Domingo, 29 de mayo de 2005 | Hoy
UNA OPORTUNA REEDICIóN DE LAS CARTAS QUILLOTANAS DE ALBERDI Y LAS CIENTO Y UNA DE SARMIENTO PERMITE REVIVIR LA QUE QUIZáS SEA LA MEJOR Y MáS CéLEBRE POLéMICA DE LA HISTORIA ARGENTINA.
La gran polémica nacional
Cartas quillotanas / Las ciento y una
Alberdi y Sarmiento. Prólogo de Lucila Pagliai.
Leviatán, 323 páginas
No hay en los textos de Alberdi y Sarmiento aquí reeditados, referencias a marcos teóricos de ciencia política o economía contemporánea, ni tampoco cuando dicen prensa, periodismo, opinión pública lo hacen desde las ciencias de la comunicación. Sí, en cambio, surge hasta por los poros una creencia en el valor performativo de la palabra, en el sentido de que el decir y el hacer no son dos cosas distintas sino que están imbricadas, una mueve a la otra. Cada palabra está apoyada en un clasicismo estricto, y la política, la publicidad, el derecho, la polémica aparecen en estado puro, lo que también equivale a clásico. Si no fuera porque la materia de ambos escritores políticos es la actualidad de un país, el siglo XIX posterior a Caseros (la Argentina sin Rosas), nada le envidiarían a un Cicerón. Ambas prosas rezuman un alto nivel argumentativo, un horizonte de expectativas anudado elegantemente a la idea de un progreso irredento, competencias culturales desbordantes, a cual mejor, pero sobre todo un pathos dramático, un conocer hasta la médula con qué bueyes aran.
Las Cartas quillotanas de Alberdi y la respuesta a éstas, Las ciento y una de Sarmiento, con el agregado de la réplica alberdiana de Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la Argentina, constituyen una de las polémicas centrales de la historia argentina, producida en el momento preciso y no en otro. Es la hora de poner la carne al asador, y los dos intelectuales proyectan sobre Urquiza –el vencedor, el verdugo del tirano– la forma correcta en que, ahora, las cosas deben hacerse. Tanto empeño en combatir al malo, infame Rosas, que llegado el momento no es admisible el error, la vacilación. Los dos están nuevamente en Chile pero por razones distintas. Sarmiento se había incorporado al Ejército Grande que combatió a Rosas al mando de Urquiza, pero no como el conductor que hubiese querido sino como el “boletinero”, lugar subalterno al que lo asigna Urquiza para “aprovechar” sus dotes de periodista. Tras la derrota del hombre fuerte de Buenos Aires, Sarmiento continúa sin encontrar el lugar que, estima, tantos años de escritura política y combate le habilitan. Vuelve a Chile, escenario de su exilio, y reanuda el rol de opositor, esta vez a Urquiza. El caso de Alberdi es inverso: discreto, enjundioso, sin moverse de Chile, escribe las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, cuyo prefacio fecha en Valparaíso el 1 de mayo de 1852, y hace circular su obra de tal modo que llegue a manos de Urquiza. Que las Bases fueron la fuente privilegiada de los constituyentes que meses después redactaron la Constitución no es novedad. Que la coyuntura movilizó, en pocos meses, a estas dos mentes brillantes en un frenesí intelectual, no tanto. Sarmiento le reprocha a Alberdi que se haya quedado en Chile como que apoye activamente a Urquiza: algo así como la operación inversa a la suya. Los ataques públicos y privados derivan en la primera “carta quillotana” de Alberdi dedicada al cuyano alborotador, una exquisitez literaria como las que siguen, de a una y en fondo, y que desatan la polémica.
En esta reedición, con un prólogo adecuado que no escatima contexto, datos biográficos ni hipótesis sobre discurso político y calidad argumentativa, la investigadora Lucila Pagliai restituye la escena del cruce y abre puertas y ventanas para reconocer un tiempo de hombres multifacéticos, cuando la prensa y la política coexistían en los mismos cuerpos, en las mismas batallas.
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