Domingo, 9 de julio de 2006 | Hoy
PABLO RIZZO: PERO TANTO NO IMPORTA
La ciudad y su locura en una novela que no desdeña una buena dosis de radiografía social.
Por Luciano Piazza
Pero tanto no importa
Pablo Rizzo
Beatriz Viterbo
160 páginas
Todos volvemos enmudecidos al hogar después de deambular como máquinas en la mezcla de zoológico e hipermercado que es la ciudad. Después de un día de furia silenciada, junto a la manada que se aprieta en los colectivos, en el subte o en los semáforos, nada mejor que encontrarnos con Pero tanto no importa de Pablo Rizzo. Por medio de un torrente de imágenes vertiginosas construye a una Buenos Aires que envuelve las historias de dos amigos que salen a elegir víctimas al azar. Cerca de los asesinatos gravitan las historias de un juez estancado en la espera de su jubilación y la de Agustina, meritoria que cuida a su madre postrada en una cama. Una mirada descriptiva desmenuza la ciudad, y escupe la miseria de la vida social en una textura densa, digna de las radiografías sociales de Arlt.
El protagonismo se lo reparten entre las matanzas de Mariano y Augusto, y las poses que muestra Buenos Aires para su retrato. Mariano y Augusto eligen una zona, una calle, una víctima, y acaban “su miserable vida”. Sus móviles no se codifican en las leyes que los deberían condenar. Y allí está el juez Rifourcat, inútilmente atando cabos y siguiendo pistas de un código que desconoce su profesión. Y por allí también nacen las preguntas de Agustina: ¿y si pudiera acabar con el suplicio de su madre sin que nadie se entere? Y ellos siguen matando. Los amigos son fieles a su pacto, matan porque sí. Si ajustan cuentas, lo hacen con un sistema al que están interrogando, que ni siquiera saben si existe y que por momentos se puede llamar Dios. “¿Ves a alguien digno?” “Si veo a Dios, chiflo.” “¿Vas a acuchillar a Dios?”
Se podría decir que en sus vidas no pasa nada: se despiertan, trabajan, comen, se emborrachan, se ríen, lloran, y matan, pero todo en un mismo plano. Por más que busquen, no hay ninguna señal que niegue que la vida es un juego activado por una mente perversa. Ningún dios responde para aprobar la vida moralmente ejemplar que llevó el juez, o para reprobar los asesinatos de los amigos de gira. Si la novela presenta a Dios, lo vemos “entrando a un tribunal para ser juzgado por mala praxis”.
El narrador que creó Rizzo tiene el mérito de armar espacio donde se hace eco el silencio de la experiencia cotidiana. En la áspera descarga del narrador, todo lo que compone a la ciudad es parte de un mismo círculo vicioso. El escenario está vivo porque su ritmo hace latir a la prosa, casi asfixiante, repleta de disparos reflexivos que no dan tregua para reconocer dónde impactan. Así es como la bala que dispara Mariano o Augusto llega casi como un alivio para la lectura. Y vale recordar que no hay libros amorales sino que el mérito es de la lectura.
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