Domingo, 29 de mayo de 2005 | Hoy
UNA CáLIDA INVESTIGACIóN SOBRE LOS AñOS MENDOCINOS DE CORTáZAR.
Cortázar, profesor universitario
Jaime Correas
Aguilar
205 páginas
Entre julio de 1944 y diciembre de 1945, Julio Cortázar vivió en la ciudad de Mendoza y fue profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Cuyo. En enero de 1948 y marzo de 1973 regresó fugazmente a la provincia para visitar a los viejos amigos. Esos períodos, dice Jaime Correas, son todavía poco y mal conocidos, pese a las biografías y la reiterada curiosidad por los años de formación del escritor. Además de reconstruirlos en un relato, el libro se propone examinar la contraposición entre las figuras que asoman en el principio y en el final de la historia, la del profesor desconocido y el escritor consagrado, la del joven académico reticente a la exposición pública y el intelectual convencido de que puede ejercer alguna influencia en la conciencia colectiva.
Con “el espíritu del coleccionista y no por el afán del estudioso”, Correas reúne testimonios de ex alumnos y docentes, cartas, fotografías y dibujos inéditos, y exhuma olvidados legajos universitarios. Como apéndice, incluye los programas de las asignaturas dictadas por Cortázar (Literatura Francesa I y II y Literatura de la Europa Septentrional) y una serie de cartas. Se propone, dice, rastrear las posibles huellas del período en cuestión, que a veces son más bien impresiones sutiles, casi imperceptibles en las obras de ficción, o guiños reservados para un círculo restringido de amigos.
A mediados de los ‘40, Mendoza tenía una universidad chica, arancelada, ajena al espíritu de la Reforma de 1918. Pero Cortázar venía de dar clases en pequeñas ciudades de la provincia de Buenos Aires, donde se sentía rechazado, y además encontraba al fin la posibilidad de enseñar algo que le gustaba. A la vez hizo un grupo de amigos entre los que se destacó el grabador Sergio Sergi, un interlocutor calificado para hablar sobre arte y literatura (Correas dice que el cuento “Casa tomada” pudo ser inspirado por una de sus obras). Eso explica un visible entusiasmo inicial y una participación activa en la vida y la política académicas, a través de actos y conferencias. “Gozaba de mucha simpatía femenina y del estudiantado”, recuerda un testigo, y participó en una toma de la facultad que terminó con estudiantes y profesores detenidos durante dos días en una comisaría, y fue electo para integrar el consejo directivo de la facultad. Pero esta misma actividad lo llevó a quedar en el medio de un mezquino enfrentamiento entre sectores conservadores y nacionalistas, por lo que decidió presentar su renuncia y regresar a Buenos Aires. Sin embargo, el vínculo con Mendoza siguió a través del contacto epistolar con Sergi y a partir de 1970 con la joven crítica Lida Aronne, autora de Rayuela: la novela mandala, libro que entusiasmó a Cortázar, aunque el título se prestaba para la broma (“Mi chiste –le dice– fue: la novela mandala al diablo”).
La investigación de Jaime Correas ofrece una sucesión de datos sorprendentes (las crónicas de Antonio Di Benedetto y Osvaldo Soriano sobre el viaje de 1973), pequeñas intrigas (“Tuvo en Mendoza novias que no nombraremos”, dice un testigo) y comentarios sabrosos del propio Cortázar (“un tal Murena se precipitó a demoler Rayuela hacia el año ‘62”). La suma de esos elementos abre una ventana para observar la producción temprana de Cortázar y también permite relativizar oposiciones esquemáticas. Con o sin barba, Cortázar privilegió el juego de la literatura.
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