MERCEDES BENZ Y EL DINERO NAZI EN ARGENTINA.
El otro lavado
La conexión alemana
El lavado de dinero nazi
en Argentina
Gaby Weber
Edhasa
186 páginas
Por Sergio Kiernan
Desde su mismo título, este nuevo libro de la alemana Gaby Weber necesita una aclaración. No es un libro sobre el lavado de fondos nazis en el país, sino sobre la fundación de la Mercedes Benz Argentina con fondos nazis evacuados del Reich agonizante y traídos a estas costas por una vasta maraña de curros y personeros capitaneados por Jorge Antonio. Weber hizo una muy prolija investigación sobre una empresa a la que ya le había dedicado un libro en el que denuncia cómo hizo desaparecer a comisiones obreras enteras entregando listas a los militares durante la dictadura.
Las investigaciones de Weber cierran: la Daimler Benz se encontró con una causa judicial en Alemania a raíz del libro.
En este caso, la historia es anterior. Primero vienen las maniobras para sacar dinero de Alemania a partir de 1943, cuando los empresarios ven venir el fantasma de la derrota. Luego, terminado el combate, la creación de una empresa en Argentina cuyos capitales aparecen mágicamente, sin justificación contable. Antonio, vendedor de autos, es el mago que hace que todo suceda, respaldado muy pero muy de cerca por cierto general llamado Juan Perón. El curro fue eficiente y le costó al público argentino un dineral. Durante la guerra, la Daimler Benz deduce que no podrá salvar todas sus fábricas ni todas sus máquinas, por lo que se concentra en salvar capitales, sacándolos por distintas vías a varios países, encabezados por la fronteriza Suiza. La conexión argentina sirve no sólo para hacer buenos negocios, que los hicieron, sino para blanquear ese dinero que no tiene justificación legal: la Alemania ocupada no puede tomar créditos y cada dólar debe explicarse con boletas y facturas.
Pero en Argentina nadie es tan prolijo y hasta el Presidente está en el negocio. La Daimler Benz sobrefactura groseramente sus exportaciones y sus gastos en el lejano Plata, como si la gilada aquí pagara cualquier cosa por un auto o un camión. La gilada paga, aunque no tanto, y la diferencia aparece blanqueada como dólares argentinos. Antonio remarca en un 300 por ciento los autos importados, iniciando una tradición argentina de arrancarle la cabeza al prójimo, y Perón tiene derecho a quedarse con la mitad de los coches que llegan, para revenderlos o regalarlos.
La Mercedes Argentina se transforma en un verdadero imperio de sociedades anónimas dedicadas a disimular dineros y justificar exportaciones a Alemania. La Libertadora corta el negocio pero no hace mucho más: años de investigaciones quedan en la nada y la obsesión de los golpistas es culpar a Antonio y a su Tirano Depuesto. Los alemanes se recuperan bastante fácilmente y a nadie se le ocurre investigar quiénes son todos esos inmigrantes que llegaron para trabajar con ellos, como el tal Adolf Eichmann, contratado personalmente por Antonio.
Viendo el calibre de la historia y el detalle documental con que la cuenta, es una pena que Weber no haya chequeado algunas macanas en las que incurre al darle contexto a la investigación. Por ejemplo, afirmar que un Unimog es un blindado, cuando cualquiera sabe que es un simpático camioncito. O hablar de Checoslovaquia como un país que no existía antes de la guerra y fue inventado a partir de las Sudetes, cuando en realidad fue al revés. O ignorar los activos negocios alemanes con la URSS antes de los nazis, decir que los criminales de guerra empezaron a llegar al país sólo a partir de 1950 y poner mal la coma en algunas cuentas millonarias. De hecho, hasta aparece mal la fecha en que terminó la Segunda Guerra Mundial. Pero estas chambonadas no disminuyen la siniestra y cínica historia que cuenta Weber con solidez rotunda, mostrando un modelo que seguramente se repitió con otras empresas alemanas en Argentina.