Domingo, 4 de febrero de 2007 | Hoy
LOS INFORMANTES, DE JUAN GABRIEL VáSQUEZ
Una novela colombiana cruza historia y familia, siguiendo los pasos de Philip Roth.
Por Mauro Libertella
Los informantes
Juan Gabriel Vásquez
Alfaguara
338 páginas
Algunos ya han pronunciado la peligrosa expresión “nueva narrativa colombiana”. Es que el 2006 fue un año en el que nuestras librerías se poblaron de novedades literarias en línea directa con el país del Gabo, títulos y autores disímiles que fueron rápidamente agrupados dentro de un mismo perímetro, de un territorio que tiene como núcleo vertebral la búsqueda por deshacerse, de una vez y para siempre, de la envolvente estela de García Márquez y los suyos.
Uno de esos autores es Juan Gabriel Vásquez. Nació en Bogotá en 1973. Como tantos colombianos asfixiados por la violencia cotidiana, emigró a París y estudió literatura latinoamericana en La Sorbona. Después de vivir algunos años en esquivos pueblos de Europa del Este, haciendo traducciones y colaboraciones periodísticas, se instaló definitivamente en Barcelona. La perspectiva con la que ahora pudo pensar a su país, una tierra convulsionada y regada de sangre, pareció marcarle el tono de su ficción futura, una literatura de nítido corte político, que llega a un primer punto de culminación en su última novela, Los informantes.
La historia es la siguiente: un joven periodista escribe un libro, híbrido entre periodismo de investigación y narrativa pura, que cuenta la vida de una alemana que emigró a Colombia en plena Segunda Guerra Mundial. Apenas publicado, el padre del periodista, un prestigioso profesor de retórica, destroza al libro con una crítica lapidaria en los medios. Así se abren las dos arterias que vertebran al libro: la de la relación del narrador con su padre y la de la alemana, historia social y política de una época. Como en una arquitectura de cajas chinas, las historias se implican unas a otras, y allí donde parece llegar un final, se despliega un nuevo relato.
Los informantes puede leerse, por lo tanto, desde por lo menos dos derroteros paralelos y complementarios. El más personal, acaso el mejor logrado, en donde la primera persona se abisma en aquel drama que es la familia, y el de corte más bien social, que indaga en la muy cercana relación de Colombia con la Norteamérica de Roosevelt durante la Segunda Guerra Mundial. Vásquez ha declarado que la gran influencia que lo llevó a erigir este cruce fue Philip Roth: “Mientras escribía Los informantes pensaba en lo que ha hecho Philip Roth con la historia reciente de Estados Unidos. En cómo narra hechos concretos de la historia norteamericana a través de vidas privadas”.
Vásquez tiene una teoría interesante, que puede servir para desarmar el engranaje interno que sostiene su novela: afirma que el lector moderno es escéptico, que no cree en lo que lee, y que la técnica de cajas chinas le conferiría una mayor verosimilitud al relato central. Esa mirada sobre la literatura nos permite desplegar, por proyección, las influencias centrales del colombiano: del Quijote a Pynchon, con escalas en Bellow y Roth.
Decíamos al comenzar estas líneas que Juan Gabriel Vásquez ha sido catapultado en el pulmón de unas generaciones etiquetadas como “nueva narrativa colombiana”. Algunos de los nombres más destacados de este grupo son el de Enrique Serrano, Santiago Gamboa o Ricardo Silva Romero. Todavía no se puede hablar de generación, si es que alguna vez realmente se ha podido, pero tal vez nos sirvan las palabras de Vásquez para entender la cartografía de la narrativa colombiana actual: “Creo que en estos autores hay una dedicación seria y constante a la literatura, y eso ya es mucho pedir en un país donde el amateurismo es casi una filosofía de vida. En el cual, además, la novela es un género reciente. Es a partir de García Márquez que la novela adquiere cierta importancia en este país de poetas”.
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