
Adriana Aizenberg
Ed. Adriana Hidalgo
544 páginas
La experiencia empezó como “Pequeño Daisy ilustrado”, sección fija de la revista ramona. Ahora, la editorial Adriana Hidalgo decidió publicarlo, en una decisión acertada y caprichosa. Caprichosa porque sus omisiones y sus elecciones son alegremente arbitrarias: si buscamos el significado de la palabra “antropología”, no vamos a encontrar nada. Lo más cercano es “antropofagia”. Después viene “apropiación”, y no está mal: después de todo, Historias del arte - Diccionario de certezas e intuiciones es una suerte de enciclopedia pop en la que, a partir de acepciones no convencionales recopiladas a partir de la pluralidad de voces, se busca proponer un pensamiento colectivo. Más artista que enciclopedista, Aizenberg se toma todas las libertades que quiere, lo que le permite que le parezcan tan válidas las letras de Gilda como Gilles Deleuze y Paul Virilio, así como los mails que recibe en su sección de la revista y puede citar a Clarice Lispector, a Derrida y al antropólogo Marvin Harris, pero también a Chino Soria, a Esteban Castell o a Marina de Caro. Las diferentes voces, anónimas o célebres, le dan calidez y riqueza en contrastes a un libro que, a medida que van pasando las letras, va pasando del formato enciclopédico al ensayo, de los fragmentos de historias a las recomendaciones, de las teorías a las anécdotas. En cierta oportunidad, Brian Eno comparó sus discos con una buena cazuela de mariscos: todo está en algún lugar, aunque a primera vista no se vea. Lo mismo pasa con este libro: ahí hay de todo, y cada lectura es una aproximación diferente.
Santiago Rial Ungaro
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