Domingo, 6 de mayo de 2007 | Hoy
SANT’ANNA
Una novela de enigma construida con una sólida conciencia literaria.
Por Mauro Libertella
Un crimen delicado
Sérgio Sant’Anna
Beatriz Viterbo
194 páginas
El arte es un crimen. O se puede morir y matar por el arte. O mejor, se puede morir en el interior de una obra de arte. Estas afirmaciones sueltas, tentativas esquivas y siempre ambiguas de referir un problema de larga data pueden servir como epígrafes tramposos para leer Un crimen delicado, del brasileño Sérgio Sant’Anna (Río de Janeiro, 1941). Tramposos y resbalosos, porque es imposible reducir esta novela a un enunciado que la cristalice, pues se trata de un relato paradójico, sorprendente y quebradizo. Mejor será entonces ir de a poco.
Un crimen delicado es la historia en primera persona de Antonio Martins, un crítico de teatro solitario, irónico y refinado, cuya vida da un vuelco radical cuando conoce a Inés, una mujer frágil y misteriosa. A partir de entonces, Antonio se transforma en algo así como un detective obsesionado, que con el cuchillo de doble filo de la especulación y la observación va abriendo los tajos de una trama en la que un pintor agudo hace tiempo parece haberlo incluido. Así, perseguido y perseguidor se confunden, y Antonio ya no sabe si está seduciendo a una mujer o si tan sólo está descubriendo las pistas que un artista fue plantando para que él, crítico prestigioso, las vaya desentrañando. Si bien la trama es notable, una trama que plantea acertijos y malentendidos como en un policial alucinado, lo que realmente pesa en el libro es la escritura misma. El relato está compuesto con una sólida conciencia literaria, que ya no es la añeja metaficción, sino más bien una natural y fluida conciencia de la forma y de la materialidad literaria. El narrador detiene el relato para que la escritura se piense a sí misma, y entonces cuando la acción se retoma, el lector ya no puede leer desde el mismo lugar –es un curioso modo de estrangular la pasividad del lector, de despertarlo de un sueño cómodo–. En este sentido, Un crimen delicado se puede leer como la puesta en abismo de la vieja relación entre crítica y ficción: la ficción literaria no puede sino ejecutarse desde la aceptación plena de la propia imposibilidad literaria, y en ese giro autocrítico las formas literarias ganan la posibilidad de jugar y renovarse al infinito. La lectura está avalada por la profesión del narrador, que aclara todo el tiempo que él es un crítico de teatro, pero que va a narrar esta historia sólo con el propósito de aclarar algunos hechos confusos.
En Un crimen delicado hay una sutil elaboración de lo paradójico. El realismo, desde la tradición de Sant’Anna, es un reflejo deforme de un mundo que se obstina en implosionar la lógica de lo cotidiano, una lógica siempre atravesada por la subjetividad de la voz narradora, profundamente personal. De este modo, la realidad con la que trabaja Un crimen delicado es una realidad que se pisa a sí misma, se contradice, se niega, y sólo puede ser resuelta hacia adelante, jamás hacia atrás. No es azaroso, en este punto, que el libro haya sido traducido por César Aira. Los puntos de contacto entre la novela de Sant’Anna y la obra de César Aira son vastos y hablan de una sensibilidad literaria contemporánea que ambos han capturado con sus propias poéticas y desde sus perspectivas. (También podemos imaginar, claro, que Aira, como hacía Borges al borgeanizar los libros que traducía, leyó a Sant’Anna desde su propio universo.)
Tal vez el mérito mayor de esta novela sea el de exponer una complejidad literaria, conceptual y temática sumamente enrevesada con un lenguaje límpido y transparente. Un crimen delicado es una novela que no rechaza a ningún tipo de lector, y que en su compleja simplicidad hace de la narración literaria un terreno de posibilidades para lo nuevo.
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