Domingo, 8 de enero de 2006 | Hoy
PIER PAOLO PASOLINI: TEOREMA
Acaba de aparecer una esperada reedición de Teorema de Pasolini, en la excelente traducción de Enrique Pezzoni. Libro y película fueron emblemáticos de una manera de abordar la representación y la crítica de los valores ideológicos de la pequeña burguesía y un experimento en el que vida, cine, guión y literatura se fundieron de manera única.
Por Mauro Libertella
Teorema
Pier Paolo Pasolini
Edhasa
310 páginas
Sobre Pier Paolo Pasolini se ha venido escribiendo ininterrumpidamente desde su muerte. Autor fetiche, favorito de muchos, el italiano dejó una obra importante, tanto para su tiempo como para la posteridad. Y hoy podemos ver su vida y su obra como un conjunto coherente, trágico y apasionado, y reconstruirlo a través de sus propias palabras.
Pasolini nació en 1922 en Bologna, Italia, hijo de padre militar y madre profundamente católica: “He nacido en una familia típicamente representativa de la sociedad italiana, un auténtico producto del cruce, la Unidad de Italia”. “Me han convertido en un nómada”, decía Pasolini cuando recordaba sus años de niñez, donde vivió en más de diez ciudades del norte. Esos primeros años marcaron con un pincelazo indeleble la relación con su madre: “Inicialmente, hubo en mí una negación de la madre, que me generó una neurosis infantil. Ponía a cada momento en tela de juicio el hecho mismo de estar en el mundo”.
La infancia turbulenta de Pasolini terminó a los trece años, cuando entró al colegio secundario y conoció a aquellas personas con las que iba a formar los primeros grupos literarios. A los 17 años entró en la carrera de Letras de la Universidad de Bologna y ahí empezó a tomar forma su primer libro de poemas dialectales, Poesie a Casarsa. Pero la vida errante y oscura vuelve para Pasolini con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Escribía en cartas: “Tengo mucho miedo. Miedo de perder la vida, y no sólo la mía, sino la de los demás. Estamos todos tan expuestos al destino, pobres hombres desnudos”. Pasolini se incorpora al ejército, forzado, pero huye, y así su vida se transforma en un escape continuo y sin aliento. Hacia 1945 la guerra terminaba, pero se llevaba la vida de Guido, su único hermano, asesinado por integrar la resistencia antifascista. “Su muerte confirma mi convicción de que nada es sencillo, que nada acontece sin complicaciones o sufrimientos. Su muerte comenzó una agonía que duró una docena de años.”
Por esta época, Pasolini se adhiere y participa con bastante fervor en el Partido Comunista de Italia, pero a los cuatro años lo expulsan por “indignidad moral”. Es entonces cuando decide dar un paso clave: se muda a Roma. Recuerda esos primeros años en la ciudad con verdadero terror: “Llegado a Roma desde los lejanos campos, ignorado por todos, devorado por el terror interior de no ser como la vida quería, incapaz de escribir sin repetirme en un mundo que había cambiado”. Pero, si bien fueron años difíciles, Pasolini ahora podía ver su pasado desde cierta perspectiva y volcarse de lleno a la edificación de su gran obra, su legado. Entre 1954 y 1960 publica algunas antologías de poemas y sus primeras novelas. En 1961 llega Accattone, su primera película como director y guionista. De allí en más las películas se irían multiplicando y el reconocimiento internacional de a poco iría llegando. Su última película, de 1975, fue Saló o los 120 días de Sodoma. Pasolini ya había recorrido el mundo y era un autor a la vez aclamado y censurado. Ese mismo año fue asesinado. Encontraron su cuerpo en un descampado, brutalmente deformado. Era un cuerpo difícil de reconocer: los dedos cortados, las piernas fracturadas, la nariz arrancada, el corazón estallado. Jamás se supo nada del crimen. Uno pocos días antes de morir, dijo: “La muerte realiza un fulmíneo montaje de nuestra vida. Elige momentos y los pone en sucesión, convirtiendo nuestro presente, infinito, inestable e incierto, en un pasado claro, cierto y por tanto lingüísticamente descriptible. Sólo gracias a la muerte nuestra vida nos sirve para expresarnos”.
Teorema se publicó originalmente en 1968 y ahora la editorial Edhasa lo reedita en la traducción exquisita de Enrique Pezzoni. La novela podría condensarse en una frase de dos líneas, y esa frase sería siempre distinta, otra, y si bien jamás estaría agotando el sentido del libro, sin duda se estaría alumbrando una de sus aristas. Así, Teorema es el retrato decadente y opaco de la familia pequeño-burguesa; Teorema es la historia en rompecabezas de vidas disímiles bajo la lupa de un psicoanálisis salvaje; Teorema es lo que sucede si un huésped entra en una familia y hace caer sus cimientos. Su trama transcurre en el norte de Italia, y podría parecer una contradicción, pero no lo es: Pasolini es un autor universal enraizado profundamente en su Italia natal. Porque él lee la tragedia, lee a Rimbaud, lee la religión, lee a Sade, pero lo hace siempre desde Italia, y desde esa topografía literaria interviene.
El registro narrativo de Teorema es ampliamente descriptivo, pero cuando la acción irrumpe, lo hace de modo definitivo: todo se vuelve brutalmente real y directo, y da la impresión de que el libro fue escrito para esos momentos. Hay también un manejo de la temporalidad muy particular. La sucesión temporal está desencajada, y eso lo remarca el autor a cada paso (“los hechos de esta historia son coincidentes, contemporáneos”). Es como si todo el relato estuviera atado a una gran cuerda que cada tanto cede sus nudos y deja caer alguna historia, alguna imagen.
En Teorema, en sus formas, se deja ver una marca contundente de su arte: Pasolini toma el esquema del guión –un registro que, como formato técnico y funcional, carece de estilo subjetivo y de metáforas– y se lo apropia, lo transforma de un plumazo en hecho estético. Porque Teorema puede leerse, por qué no, como guión. Un guión de lo que será, y estaríamos ahí frente a un nuevo modo de narrar. Teorema es, prácticamente, un género nuevo. A medio camino entre una narración cinematográfica transmutada en literatura y una crónica social vuelta arte, sus páginas cristalizan esos diminutos y cotidianos modos de narrar el día a día y los mezclan en un entramado único. Cine, literatura y vida se pueden pensar desde los mismos parámetros narrativos: son modos de relatar que no se excluyen y que, en el fondo, se buscan.
En el paso del libro a la película (y viceversa) puede leerse la audacia estética de Pasolini. Y, por cierto, en cada una de sus obras puede vislumbrarse la totalidad del camino que el gran escritor italiano recorrió y con el que le hizo un tajo, para siempre, al siglo XX.
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