El húsar
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara
217 páginas

Hace 22 años, antes de que las nieves del éxito platearan su sien, Arturo Pérez-Reverte salía de la cobertura periodística de una guerra y, antes de su siguiente destino, escribía la primera de sus novelas (cuyo mayor suceso es la saga del capitán Diego Alatriste). Más de dos décadas después, y recuperados los derechos sobre su obra, el escritor murciano vuelve a editar esta novela, ahora “aligerada de algunos adverbios y adjetivos innecesarios”, según dice el autor en nota previa.

¿Qué encontrará el lector de Pérez-Reverte aquí? Pues bien, las veloces doscientas páginas de El húsar retratan un día en la vida de un soldado napoleónico que acomete su primera batalla en el invadido territorio español. El húsar del título (húsar es la palabra húngara que designaba al cuerpo “más elitista, ostentoso y fanfarrón de toda la caballería ligera del Emperador”, describe Pérez-Reverte) es apenas un muchacho de diecinueve años, educado en las escuelas militares imperiales, que cree en la guerra como un escenario de gloria para un héroe, y de repente se encuentra con barros, muertes innobles y odios viscerales, que lo hacen empezar a sospechar que, en fin, quizás estaba equivocado. Y la duda, en la guerra, no es nada aconsejable.

Aunque la invocación preliminar al Viaje al fin de la noche de Louis Ferdinand Celine no alcance para que esta novela llegue a semejantes marcas nihilistas, igualmente está claro que hay mucho más que una mera referencia literaria en la cita. Los protagonistas de ambas novelas son jóvenes en principio entusiastas de la guerra, que se salen de la vaina por demostrar en el campo sus habilidades; seres con sed de gloria rápidamente desencantados (los paralelos con el mismo Pérez-Reverte joven cronista de guerra quedan a cargo del lector). Pero allí donde en Celine se extraen consecuencias metafísicas de la guerra, en el español lo que predomina es el embotamiento de los sentidos por ese sórdido contacto con la muerte.

Como fuese, tal vez resulte algo raro el contexto histórico y el ángulo narrativo que elige Pérez-Reverte para esta obra. Por un lado, la invasión francesa a España y la consecuente resistencia española al rey impuesto por Bonaparte (que no es otro que su hermano José Bonaparte, a quien el pueblo español rápidamente calificó como “Pepe botella” por su afición a las bebidas). Por otro, que uno de los jóvenes hombres de la ocupación sea quien está en el foco de la historia, y los tenaces defensores de España sean los bárbaros, los brutos y los atrasados (Pérez-Reverte después reparó este desliz haciendo que su personaje más famoso, Alatriste, sea un capitán español del Siglo de Oro).

Asociada a esta cuestión, se puede señalar una de las pegas –para usar terminología española– de la novela. Se trata de un realmente absurdo encuentro de los húsares franceses con un viejo liberal español –¡amigo de Diderot!– que los recibe en su casa, expone su credo revolucionario, su admiración por Napoleón e inocentemente termina diciendo que de no tener tantos años defendería su tierra como los incultos defensores de Fernando VII, y que para entender semejante contradicción “habría que haber nacido en España”.

Sin embargo, estas páginas se pueden tolerar como una gaffe menor dentro de una novela que reúne las virtudes más legítimas de las buenas novelas históricas y de aventuras y es eficaz en las descripciones de época, el clima de la resistencia española y el modo en que hace trocar el pensamiento del joven húsar de la euforia guerrera a la resignación total como sucio broche de su mínima –y escasamente gloriosa– carrera militar.