Domingo, 8 de mayo de 2005 | Hoy
Por Martín De Ambrosio
Marisa Gallego
Campo de Ideas
128 páginas
La vida de Eric Hobsbawm se confunde con la del siglo XX. Nacido en Alejandría en el revolucionario año de 1917 –de padre británico y madre austríaca–, estuvo en Berlín en 1933, cuando Hitler se transformó en Canciller y después se escapó; en los ‘60 estuvo en Cuba, donde en una ocasión ofició de traductor del Che; en 1967 estuvo en Bolivia, en el juicio contra Regis Debray; en París en Mayo del ‘68 (allí criticó la estudiantina); también en la Rusia del perestroiko Gorbachov, y un largo etcétera. Lo cierto es que además de espectador del siglo, Hobsbawm es un historiador claramente ubicado dentro de la corriente historiográfica marxista británica que combatía la historiografía tradicional –mera sucesión de reyes, batallas, gobiernos y tratados– proponiendo periodizaciones más largas que las usuales y que pudieran hacer hincapié en clases y movimientos sociales. La investigadora Marisa Gallego propone una certera mezcla de cuestiones históricas y biográficas que en Hobsbawm se mezclan de extraño modo.
Santiago Rial Ungaro
Campo de Ideas
128 páginas
El filósofo francés Paul Virilio –nacido en 1932– es algo así como la continuación de Marshall McLuhan por otros medios. Pensadores cristianos dados al uso de frases efectistas (para uno “el medio es el mensaje” y para el otro “la velocidad es el mensaje”) dedicaron sus vidas y sus carreras a pensar cómo las tecnologías van modificando (y, sobre todo, irán modificando) lo que se supone que es el ser humano; muchas veces las pruebas están tan a la vista que eso mismo impide la abstracción y teorización. Y Virilio –como en su momento el canadiense– da ese paso, aunque muchas veces se excede en la utilización libre de conceptos científicos, sobre todo a propósito de la teoría de la relatividad de Einstein. Santiago Rial Ungaro (colaborador de Radar) se propone entonces introducirnos en el veloz mundo de Virilio. Y allí cabe también una definición sobre el estilo viriliano, en el que conviven anécdotas, “enrevesadas explicaciones científicas” y reflexiones metafísicas y aforismos. Tal vez la clave para entender la cuestión está en uno de los modos que el autor elige definirlo: “Virilio es un artista”.
Ariel Dilon
Campo de Ideas
128 páginas
Antes de su éxito como novelista (Ada o el ardor y la archifamosa Lolita), Vladimir Nabokov era apenas un exiliado ruso que se había tenido que ir de su país debido a los rigores de la Revolución bolchevique. En los Estados Unidos, para sobrevivir, debió dedicarse entre 1941 y 1957 a dar cursos sobre literatura. Eso sí, antes de empezar había escrito, por las dudas, unas dos mil páginas sobre el tema (no sea cuestión de tener que improvisar). También dio un curso sobre “Maestros de la narrativa europea”, en el que hablaba de Flaubert, Dickens, Tolstoi, Stevenson, Kafka, Proust, Joyce y otros. Si bien sus lecciones eran monólogos (“apenas si llegué a desarrollar un sutil movimiento ocular de subibaja”, sostuvo), se permitía algo más que el frío análisis de sus preferencias literarias, con apostillas sobre el origen de la literatura, la torre de marfil de los escritores, el sentido común, etc. Todo eso es lo que registra el periodista Ariel Dilon en este libro introductorio sobre el gran escritor de San Petersburgo.
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