Domingo, 2 de octubre de 2005 | Hoy
EL EXTRANJERO
Por Rodrigo Fresán
Until I Find You –la onceava y muy esperada novela de John Irving– es un libro insostenible. Con esto quiero decir que sus más de ochocientas páginas y sus tapas duras lo hacen literalmente imposible de sostener (advertencia: la opción de leerlo en la cama, apoyado sobre el pecho, no demora en producir un principio de asfixia) convirtiéndolo en un objeto incómodo y difícil de disfrutar. Y consejo para los que no quieran esperar hasta la traducción de Tusquets a principios del 2006: la edición norteamericana es un poco –un poquito– más maleable que la ingobernable y acalambrante edición inglesa.
Y Until I Find You ha resultado para buena parte de la crítica literariamente insostenible. Algunas reseñas fueron tan virulentas que, por ejemplo, obligaron al periódico The Washington Post a pedir disculpas por los ofensivos excesos de su colaboradora Marianne Wiggins, ex esposa de Salman Rushdie. Las acusaciones van desde el fácil y simplón “excesiva” e “inflada” a cuestiones más groseras como “patológicamente fálica” y “poseída por la proximidad del Viagra”. Porque para muchos, Until I Find You es la corporización de algo que parecía un imposible: que John Irving alguna vez escribiera una novela aburrida. Y es que luego de la bizarra novela india que fue Un hijo del circo, de la imperfecta Una mujer difícil (anfitriona de una primera parte magistral, acaso lo mejor de Irving) y de ese un tanto innecesario capricho cuasi vonnegutiano que fue La cuarta mano, eran muchos los que esperaban el retorno neo-dickensiano del creador de T.S. Garp, Homer Wells y Owen Meany. Sobre todo cuando el mismo autor venía anunciando que Until I Find You era “el libro de mi vida”, algo “meditado durante años” y “el más personal y autobiográfico de todos” al punto de haber escrito una primera versión en primera persona que, al leerla, le dio miedo. Por lo que la reescribió al completo en tercera persona. Y tal vez –en cuanto a esto último, a la materia non-fiction del asunto– que Irving se haya pasado un poco durante la promoción del monstruo confesando que, como su nuevo héroe, nunca supo quién fue su padre y que sufrió durante su infancia repetidos abusos sexuales de parte de una mujer madura hayan distorsionado un poco la percepción y el recibimiento de la mega-novela. Porque –divertida, ocurrente, grotesca, poblada de personajes inolvidables– si de algo peca Until I Find You es de funcionar como un virtual greatest hits de Irving reciclando gestos y rasgos tan reconocibles como entrañables: el niño como animal perdido en la jungla de los adultos; el hombre –Jack Burns: seductor/seducido serial y exitoso actor/travesti– gobernado por sus más bajas y erectas pasiones (ésta es, sí, la novela más desaforadamente sexual de Irving); la madre tan santa como desquiciada y la familia disfuncional como evangelio; la exploración de un determinado arte y territorio (que aquí es el mundo de los tatuajes y Hollywood); la amiga de la infancia fiel hasta el fin (que acaba siendo novelista de éxito); la búsqueda más como destino que fin; prostitutas sabias; los desplazamientos espacio-temporales (Toronto-Amsterdam-Portland-Los Angeles, arrancando en 1965 y llegando hasta el presente); las obras de teatro escolares; la práctica de la lucha libre como metáfora de casi todo; la insistencia en determinadas frases ascendidas a mantras; las revelaciones finales (a diferencia de otros Irvings, éste mejora a medida que se avanza); y, claro, el tempo dramático y novelístico del XIX importado al siglo XXI. Lo de siempre (pero sin osos) que a muchos no les gustó nunca; pero que a quien firma esto (y es verdad que la fluidez de la novela se resiente en ciertos tramos quizá por sentirse felizmente enamorada de sí misma) le sigue gustando tanto como la primera vez; como aquellos libros igual de insostenibles que Until I Find You pero, también, tal vez más ligeros en el mejor sentido de la palabra.
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