Domingo, 24 de julio de 2005 | Hoy
Violencia e injusticia social en un policial diferente.
Por Rodrigo Fresán
Train
Peter Dexter
Anagrama
383 páginas
La Violencia –con V mayúscula– ligada a la idea de la injusticia como reflejo automático siempre ha sido El Tema de la obra de Pete Dexter. Escritor de línea dura y formado en la calle –Dexter, Michigan 1945, supo ser camionero, vendedor ambulante y periodista de choque–, lo suyo es la práctica de autopsias sobre los cuerpos vivos de sus personajes para comprobar de qué modo una acción o un acontecimiento bestial afecta a sus vidas. El lugar y la época es lo de menos, porque para Dexter la violencia está, siempre, en todas partes. Ya sea en la salvaje Filadelfia adolescente de God’s Pocket (1983) y Amor fraterno (1991), en el Salvaje Oeste de Deadwood (1986), en el muy faulkneriano y profundo Sur de Paris Trout (1988, con la que ganó el National Book Award) y en la pantanosa y corrupta Florida de El chico del periódico (1995).
Casi una década después de esta última, Dexter ofrece en Train su novela más negra. Pertinente aclaración: para Dexter –como para Raymond Chandler, David Goodis, James Crumley, Colin Harrison o James Ellroy–, “lo policial” es, apenas, el envase y lo que vale e importa es el pesado y oscuro líquido que hay ahí adentro. Un destilado de pasiones y pecados y muertes en el que, si hay suerte, se percibe, muy al fondo del paladar, el esquivo sabor de la redención.
Así que el año es 1953, la ciudad es la diabólica Los Angeles. Y hay un sargento de policía tan sádico como sensible llamado Miller Packard –sobreviviente del naufragio del “Indianápolis”, uno de los episodios más terroríficos de la Segunda Guerra Mundial–, y hay un par de caddies negros acusados de doble asesinato y violación que no demoran en ser sumariamente ejecutados y hay una viuda a la que le falta un pezón luego de esa noche fatal y hay un periodista más que dispuesto a averiguar la verdad detrás de la historia oficial (marca de la casa Dexter) y, por último, hay otro caddie negro: el adolescente y muy talentoso golfista a escondidas Lionel Walk, mejor conocido como Train, y uno de los personajes más intensos e interesantes de la reciente literatura norteamericana.
El ambiente golfístico –largas y perezosas partidas– es el contrapunto casi bucólico para tanta podredumbre; pero es también en el microcosmos de los links donde Dexter se demora para mostrarnos una y otra vez la estupidez y la codicia de los hombres, y la casi infantil maldad de los poderosos. Y es allí donde la mirada y centro moral y condición de “puente” entre blancos y negros de Lionel “Train” Walk –el modo en que diagnostica la condición humana con la misma sabiduría con que elige un palo en particular para un determinado golpe– convierten a esta novela en algo especial y diferente. Una novela que –como el Chinatown de Towne & Polanski– homenajea mientras reinventa sobre el verde de campos tantas veces recorridos buscando embocar hoyos para que vuelva a brotar la sangre tantas veces derramada. Pensar en Train como en el thriller que bien pudo firmar Nathanael West.
Y cerca de un final que parece más o menos feliz –con Packard y Train como tándem triunfando en los campos de golf–, Dexter nos tiene reservado un último y terrible golpe de esos que quitan el aliento y que nos recuerdan, por si hiciera falta, que vivimos en un mundo de mierda o en una mierda de mundo. Y que, aun así, no podemos dejar de leerlo porque por suerte –para bien o para mal– hay escritores como Dexter que insisten en ponerlo por escrito.
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