Domingo, 4 de febrero de 2007 | Hoy
JUVENILES
Con También las estatuas tienen miedo (Alfaguara), Andrea Ferrari confirma su lugar en la literatura para chicos y jóvenes, buscando romper con estereotipos e introduciendo temas y personajes poco habituales.
Por Sandra Comino
En literatura juvenil, el inicio de una ficción es una parte crucial, porque de él depende la continuidad de la lectura del escurridizo lector que, en ocasiones, se resiste a leer lo que se edita expresamente para él; atraparlos de entrada no es tarea fácil.
He aquí cuatro comienzos de Andrea Ferrari capaces de capturar esa franja de lectores tan temida: 1) “Todo fue por culpa de la pelota naranja. Eso dijo Lía después, cuando intentaba explicarle a una amiga cómo había llegado a conocer un ladrón”. 2) “Era peor de lo que había imaginado. Claro que yo sabía que veníamos a un pueblo chico, pero no esperaba algo tan mínimo. Tan insignificante. Tan nada”. 3) “Tal vez todos lo recuerden, porque el caso fue famoso. En aquellos días la televisión no hacía más que repetir una y otra vez la imagen de los chicos: dos figuras minúsculas en la cornisa de un enorme edificio”. 4) “Escribí la primera lista el día que decidí ser estatua. Era un domingo, llovía con furia y yo no tenía otra cosa que hacer más que mirar el agua por la ventana...”.
El primero pertenece al cuento “¿A quién se le ocurre sonreírle a un ladrón?” e integra el libro Las ideas de Lía, lleno de enredos, dificultades cotidianas, con una mirada cómplice hacia los chicos. Tanto la presencia de un niño ladrón (no es muy común hallar este tipo de personaje en la literatura infantil y juvenil y si rara vez aparece se lo juzga inevitablemente), y la inclusión de ese conflicto, están tratados con naturalidad, sin castigos ni deseo de bajar un mensaje. En consecuencia, las situaciones son verosímiles, semejantes a las que le puede ocurrir a cualquier niña/o.
Las tres citas siguientes pertenecen a novelas juveniles. El segundo párrafo (El complot de Las Flores) nos introduce en una historia entroncada en la crisis de finales de 2001 en Argentina y cuenta cómo una familia, cuyo padre se quedó sin trabajo, debe mudarse a un pueblo perdido en el sur. Luego, Café solo, una suerte de malentendido y manipulación, cuando Carla y Marcelo son sorprendidos en una cornisa y de inmediato comienza a circular una versión del porqué, que los compara con “Romeo y Julieta”. Las personas del barrio construyen distintas interpretaciones de los hechos, interviene la televisión y los comentarios se suceden en el límite de la distorsión, la parodia, las conjeturas, con un suspenso que Ferrari consigue aportando información de manera gradual y con múltiples voces, a modo de crónicas.
Finalmente, en También las estatuas tienen miedo, introduce un nuevo tema, con un personaje que quiere enfrentar y resolver conflictos “de grandes”. La novela está narrada por Florencia, quien decide trabajar de estatua (y explotar su habilidad para no hacer nada), cansada ante los “algo-hay–que-hacer” de su madre, porque la plata no alcanza. Sin embargo, trabajar de estatua no significa precisamente “no hacer nada”. Y de pronto, se devela un mundo casi desconocido, en el cual el entrenamiento, la preparación, la concentración y el estado físico se conjugan con reglas rigurosas para lograr ser una estatua viviente profesional.
Florencia hace listas todo el tiempo, para organizar su pensamiento y sus acciones, en un cuaderno, que había sido diario íntimo, rosa, pero que al tapar con una foto de su banda de rock preferida, los corazones y la frase “mis secretos” de la tapa se convirtió en un cuaderno común. En las listas enumera: “cosas que le molestan”, “trabajos posibles”, “motivos para no atender a un papá”, “para qué sirve el diez en matemáticas”. Recurre al uso de frases, dichos populares y reflexiones.
Los cuatro libros (la autora tiene más títulos, que aquí no se mencionan, incluso algunos editados solamente en España) conjugan humor, miradas irónicas sobre hechos significativos.
Muy lejos de parecerse a las heroínas tradicionales, las protagonistas, en las obras de Andrea Ferrari, cuestionan, aceptan conflictos y resuelven. Su universo es realista e incorpora preocupaciones sociales. Hay en los relatos potencia, desenfado y juicio crítico, además de contratiempos, observaciones tragicómicas, con percepciones ácidas que los personajes tienen sobre sí mismos o hacia determinados adultos. Su literatura rompe con estereotipos o arquetipos establecidos.
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