Domingo, 7 de agosto de 2005 | Hoy
IRVINE WELSH
La nueva novela de Welsh cambia la droga por el sexo.
Por Mauro Libertella
Porno
Irvine Welsh
Anagrama
595 páginas.
El verano en el que Irvine Welsh publicó Trainspotting, el Reino Unido hervía con el fulgor del cambio y, en paralelo con el estallido del Brit pop y las utopías del Partido Laborista, el futuro era un lugar posible. Todo parecía propicio para la aparición de un novelista que habiendo pateado la calle por dos décadas y valiéndose de esa perspectiva, supiera narrar la vida de la Inglaterra de Thatcher. La historia fue la de un grupo de marginales que dejan la vida con cada pinchazo, porque mañana no importa. Trainspotting se superó a sí misma y llegó a la pantalla grande con la buena adaptación de Danny Boyle. Durante una década vimos aparecer novelas de Welsh que están en la línea de lo marginal. Acid House, Extasis, Escoria, y Cola son como nudos de una cuerda que empieza con Trainspotting y llega a su instancia más actual con la publicación de Porno, la secuela que retoma, diez años después, a los personajes de ese primer estallido literario y comercial.
Afirmar que se publica Porno es, tal vez, falaz. Porque lo que nos llega en este 2005 es la traducción española de Porno, una novela que debe gran parte de su consistencia a la incorporación literaria del más mínimo argot, de cada uno de los pequeños dialectos de los barrios bajos de Edimburgo. Por eso, toparse en prácticamente cada línea con expresiones como “capullo” o “gilipollas” no ayuda. Habrá que tener una calma estoica o zen si se quiere revisitar a los personajes de Trainspotting. Recordemos: en esa primera novela, un grupo de amigos –Renton, Sick Boy, Spud y Begbie– vivían de trabajos efímeros y pequeños robos para llegar, arañando, al pinchazo diario de heroína. Renton se debatía entre la vida del yonqui y la del ciudadano corriente, Sick Boy era el personaje egocéntrico y grandilocuente, Begbie el alcohólico y ultra violento y Spud el adicto perdido. Si el eje de Trainspotting era la droga en sus distintas formas, en Porno el hilo al que ahora todos estos personajes están atados es el del sexo. Los escenarios son un sauna, un prostíbulo, la habitación escondida de un pub y algunos departamentos. Es ahí donde empieza a tomar forma una película de porno casero que sirve para reencontrar, en las largas 600 páginas, a los personajes de Trainspotting. Las novelas de Welsh están apoyadas en una estética que podríamos llamar “realismo actual”: un tipo de literatura que habla de lo que pasa allá afuera, pero en la que eso que se narra se transforma en estilo y rige los modos de escribir. De esta manera, en Porno se nos cuenta la Gran Bretaña de mediados de los ‘90, y en su prosa se conjugan la fragmentación del videoclip, la grandilocuencia de la cocaína y de las bandas de rock que conquistaron al mundo, sumado a la marginalidad de la vida de ghetto. La novela es como un tejido de capítulos narrados por los distintos personajes, en un orden aleatorio y finalmente acelerado. Si bien el modo de relatar cada capítulo no difiere mucho del anterior o el siguiente, hay un valor literario en la búsqueda de las distintas perspectivas para contar lo mismo, y eso hace que Porno se pueda leer con alguna tensión o expectativa en sus mejores momentos.
Si en Trainspotting todo era presente y los personajes vivían en un ahora indeterminado, en Porno ya hay un pasado, una memoria compartida. Y es posible que el centro de la novela sea la búsqueda de cada personaje por mutar, por dejar de ser quienes eran una década atrás. Pero no pueden: se repiten y siempre vuelven a mostrar que son ellos mismos, los de Trainspotting. Y tal vez eso sea lo que le sucede al propio Irvine Welsh: un autor que escribe nuevos y largos libros pero que está fatalmente atado a su debut literario, donde acaso dijo todo lo que tenía para decir.
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