Domingo, 24 de julio de 2005 | Hoy
Dos obras de H. G. Wells (una recopilación de cuentos seleccionados y traducidos por Javier Cercas y Breve historia del mundo) permiten revisitar a un escritor que representó la más pura ciencia ficción: aquella que a fuerza de calidad literaria y potencia en su imaginación, no pierde vigencia.
Por Mauro Libertella
El país de los ciegos y otros relatos
H. G. Wells
El Aleph
95 páginas
Breve historia del mundo
H. G. Wells
Península
347 páginas
Herbert George Wells nació en 1866 en un suburbio de Londres, pero pertenece a ese conjunto de mentes que, por el tamaño de sus ideas, están fuera de su época. Wells pensó en grande: una máquina del tiempo, una guerra de los mundos, un país de los ciegos; y fue a los treinta años cuando se dedicó de lleno a escribir, cuando sus ideas tomaron definitivamente forma. Como en tantos autores, su primera novela es un cóctel de obsesiones y fantasmas. En La máquina del tiempo (1895) están la rigidez de la ciencia, la novela de aventuras y las divisiones de clases de su Inglaterra contemporánea. Esta primera novela ya deja ver que Wells es de esa extraña especie de escritores que escriben una literatura cargada de filosofía sin ser aburrida. Su vida fue prolífica y acelerada. Se casó con su prima Isabel y la dejó, unos años después, por Amy, una estudiante joven, para más tarde casarse con Rebecca West, una periodista que conoció en la Primera Guerra Mundial. Apoyó al Partido Socialista, y en los años ‘20 fue candidato por el Parlamento. Discutió con Stalin y con Roosevelt, al tiempo que publicaba una o dos novelas por año. Vivió algunos años en París, y su nombre figuró en las listas negras de los servicios secretos nazis. Su vida fue una incesante corrida hacia un horizonte ilimitado, y así lo registran sus memorias –Experimento de autobiografía– escritas unos años antes de morir. Lo que hoy nos queda de H. G. Wells es un proyecto megalómano de casi cien obras.
“No escribo esta historia con la esperanza de que sea creída”, reza en la primera línea el narrador de “Historia del difunto señor Elveshan” –uno de sus grandes cuentos incluido en El país de los ciegos y otros relatos– y la advertencia se hace extensiva a todos los relatos cortos que escribió Wells. Sus cuentos son leyendas, mitos, historias contadas en una noche de fogón, donde se conjuga algo muy real –una ciudad famosa, algún personaje simple, una relación amorosa– con ese plus que eleva el cuento a la vertiginosa altura de la ciencia ficción. Del sinsentido en que vive el ser humano, de esa escisión o grieta por donde se cuelan los mitos, la fe y las posibles formas de la imaginación, emerge su ciencia ficción. Wells como cuentista fue grande, y dejó algunos relatos memorables. “El país de los ciegos” narra la historia de un alpinista que se pierde entre los valles y recala en una ciudad de hombres y mujeres que fueron ciegos por catorce generaciones. Allí las nociones de “vista” o “mundo” no existen, y todo se reduce a su pequeña aldea. “La puerta en el muro” es el relato de un hombre que, en diferentes momentos y lugares de su vida, se encuentra con una puerta verde en un muro blanco que da a un jardín donde alguna vez estuvo o soñó estar.
Vistas desde cierta perspectiva, las obras de Wells son como piezas en una enorme maqueta. Allí están las novelas científicas (El hombre invisible, Cuando despiertan los durmientes, El primer hombre en la luna), y su literatura de enfoque social (Anticipaciones, El futuro de América, La guerra y el futuro). También ensayó una narrativa de un realismo muy personal, y un capítulo importante en el universo Wells es el de las novelas que fueron llevadas al cine: La isla del doctor Moreau, La máquina del tiempo y la definitiva versión de La guerra de los mundos que dirigió Spielberg, ahora en cartelera, donde los efectos especiales potencian hasta el máximo estruendo la narrativa. Hay algo cinematográfico en la imaginación de Wells, y sin duda muchas de la películas de catástrofes e invasiones (El día de la independencia, Armageddon) le deben mucho a su pluma.
Es común que en un mismo libro de Wells convivan distintas esferas del conocimiento humano. Un ejemplo de esta multiplicidad es la Breve historia del mundo. Un libro que es el relato literario y novelesco de la historia del hombre desde antes de ser hombre, pero que también es un tratado científico de la evolución de las especies. Breve historia del mundo es, asimismo, una lectura social de los imperios y sus crepúsculos, y un libro de base filosófica que se pregunta por el hombre y su condición. Cada uno de sus capítulos es como un escalón más en una subida a la que no le conocemos el final. Ahí abajo están los comienzos de la vida, cuando todo era de una materia incierta y salvaje. Unos escalones más altos están los primeros hombres y con ellos algunos interrogantes filosóficos: ¿cómo se pensaban a sí mismos?, ¿qué sentían? Así surge la cultura, y las formas más básicas de la civilización. Y, en un engranaje de devenires, la civilización deviene imperio, el imperio deviene guerra, la guerra deviene doctrina. El libro rastrea con paciencia la formación del hombre contemporáneo en el mundo que lo rodea. El libro se publicó originalmente en 1922, cuando la Primera Guerra Mundial todavía era la Gran Guerra y Estados Unidos escalaba con paso acelerado hacia la cima desde la cual se vigila el resto del mundo.
Así como sería cruel reducir su lectura a un único enfoque, también sería injusto afirmar que H. G. Wells fue solamente un escritor porque, como escribió Borges: “Los libros de Wells prefiguran y sin duda superan, con medio siglo de anticipación, las obras que hoy llamamos de ciencia ficción”.
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