Domingo, 19 de marzo de 2006 | Hoy
TRES NOUVELLES DE PERLA SUEZ
Acaban de publicarse en un solo volumen tres nouvelles de Perla Suez, previamente traducidas al inglés bajo el título The Entre Ríos Trilogy. A continuación, reproducimos el prólogo de Guillermo Saccomanno.
Por Guillermo Saccomanno
Hay una palabra judía que viene a propósito de las nouvelles de Perla Suez: tzures. Cuando Déborah, en Letargo le pregunta el significado a su abuela, ella le contesta: “Tzures son tzures”. Más tarde Déborah recordará: “Había algo cruel dentro de esa palabra”. Sin traducir, ella sospecha que ahí, en esa palabra hay algo y ese algo es cruel. La sospecha sabe traducir. Esa sospecha, el acto de sospechar, constituye, ni más ni menos, una moral de la escritura: sospechar de la palabra. Porque en la sospecha hay un saber. Así como la paranoia siempre tiene algo de razón: Kafka, el mejor ejemplo.
Se estima que cuando uno empieza a escribir una narración parte de un saber tanto vital como de lectura. Pero basta internarse en la escritura para advertir que es más lo que se ignora que aquello que se supone conocer. Por eso los buenos relatos no son aquellos que dan respuestas sino los que abren interrogantes sobre la historia privada y la pública, la complicada red que conecta el infierno personal con el colectivo. Compartir un enigma conflictúa. Es que un escritor debe sospechar de la facilidad del lenguaje, de su propio adiestramiento y de la materia con que trabaja, el lenguaje, su dúctil y engañosa maleabilidad. Suez ha demostrado con tres novelas cortas, o tres cuentos largos, que desconfía de la palabra “literaria” como tierra prometida. Igual que sus antepasados aprendieron a desconfiar de la Argentina como tierra prometida. Es en este punto donde su escritura se arraiga en lo poético y descarta las comodidades del realismo y de la novela histórica. La Duras sostenía que la palabra está antes que la sintaxis. Esa palabra, la materia, sustantiva, no es una cosa inerte y, cuando se la articula, puede trampear. Las mismas palabras que sirven para ocultar sirven para revelar. Depende de su articulación. La palabra del padre se propone como sagrada. Es la ley. Pero Suez recela de esta ley, del mandato. Y en sus narraciones, al explorar la iniciación, con la inocencia perdida, a esa palabra sagrada le opone documentos que intervienen irritando lo ficcional, documentos que funcionan a la vez como disparadores complementarios, probando que hay una verdad más allá de la sospecha ficcional, aunque formen parte de ésta. Es decir, el discurso literario se sostiene en la medida en que puede confrontarse con estos documentos, trátese de fotos de familia, un legajo policial, una página en iddish de un libro de rezos, una escritura de tierras, un envío de ganado. La incorporación de estos documentos cuestiona y a la vez afirma la potencia sugestiva de las narraciones de Suez. Que comprenden tanto lo confesional como la denuncia, la revisión histórica como el alegato.
Si hay una cuestión, a mi criterio esencial, que en esta trilogía no se puede soslayar es la enrevesada inserción judía en nuestro país y en su literatura. Para los judíos, escribe Suez, en estos tiempos de inmigración, es tan importante el libro como el arado. Pero los absolutos también merecen ser puestos en tela de juicio. En El arresto, Lucien lee: “I) Libros y putas pueden ser llevados a la cama. II) Libros y putas hacen pasar bien el tiempo. Dominan la noche como el día y el día como la noche. III) Libros y putas: nadie entiende que para ellos los minutos son preciosos”. Descubrir estas ironías sapienciales produce a Lucien temor y temblor. Volviendo: la inserción judía en la Argentina ha sido y es en nuestra literatura una zona álgida donde se alternan la segregación y el rescate. El recorrido, en trazo grueso, abarca desde la cacería racial que organiza la cajetilla Liga Patriótica, pasando por el Gerchunoff pastoril de la integración publicado por La Nación, el folletinista nazi Martínez Zuviría, los versos de prostitución de César Tiempo y, arrimando al presente, antes y después del atentado a la AMIA, las novelas familiares de Alicia Steimberg y Ana María Shua, y la poesía de Gelman. En efecto, esta lista es incompleta. Pero permite rastrear de forma sutil un entramado de fobias de clase que son, ni más ni menos, signos de unahistoria que resume una idea de Martínez Estrada que Suez emplea como acápite en Complot: “En el origen de la tragedia argentina hay una gota de sangre y una de semen, producto de la violación fundante”.
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