La superación de Occidente
La crisis del mundo moderno
René Guénon
trad. Agustín López Tobajas
y María Tabuyo Ortega
Paidós
Barcelona, 2001
144 págs.
Por Santiago Rial Ungaro
¿Qué hubiera pasado si René Guénon (1886-1951) hubiera aceptado colaborar con los surrealistas? La pregunta se la hacía André Bretón en 1952 en el marco de una serie de entrevistas en las que comentaba que tanto él como Antonin Artaud, Michael Leiris (luego compinche intelectual de Georges Bataille) y Pierre Naville (luego en el Partido Comunista Francés) habían querido, en 1925, “honrar al pensamiento tradicional en su persona”. La pregunta, entonces, se tendría que invertir: los surrealistas, por jerarquía, deberían haber intentado colaborar con Guénon. Editado en 1946 por Gallimard, La crisis del mundo moderno es un breve pero sustancioso ensayo que sintetiza su pensamiento.
Guénon define la modernidad como una anomalía, una monstruosidad en la historia, y sus esfuerzos intelectuales e investigaciones se internan en las profundidades de un saber atemporal y de origen no humano o suprahumano. Basándose en las doctrinas hindúes tradicionales de los ciclos cósmicos, Guénon compara los síntomas de esta Edad Sombría, el Kali Yuga, con el actual mundo moderno: pérdida u ocultamiento de la metafísica; ascenso irresistible de las ciencias de la naturaleza; el materialismo y el individualismo imperantes como consecuencias del triunfo de la burguesía.
Durante este período, la espiritualidad ha sido sustituida por las corrientes sentimentalistas contemporáneas, entre las que podemos incluir diversos “ismos”, desde el teosofismo (que atacó en El Teosofismo: historia de una pseudorreligión), hasta el surrealismo que mencionábamos al principio, sin olvidar al marxismo, el pragmatismo, el positivismo, el relativismo, el agnosticismo y los diversos psicologismos, por entonces en su apogeo. Todas estas corrientes de pensamiento, nos dice Guénon, forman parte del modernismo y parten de la negación de la existencia de un Principio Superior. Al negar esto, desaparece toda posibilidad de entendimiento entre esta civilización occidental (que con soberbia se considera como La Civilización) y las demás.
Alrededor del mundo, la expansión de las guerras santas confirma esta imposibilidad. A diferencia de otras críticas a la modernidad, que recurren a exponentes de la misma modernidad, como Hegel o Nietzsche, Guénon intenta escaparse del laberinto por arriba, yendo en el tiempo mucho, muchísimo más lejos. Para el que quiera seguir sus visiones deberá plantearse una perspectiva más amplia y profunda, que nos lleva al siglo VI a.C. Guénon explora, justamente, esos saberes considerados por los historiadores modernos como “legendarios”, motivo por el cual no deberían tenerse en cuenta.
Las cuestiones que plantea La crisis del mundo moderno son complejas y, literalmente, misteriosas. Guénon es preciso, pero en algunos pasajes, acorde con su actitud esotérica, es deliberadamente hermético y oscuro. Pero si bien muchas de las referencias que maneja el autor pueden llegar a resultar curiosas o desconcertantes, también es cierto que resultarán excelentes disparadores para quienes deseen profundizar sus dudas.
La escritura de Guénon es aguda, fría y filosa y encarna, a la hora de despedazar los hitos y los mitos de nuestra cultura moderna, a la misma Kali, Diosa de la Destrucción. Y si su crítica es demoledora (se explicapor este lado la fascinación de los surrealistas, que también compartieron su fascinación por “Oriente”) es porque es evidente que conoce bien las raíces de lo que ataca, a saber: el individualismo (definido como “la reducción de todo principio superior a la individualidad y la consecuente reducción de la civilización a elementos meramente humanos”), la relación entre la cantidad y la calidad (“en el mundo moderno la calidad ha sido totalmente sacrificada a la cantidad”) y otros aspectos básicos de la modernidad, como la ilusión del sufragio universal, la enseñanza obligatoria y la idea de Nación en armas.
Inclasificable e intimidante, la obra de Guénon representa, ante todo, un desafío, ya que las conquistas de la modernidad quedan afuera de su análisis. “Nos esforzamos por situarnos siempre en el único punto de vista que nos importa, el de la verdad imparcial y desinteresada”, anuncia Guénon a comienzos de un libro que se cierra con la divisa: Vincit omnia Veritas (“La verdad vence sobre todo”). Con esta premisa afilada, arma de doble filo si las hay, las reflexiones y las críticas de Guénon siguen una vieja fórmula oriental: “La suma de todos los desórdenes generará el orden”.