Domingo, 5 de agosto de 2007 | Hoy
PRADA
Poco difundido aún en la Argentina, el español Juan Manuel de Prada es un personaje bastante disruptivo, por derechas, en la Madre Patria. Y también es un escritor audaz, que cultiva formas experimentales. Su última novela es una polémica reflexión sobre la memoria.
Por Juan Pablo Bertazza
El séptimo velo
Juan Manuel de Prada
Seix Barral
644 páginas
Para leer este libro hay que atravesar casi setecientas páginas ni siquiera divididas en capítulos que pudieran ayudarnos a llegar más rápido al final sino apenas en dos partes. El prólogo ocupa más de cuarenta páginas, el epílogo otras tantas y hasta hay lugar para una lista de agradecimientos a distintas publicaciones que ayudaron a documentar la novela. Y algo más: está escrita por un español (seamos sinceros: se sabe las altas cimas de aburrimiento que puede alcanzar la literatura española por estos días) pero no por un español más: está escrita por un español que, en muchos de sus artículos periodísticos publicados en el diario ABC o la revista El Semanal, viene demostrando que todavía queda gente que sigue pecando de ultraconservadora, que se opone a la eutanasia, el aborto y el matrimonio homosexual; en otras palabras, que defiende la libertad y la santísima misión de la Iglesia a punto tal que llegó a decir “no acepto otra autoridad que la que viene de Roma”.
¿Se puede hacer otra cosa que apagar a este autor con el fuego del odio o con el humo de la indiferencia? Resulta que sí queda algo. Tal vez en un intento de llevar a la máxima expresión aquella idea de que innovación literaria e ideológica no siempre van de la mano, Juan Manuel de Prada conquistó no sólo al público lector de su país sino también a muchos escritores en 1994 con una novela que llevó el módico nombre de Coños. Si el desafío de todo escritor, en estos tiempos de hiperinformación, superpoblación literaria y sepa todo lo que quiera saber en Google o vea todo lo que quiera ver en Youtube, es lograr el imposible de traer alguna novedad a la cada vez más ensanchada casa de la cultura, Prada lo logró con un libro insólito aun para estos días: una colección de prosa lírica, escritura automática desautomatizada o como se le pueda llamar a un nuevo intento de romper géneros que, además de hacerle un guiño al libro Senos de Gómez de la Serna, significó un sentido homenaje a la mujer como sólo un hombre puede hacerlo.
Qué no se puede esperar entonces del último libro de este rara avis que ya había recibido la bendición del Premio Planeta por su novela La tempestad (1997), y al que el New Yorker nombró como –nada más ni nada menos– uno de los seis escritores europeos con más futuro. El séptimo velo –que se adjudicó este año el Premio Biblioteca Breve 2007– ya desde el título –aquel último velo que ningún hombre bajo ninguna circunstancia deja caer– nos vuelve a llamar la atención sobre los propios disfraces de Juan Manuel de Prada, quien, cuando nadie se lo veía venir, edificó una epopeya muy al estilo Víctor Hugo, con una extraña combinación entre el poder expresivo del barroco y la elaboración típica de estilos más simples.
Y la mejor arma contra su embolante extensión es el ritmo vertiginoso de su trama: ya en las primeras páginas nos encontramos con Julio, un hombre enamorado y feliz que pierde a su esposa en un accidente de tránsito y con ella a un hijo aunque no sabía nada del embarazo. Poco después muere su madre de cáncer y entonces su padre le confiesa que no es su padre. Ahí, en ese preciso y precioso instante, Juan Manuel de Prada corre las cortinas de sus páginas para cambiar el escenario de la actualidad por el de la Segunda Guerra Mundial, y el de este hombre completamente anonadado por Jules Tillon, un verdadero héroe de la Resistencia francesa que, gracias a su fama de salvar judíos, fue rebautizado como Houdini. Pero está el pequeño detalle de que él mismo tiene que enterarse de todo esto porque, luego de golpearse la cabeza y ser rescatado por un circo trashumante manejado por el gobierno británico para salvar a los perseguidos del nazismo, pierde la memoria.
El problema es que el golpe provoca en Jules un olvido absoluto que lo dejará, como a Julio, sin un pasado y con la obligación de abandonar a la prestidigitadora que lo salvó, permanecer en un manicomio y residir en la Argentina. Tanta vuelta para terminar por recordar cosas que jamás hubiera querido haber vivido.
Precisamente, tal vez con esta novela Prada logre conquistar, después de cierta indiferencia, a nuestro país, aunque lo hace de una manera poco convencional: sacando de la galera el asilo que Perón dio a varios nazis en nuestro país y convirtiéndose, tal vez, en la primera novela extranjera en hablar del colapso económico, político y social del 2001.
Es que, como sucedió con las ideologías y países partícipes de la guerra, los personajes de esta novela –y, por cierto, el autor mismo– están llenos de doble fondo, trucos de magia, amores y traiciones. Lo más notable no es que quien emprende una apología tan nietzscheana del olvido y un escepticismo tan posmo frente a la idea de los héroes sea justamente Juan Manuel de Prada. Lo más notable es el resultado que provoca: podría haber sido escrito en menos páginas, claro que sí, pero esas páginas le sientan bien a la atmósfera en la que el velo del libro finalmente cae.
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