Domingo, 12 de agosto de 2007 | Hoy
BARBA - MONTES
A pesar de parecer institucionalizada por Internet y la universidad, la pornografía sigue dando que hablar. Ahora es el turno de un porno responsable y comprometido.
Por Cecilia Sosa
La ceremonia del porno
Andrés Barba y Javier Montes
Anagrama
200 páginas.
¿Qué puede tener de sorprendente un libro sobre pornografía cuando el debate sobre el acceso a ella se resolvió con un simple clic en la web y cuando ya existe una disciplina universitaria, los Porn Studies, dedicada a su análisis? ¿Qué otra revelación hace falta cuando ya hay versiones porno de Star Wars, de 007 y hasta de El Señor de los Anillos? El premio Anagrama de Ensayo de este año fue para La ceremonia del porno, un libro escrito a dúo por Andrés Barba (novelista) y Javier Montes (traductor y crítico de arte), de 31 y 32 años respectivamente. ¿Y cuál es la novedad del ensayo? Contra aquellos que se ponen a salvo diciendo que el porno es tonto, vulgar o aburrido, y aun contra la posición camp de Susan Sontag que lo analizó con frío interés cultural, los autores afirman que no es posible hablar de pornografía desde una perspectiva neutral. Es más: arriesgan que el porno –el adecuado para cada uno– nunca es aburrido y que para todo el mundo existe una pornografía que no puede mirarse sin inquietud, sin fascinación y aun sin miedo.
La hipótesis del libro es que, si no hay nada más sencillo que ver porno, nada puede ser más complicado que verse a uno mismo viendo porno. ¿Por qué? Porque la pornografía es un ceremonia que exige un compromiso; una suerte de ritual tan mágico como oscuro que muestra cómo cada uno puede ser otro para sí mismo. He aquí la revelación y la amenaza.
¿A dónde vamos a ir a parar con todo esto?, bien podría preguntar una abuela. No hay duda: el porno ha encontrado en Internet su museo personal. Sin embargo, Barba y Montes también se ocupan de desestimar toda escalada y aseguran que el único enemigo mortal del porno es el tedio. Así, cuando las producciones de cuerpos perfectos se vuelven demasiado suntuosas, irrumpe el porno del Este, festejado por su “frescura” y su “realidad” poscomunista. O el porno amateur o aun el porno gonzo que elude el cliché para descubrir el encanto de los cuerpos sin maquillar.
Ahora bien, si la web ha devenido videoclub independiente, tan ampliado como portátil y elástico al más caprichoso gusto personal, la verdadera novedad implicada en el salto digital es que ha logrado transformar al consumidor de pornografía en sujeto pornográfico. Con el revelado privado, el porno llega a todos los hogares y al placer voyeurista se añade el placer narcisista de la propia contemplación.
¿Unas líneas más para enfurecer aventureros? La experiencia pornográfica no es compatible con el humor ni con el arte. Tampoco puede ser colectiva: sólo en soledad puede producirse esa alianza enigmática donde trastabilla todo criterio estético y lo real queda en suspenso. El porno tampoco quiere hacerse presente en la esfera pública. No busca vencer el tabú, sino que lo merodea. El porno es eficacia. A la vez que reclama para sí la marginalidad, reafirma el orden social en el que se asienta. A diferencia del arte, el porno anima a no entender, a no interpretar y para colmo aborrece el talento... en fin, un ensayo que combina gracia y erudición, animoso y convocante, destinado a encender debates. Y que regala, hacia el final, una bonita colección de citas para disfrutar (¡en privado!).
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