Domingo, 6 de mayo de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Por Rodrigo Fresán
El otro día me regalaron Adverbs –la nueva novela “para adultos” de Daniel Handler, el hombre que apenas se esconde detrás del alias de Lemony Snicket– y ahí, en la solapa, en ese sitio que es la contratapa de los hardcovers, leí: “Hola. Soy Daniel Handler, el autor de este libro. ¿Sabían ustedes que es el autor quien por lo general escribe los textos que aparecen en las portadas de los libros? Tal vez quieran recordarlo y pensar en ello la próxima vez que se encuentren ahí con algo como Una fascinante novela que no puede dejar de leerse y que muestra a un escritor aclamado internacionalmente en el punto más alto de su carrera”.
De lo que se ríe Handler –y con lo que nos hace reír– es del carácter dudoso de los textos que suelen querer seducirnos con voz de sirenas y movimientos de top-model. La contratapa es la espalda de los libros (que debe ser recta y fuerte) y la solapa es su bolsillo interior ofreciéndonos, con modales casi de dealer subrepticio, la mejor droga o la más torpe y degradada pócima.
Y a todo esto –al ambiguo carácter de los textos breves sobre libros que se supone grandes– se refería el italiano Roberto Calasso cuando el pasado febrero vino a Barcelona a presentar estas Cien cartas a un desconocido (cuya edición original en 2003 coincidió con el cuadragésimo aniversario de su célebre editorial, Adelphi, y el título número quinientos de la colección Piccola Biblioteca, reuniendo un selección de los 1065 textos breves que ha firmado sobre libros de otros desde 1965) donde ofreció una suerte de clase magistral y sincera sobre el fino arte de atrapar al lector sin que esto signifique necesariamente mentirle. “¿Cómo escribir una buena solapa? Está claro que se trata de un género un tanto sospechoso. El lector vive convencido que se le quiere engañar. Reflejo inicial que no resulta fácil de neutralizar. La clave, entonces, es optar por una especie de ensayo muy corto, algo así como una jaula retórica que no sacrifique ganchos y astucias. Pero que tampoco tenga mentir”.
Está claro que, dentro del “negocio” hay casos ilustres (Calasso mencionó las presentaciones de Sciacia y de Calvino), travesuras nobles (como bien atestigua y se confiesa en el Borges de Adolfo Bioy Casares contando cómo se mataban de risa Adolfito y Georgie a la altura de la colección El Séptimo Círculo) y, por supuesto, burdas maniobras y engaños imposibles de una graciosa ingenuidad. Pero lo que prima –admitió Calasso– es la exageración del adjetivo por encima de la sustancia de lo sustantivo. Mucho elogio y pocas nueces y recomendaciones de amigos y frases críticas por lo general fuera de contexto difuminando las palabras de adentro con el palabrerío de afuera.
En un breve prólogo, Calasso explica que el antepasado más lejano del síntoma es la epístola dedicatoria dirigida al príncipe de turno suplantado ahora por el público lector al que también hay que agradar como sea: “En la edad moderna ya no existe un Príncipe a quien dirigirse, sino un Público. ¿Tendrá quizá un rostro más nítido y reconocible? Se engaña quien piense que puede afirmarlo... El capricho del Príncipe ha sido sustituido por otro, más difuso y no menos poderoso. Las posibilidades del equívoco se han multiplicado. Comencemos por la palabra: quien dice público piensa generalmente en una entidad embarazosa e informe. Pero la literatura es solitaria, como el pensamiento, y presupone la oscura y aislada elección de un individuo... Observemos a un lector en una librería: toma un libro en sus manos, lo hojea, y, durante algunos instantes, está del todo ausente del mundo. Oye que alguien habla, y que sólo él lo siente. Acumula fragmentos casuales de frases. Cierra el libro, mira la portada. Después, con frecuencia, se detiene en la solapa, de la que espera una ayuda. En ese momento está abriendo –sin saberlo– un sobre: esas pocas líneas externas al texto del libro son, en efecto, una carta: una carta a un desconocido”.
Mensaje en botella, voz poseída de médium, nota de rescate... Los textos de solapa o de contratapa son, por lo general, lo primero que se lee de un libro, y lo que vuelve a leerse al final para ver si se nos ha mentido. En este sentido, degustado este libro de solapas –en cuya contratapa se afirma que “Un programa editorial nace inevitablemente de la mezcla indisoluble entre un proyecto y el azar, y acaba configurándose como un mundo posible. Y los mundos varían en belleza, riqueza y habilidad. Este libro es una primera guía para explorar ese mundo posible que se ha manifestado bajo la forma de un bosque de páginas con el nombre de Adelphi, una de las editoriales más prestigiosas del panorama internacional”–, la sensación y el regusto es que se nos ha convencido sin por eso estafarnos. Todo lo contrario. O para decirlo de otro modo: he aquí un fascinante libro que no puede dejar de leerse y que muestra a un escritor y editor aclamado internacionalmente en el punto más alto de su carrera.
En serio. De verdad. No es mentira.
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