libros

Sábado, 3 de agosto de 2002

ENTREVISTA

El trotskismo como escenario

Luego de las crónicas recopiladas en Buenos Aires me mata (1993), publicadas antes en el diario Clarín y, después, llevadas al cine, Laura Ramos entregó a la imprenta Ciudad Paraíso (1996). Diario íntimo de una niña anticuada, que Sudamericana distribuye en estos días, es su primera novela: una compulsión al folletín decimonónico como recuperación atípica de la memoria de los años setenta. A continuación, una entrevista a la autora.

POR GABRIELA BEJERMAN
Envuelto en capas de falsos prólogos, prefacios, posfacios, anexos y cartas a desentrañar, Diario íntimo de una niña anticuada se presenta como el relato de las aventuras de una huerfanita porteña, intelectual en los setenta. Quien lee, mucho más sagaz que ella –que percibe el mundo con el lenguaje y la lógica del folletín–, avanza contemplando esa inocencia, hasta que en la página 62 se topa con algo inesperado. “Un aspecto de mi interioridad (...) ha sido exhibido: una identidad ficticia, a partir de este momento debo vigilar mi peor falta: una tendencia al embuste.”
¡Ah! ¡Mentir en el diario íntimo y luego confesarle a él, al querido diario, al secreto amigo, que se le ha estado mintiendo! ¿Con qué fin? “Me parece que a la niña anticuada le gusta mentir porque los libros son más grandes que la vida”, confiesa Laura Ramos. Largas citas no consignadas llenan las páginas del diario, mimetizando la vida con la palabra, el diario con la literatura. El estilo de la prosa va cambiando desde los robos o imitaciones a Bécquer y Amado Nervo, luego a Brontë, Dickens, Balzac y finalmente a Jane Austen, Henry James, o Marcel Proust. Esa marea de estilos va indicando los movimientos intelectuales y morales de la heroína. Cuanto más áspera se torna la realidad para Emilia, más crecen las mentiras en su diario.
¿Quién es Emily? ¿Una pacata mentirosa, o sólo sabe hablar así? Me parece que no miente a propósito: su lenguaje llega hasta ahí, hasta la heterosexualidad, hasta el final feliz, hasta la satisfacción del deseo romántico. Le impide decir la verdad...
–Ajá, ella no sabe quién es. Y no es pacata: las acciones siguen al lenguaje. A lo único que se aferra es al lenguaje que eligió. Todo lo demás, las acciones, la moral, se ajustan a esa elección.
Definitivamente el tono confesional le sienta muy bien a Diario íntimo de una señorita anticuada. Me parece perfecto que la escritora cuente su verdad a través de un personaje que miente, pero, ¿cuál es esa verdad? ¿Se puede romper la cerradura del Diario?
–Yo me hice escritora por error, por necesidad, porque si no invento un mundo donde se escribe como en una traducción-doblaje puertorriqueño de película norteamericana, un mundo bizarro paralelo al real, no puedo vivir. Necesito huir del mundo real: no leo diarios, no veo TV y escribo como en el siglo XIX para poder seguir viviendo en éste con los ojos semicerrados.
El origen de la novela está relacionado con el mundo tan desabrigado y movedizo en el que nací: con las comidas super rápidas o inexistentes, las mudanzas periódicas, los viajes inesperados, el puré Chef instantáneo, los baños de mar bajo la lluvia y el frío “para templar el espíritu aventurero”, los cigarrillos reglamentarios a los once años de edad, las lecturas marxistas y feministas y, por sobre todo, la prohibición de Louisa May Alcott por reaccionaria y vulgar. Lo mismo le pasa a Emilia: “Tengo dieciséis años y medio. El año pasado, a instancias maternas, abandoné mis estudios (la enseñanza escolástica es considerada reaccionaria por mi madre)”. Como esa frase que Franny le dice a Zoey en el libro de Salinger: “Si has tenido una educación extraña, por Dios, úsala”.
Yo, para escribir la novela, hice un ejercicio de teatro: buscar una zona horrorosa y profundizar en ella. Una mezcla de dos ideas: la de Proust (el artista tiene una sola cosa que decir y su obra, su vida artística están consagradas a ir distinguiendo las líneas de esa norma) y la de Cioran (la fuente de inspiración de un escritor son sus propias vergüenzas). En ese sentido exploré (hasta llegar a mi canon personal):
1) una mórbida compulsión al mimetismo con la estética y la moral de los folletines sentimentales de mal gusto del siglo XIX,
2) la figura de la orfandad,
3) el trotskismo como escenario, como nodriza,
4) el diario íntimo como formato adecuado para una escritura de temperamento melancólico,
5) la mentira como motor dramático.
Esto último lo descubrí a los nueve años. Yo estaba pasando quince días de vacaciones en casa de una familia. Accidentalmente leyeron mi diario íntimo, donde descubrieron las mentiras que yo había escrito sobre todos ellos. ¡Lo hice sólo por diversión! Pero era gente muy bondadosa, bienintencionada, a la que decepcioné. ¡Fui una ingrata! Su bondad y sus caras tristes, graves, esa noche en la mesa, me hicieron sentir muy avergonzada. Yo había escrito que me trataban mal. Mi mamá me había mandado con ellos porque éramos pobres y aquélla era una oportunidad única de conocer Punta del Este. Yo no quería ir. No llevé bolso. Ellos me prestaron malla, todo. Sólo llevé el diario.
Para leer esta novela hay que forzar las cerraduras de las cajas chinas. ¿Cómo se abren las cajitas? Y, una vez más, ¿cómo se rompe el candado del diario?
–Creo que las últimas cajitas chinas no están en el pobre diario miserable y restringido de Emily sino en la lucha de los editores-personajes, que por intereses propios negociaron palmo a palmo cada página del diario íntimo a publicar. Pero quizá el candado que cierra el diario sea el liviano prólogo de Nat, que sonríe cariñosamente a las mentiras del pasado adolescente de su antigua amiga. Éste debe ser el único prólogo del libro, porque dice: “Las apariencias engañan, la mentira corrompe, la verdad no existe. Y también: el lenguaje es el agente de todos los malentendidos”.

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