Domingo, 12 de noviembre de 2006 | Hoy
KITTY FITZGERALD
Una fábula sobre los padecimientos de la adolescencia que consigue dar vida a dos personajes entrañables.
Por Mariana Enriquez
Pigtopia
Kitty Fitzgerald
Mondadori
233 págs.
No es tan fácil entrar al mundo de Jack Plum: el primer capítulo de Pigtopia, la novela de la autora irlandesa Kitty Fitzgerald que lo tiene como protagonista, es bastante desconcertante. O, por lo menos, no anticipa que espera un relato dulce y macabro, con algo de fábula y mucho de realismo. Las primeras páginas, entonces, presentan a Jack: un joven de 30 años, con una deformidad en la cabeza –aparentemente macrocefalia– y un supuesto atraso mental. Vive con su madre, que está muriendo de amargura y tuberculosis, pero pasa la mayor parte del tiempo en el sótano, donde cría una piara de cerdos en una suerte de palacio-chiquero, que comenzó a construir junto a su padre, ahora ausente. El propio Jack se llama a sí mismo “Niñocerdo”, por la forma de su cabeza, y en todo su lenguaje utiliza términos inventados, asociados con sus animales favoritos. Jack no es lo que se cree sobre él, como sucede con los cerdos –que no son naturalmente sucios, ni estúpidos, y son mucho más fáciles de entrenar que un perro, incluso–. Jack recuerda un poco a Alex de La naranja mecánica con su “idioma” nadsat; pero pronto queda claro que no es la intención de Fitzgerald deslumbrar con este tipo de juegos, sino más bien con las voces de sus protagonistas. Después de la primera extrañeza, el mundo de Jack se vuelve muy límpido, y esto gracias al contrapunto con Holly Lock, la vecina adolescente que será su mejor –y única– amiga.
La amistad es una utopía: ¿cuánto tiempo puede durar una relación núbil y leal entre un hombre de treinta años considerado el monstruo del pueblo y una chica que acaba de tener su primera menstruación? Cuando Jack invita a Holly a su palacio subterráneo, se despiertan como alarmas los lugares comunes y prejuicios, incluso del lector: demasiados crímenes contra niñas en sótanos. Y Jack parece conocer que, una vez que, Holly mediante, deja entrar el afuera, llegará con todo lo bueno pero, sobre todo, con todo lo malo.
Fitzgerald se suma a una suerte de tradición de novelas recientes que ubican lo macabro en la pubertad: Jardín de cemento, de Ian McEwan, The Butcher Boy de Patrick McCabe; y hay mucho de macabro en Pigtopia, porque la autora no se ahorra aplicar las metáforas de mataderos y faenamientos. Pero la novela es, además, sobre la injusticia –por momentos recuerda a El joven manos de tijera– y con ella, la fatalidad. El final, un tanto determinista y con tonos de sacrificio redentor cristiano, puede resultar poco satisfactorio, conformista. Pero antes Fitzgerald se las arregló para crear a dos personajes inolvidables –el retrato de Holly en toda su fastidiosa y encantadora adolescencia y la relación con su madre son impresionantes– y una novela por momentos conmovedora, siempre tensa y devorable.
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