Domingo, 29 de julio de 2007 | Hoy
LUC NANCY / DERRIDA / RICOUER
Por Cecilia Sosa
La comunidad enfrentada
Jean-Luc Nancy
Editorial La Cebra
70 páginas
“¿Cómo ser seriamente, absolutamente, incondicionalmente ateos, siendo al mismo tiempo capaces de sentido y de verdad?” Inquietante pregunta que se plantea el filósofo francés Jean-Luc Nancy en La comunidad enfrentada, un ensayo publicado originalmente como postfacio a la edición italiana de La comunidad inconfesable de Maurice Blanchot que ahora, revisado por su autor, se publica por primera vez en español. El librito viene acompañado por una jugosa entrevista con el autor y por un orientador colofón a cargo de la filósofa argentina Mónica Cragnolini. ¡Y todo en un súper combo comunitario de apenas 70 páginas!
La pregunta de Nancy, una de las escasas figuras de la filosofía contemporánea, no podría ser más crucial: según el autor, la civilización tal como la conocemos se ha convertido en una obra de muerte. ¿Por qué? Porque bajo el nombre de “globalización” –en especial tras el 11 de septiembre– lo que se separa y se enfrenta a sí misma no es más que la propia comunidad, la propia posibilidad de estar juntos. Es por eso que ya desde la década del ’80, Nancy, pero también Bataille, Blanchot y aun Derrida han comenzado a pensar la posibilidad de una nueva comunidad como una forma de aprender a estar juntos. Pero atención: no se trata ya de una comunidad de iguales sino de distintos, una comunidad que no busca una “identidad”, ni siquiera una “obra” en común sino nada más ni nada menos que la posibilidad de ser y estar con un Otro distinto. ¿Cómo? Aceptando que el estar juntos es estar expuestos al mundo del afecto, a ser afectados y afectar, a ser tocados y tocar, y todo en la más absoluta extrañeza. Por fuera de todo nihilismo, Nancy pide aceptar que con los otros no nos une más que una diferencia radical. ¿Y cómo se resuelve esa distancia? ¡No se resuelve! Lo que se requiere, lo que hace falta, dice Nancy, es fe. Y para el autor la fe no es creencia sino puro acto: confiarse al otro sin garantías, convivir sin reaseguros posibles, una fe en la pura fe. Lo que se pide, ni más ni menos, es entregarse al misterio del otro con una confianza irracional. Tal el secreto (¿alguno más perturbador?) que acecha a nuestra contemporaneidad.
Aprender por fin a vivir
Jacques Derrida
Amorrortu
56 páginas
Aprender, por fin, a vivir. ¿Alguien puede resistirse a un libro con ese título? ¿Y si tiene sólo 56 páginas? Si no fuera por la burlona ironía que flota en el “por fin”, casi podría tratarse del más acertado exponente del género de la autoayuda. Pero no es el caso. Quien da la “receta” aquí no es ni más ni menos que Jacques Derrida, el filósofo más celado, oscuro y festejado de los últimos tiempos. Se trata de una magnética entrevista publicada por el diario Le Monde dos meses antes de la muerte del filósofo, que ahora llega en versión completa. Y sí, la lectura vale la pena, aun cuando las respuestas de Derrida sean un poco más ambiguas, más intrincadas de lo que podría suponer el lector que se embarca con cándido entusiasmo en las breves páginas del libro.
El imperativo “Aprender a vivir” fue usado por primera vez por Derrida en el exordio de Espectros de Marx, acaso su obra cumbre. Pero atención: ¿es posible aprender a vivir? ¿En qué clase, en qué curso se enseña aquello que indudablemente a todos nos toca? El equívoco nos conduce –de la mano del hábil y erudito entrevistador Jean Birnbaum– a las confesiones de un judío nacido en Argelia que ama por sobre todas las cosas la lengua francesa, que no sólo se reivindica como judío, también como europeo y como sobreviviente, “el representante final de la generación de la década del ’60”. Imbuido en ese espíritu espectral, el filósofo se anima a proponer, entre otras cosas, una Europa “altermundialista” (con fuerzas armadas propias), reemplazar el matrimonio (“una hipocresía religiosa y sacra”) por una unión civil contractual generalizada, refinada y flexible entre personas de sexo y/o ¡número! no impuesto. También, y a pesar de sus lazos siempre conflictivos con la academia, apuesta a una “universidad del mañana”, no limitada por ningún poder político o religioso.
Una entrevista inquietante, burbujeante y conmovedora. Casi un legado póstumo de un filósofo que finalmente se confiesa “un espectro ineducable que no ha aprendido a vivir” y que asegura, jaqueado por la enfermedad, “nunca estuve tan obsesionado por la necesidad de morir como en los momentos de felicidad y de goce”.
El mal
Paul Ricouer
Amorrortu
67 páginas
Si de grandes temas y ediciones pequeñas se trata, ¿cómo pasar por alto un ejemplar como El mal del filósofo Paul Ricouer? El librito hace pública una conferencia en la Facultad de Teología de la Universidad de Lausana en 1985, donde el gran fenomenólogo se sumerge profundamente y por una vez en los misterios del mal, acaso el tema que sobrevoló toda su obra.
Hay que decirlo: Ricouer es protestante y desde esta inscripción primera busca desgranar el fondo tenebroso que hace del mal un único enigma desarmando la confusión entre fenómenos tan diversos como el pecado, el sufrimiento y la muerte. Pero ¿en qué punto se enlazan el pecado y el sufrimiento? En el punto en que obrar mal es siempre dañar a otro directa o indirectamente y, por consiguiente, hacerlo sufrir.
Si fueron los mitos (de todas los colores y tamaños, tanto los orientales como los occidentales) los que permitieron recoger la experiencia del mal y articularla en un lenguaje, sin embargo, el mito, incluso en sus hipótesis más fantásticas, no aporta más que el consuelo de un orden. Un orden que desplaza y que deja en pie una pregunta: ¿por qué yo?
Ahora bien, ¿por qué el problema del mal es un desafío ante el que fracasan todas las teologías y también las filosofías más refinadas? Porque en su enigma late un grito de lamento original irresoluble. Por ello, para Ricoeur se hace necesario superar la dimensión especulativa y enfrentar el mal desde el pensamiento, la acción política e incluso desde una transformación de los sentidos. Antes de acusar a Dios o especular sobre un origen demoníaco, es necesario actuar ética y políticamente. ¿Cómo? De un modo simple y hasta obvio: “Toda acción que disminuya la cantidad de violencia ejercida por unos hombres contra otros, disminuye el nivel de sufrimiento en el mundo”. Pero la respuesta práctica aún es insuficiente, Ricouer recurre a Duelo y melancolía de Freud. De nada sirve responsabilizar a un Dios por haber querido castigar, tampoco buscar consuelo en la idea de que “El” mismo sufre. Se impone, para Ricouer, amar a Dios a pesar de todo. De lo que se trata es de romper con el lamento porque el sufrimiento es, ni más ni menos, irreductible.
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