Sábado, 3 de agosto de 2002 | Hoy
EL EXTRANJERO
“Quien quiera convertirse
en un escritor inútil, sólo tiene que ejercitarse”, afirma
Ermanno Cavazzoni en su último libro. Para instruir a los interesados,
urdió, con irónica pedagogía, un manual titulado Gli scrittori
inutili, cuyos ejemplos categóricos despejarán las dudas del más
pánfilo aprendiz. Las instrucciones son simples; basta con saber ahondar
en los propios vicios. Según enseña Cavazzoni, la combinatoria
de los siete pecados capitales con los accidentes de la vida –contingencias
éstas que también se cuentan por siete y son: las escuelas, las
familias, las angustias, las esperanzas, los fantasmas, los vagabundos y las
demencias– da un total de cuarenta y nueve casos posibles de escritores
inútiles. Un índice razonado se ofrece de guía para ubicar
la relación que más se adecue a las características del
postulante.
El autor de Cirenaica, adepto a la creación de personajes marginales,
retrata los usos y costumbres de estos escribas en breves relatos rebosantes
de humor negro y situaciones absurdas. Algunos de ellos, señala Cavazzoni,
gustan rodearse de muñecas inflables durante las tertulias con sus pares
y adquieren otros tantos muñecos a modo de reverencial séquito
de discípulos. Otros, calificados como escritores en desuso, viven recluidos
en habitaciones inhóspitas que las editoriales les proporcionan y se
abocan al examen de innumerables originales que, por supuesto, jamás
se publicarán. Hay escritores que son esclavos de otros escritores, y
también uno que, tras la lectura de Sacher-Masoch, dedica sus días
a fustigar las nalgas de los colegas, espetándoles, furioso, los apelativos
que los críticos utilizan para desairar sus respectivas obras. La mayoría
tiene una conducta canina y husmea con fruición a sus semejantes. Dadas
las congénitas peculiaridades de estos seres, los esquimales suelen servirse
de ellos para arrastrar sus trineos.
A este inventario feroz se suman las clases magistrales sobre cada pecado que
catedráticos de incuestionable saber inculcan a un alumno principiante.
Románticos y realistas, neuróticos e histéricos, siempre
grotescos y desdichados, ningún tipo de escritor (inútil) queda
exento de ser parodiado. Más allá de esta exhaustiva galería
de caricaturas, Cavazzoni plasma una crítica incisiva contra la literatura
misma como institución. Su mirada cáustica desbarata la dinámica
mercantil de legitimación y las jerarquías inicuas que propugna
el conjunto del campo literario, y reivindica, en cambio, una escritura libertaria.
El empleo del concepto de inutilidad con relación a la literatura tiene
más de un siglo de historia. Aquí, la valencia negativa que define
a estos escritores no es una redundancia modernista ni tampoco una mera apreciación
sarcástica que desmerezca el oficio de escritor. Gli scrittori inutili
interpela a aquellos que, desoyendo la máxima de Faulkner, poco y nada
escriben, y viven inmersos en un entorno de egos congestionados y competencias
mezquinas, relegando el lúdico riesgo de la literatura por placas de
bronce y premios de alpaca.
MAXIMILIANO GURIAN
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