Domingo, 25 de septiembre de 2005 | Hoy
GUEBEL
Daniel Guebel exacerba la línea del humor, el delirio y el grotesco. Esta vez, mediante la guarangada.
Por Patricio Lennard
Carrera y Fracassi
Daniel Guebel
Sudamericana
316 págs.
Si existiera algo así como el “horario de protección al lector”, una voz en off quizá nos prevendría: “el siguiente libro contiene escenas escatológicas y lenguaje soez”. Y es que Carrera y Fracassi, de Daniel Guebel –texto que sigue y exacerba la línea del humor, el delirio y el grotesco de sus novelas La vida por Perón (2004), El perseguido (2001) y El terrorista (1998), y que confirma a su autor en ese lugar de escritor humorístico en que la crítica lo situó ya en sus comienzos– se vale desprejuiciadamente de un material que suele “quedar mal” en la literatura: el acerbo chabacano y vulgar de las groserías.
Carlos “Cacho” Fracassi es el vendedor-estrella de Sunbeam, una empresa de electrodomésticos de la que también es empleado Julio César Carrera, un tipo tímido y pusilánime, que no le puede vender una licuadora ni a su madre, y a quien su mujer considera el “hombre más aburrido del mundo”. Fascinado por la personalidad avasallante y ganadora de su compañero, y al cabo de algunas charlas de café en las que no logra sonsacarle el secreto de su éxito, Carrera invita a Fracassi a cenar a su casa sin imaginarse que éste terminará seduciendo a su mujer casi delante de sus propias narices. Así empieza esta comedia de enredos en la que sus protagonistas (amigos a pesar de ese asunto de cuernos) se ven arrastrados por una vorágine de disparatadas peripecias que incluye desde un pacto que Fracassi hace con el diablo para manejar por un día una Ferrari Testarossa, o un robo que ambos cometen en la empresa para la que trabajan, hasta una travesía que por culpa de Carrera (que aprieta, distraído, un botón rojo con el codo) los termina propulsando en un cohete hacia la Luna.
Ya Mijail Bajtin, en su célebre estudio sobre Rabelais, daba a entender que las groserías son algo así como los parias del lenguaje. Y la voluntad de Guebel de hacer de Fracassi un personaje “boca sucia” –que es capaz de contar con lujo de detalles, a lo largo de casi cuatro páginas y en medio de una cena, los excrementicios avatares en los que desemboca una constipación que le dura una semana– lleva a un extremo el trabajo que el autor ya venía realizando con la lengua coloquial de la clase media. Pero más allá de la osadía de Guebel de elaborar una novela por momentos “malhablada”, y de la agudeza de su oído para captar ese tono ramplón que caracteriza tanto a Fracassi como al narrador del texto, no hay indicios allí de un experimento de degradación del lenguaje literario, ni una búsqueda por convertir la vulgaridad en algo estéticamente interesante.
Objetarle esto a Carrera y Fracassi –una novela que apareció originalmente en España a mediados de 2004, y que tuvo una buena acogida de parte de la crítica española– no supone necesariamente enarbolar las banderas (anacrónicas, ridículas) de las “bellas letras”, ni hablar desde el prejuicio (a esta altura, indefendible) de que un texto cómico es light o de menor valor estético que otro. Guebel no logra aprovechar esa incursión al universo del “medio-pelo” argentino para trascender su afán parodista. Si Guebel quiso escribir –como anticipó en una entrevista– “una nueva versión, local y patética, del Quijote”, lo que le salió más bien es una cruza entre Laurel & Hardy y Olmedo y Porcel degradada por una “guaranguería” efectista, que busca provocar la risa del lector sin adentrarse del todo en las sendas más sutiles del sarcasmo y la ironía.
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