Domingo, 19 de agosto de 2007 | Hoy
ABBATE
Un presente repleto de marcas de contemporaneidad
representa el mundo que siguió a la crisis.
Por Patricio Lennard
Magic Resort
Florencia Abbate
Emecé
140 páginas
Entumecido en un sofá a causa de la depresión, Max mira las imágenes del desplome de las Torres Gemelas con la indiferencia con que se escucha una música de fondo. Ese mismo día juntará un montón de pastillas y las tomará. Con el recuerdo de esta escena principia Magic Resort, la segunda novela de Florencia Abbate en la que Max, un joven maníaco-depresivo que luego de su frustrada tentativa de quitarse la vida es internado en una clínica psiquiátrica, constituye el centro de una constelación de personajes que retoma la estructura coral de El grito, la anterior novela de la autora, y en cuyas historias resuenan tanto las inconstancias del amor como la impronta generacional de la post-adolescencia.
Así, Rocío, una muchacha que regresa de España para asistir a la muerte de su abuela y de la que Max se enamora; Lenis, una traductora que luego de varias relaciones frustradas viaja a Londres a reencontrarse con Justine, su antigua amante; y Rush, fugaz marido de Lenis y arriesgado documentalista en zonas de desastre, completan la galería de narradores-personajes. Una pluralidad de voces cuyo carácter fragmentario tiene un correlato en la yuxtaposición de poemas, citas, fotos, dibujos y hasta e-mails (forma discursiva que la separación de los personajes, hacia el final, torna necesaria) que le da a la novela un dinamismo tanto narrativo como gráfico.
Abbate, de este modo, prefiere la sugestión del resumen descarnado y la economía expresiva, donde la rapidez con que se suceden las acciones (que rara vez llegan a conformar escenas) reposa en la libertad para la elipsis, más allá de que esta agilidad y desenvoltura y concisión del estilo puede dejar a algún que otro lector con las ganas de más y añorando, tal vez, la mayor densidad narrativa de El grito. Algo que es coherente con el agudo afán de asir a través de la escritura, algo de la evanescencia y aceleración de la vida en el presente.
También en esta novela hay situaciones excéntricas, y no por ello imposibles (como el casamiento de Rush y Lenis a los dos días de haberse conocido; las siestas de esta última en sus sesiones de diván ante el silencio de su terapeuta), que recuerdan a la literatura de Martín Rejtman. Afinidad que se robustece si se mira la ausencia de reparos con que Abbate (como antes Fogwill) echa mano a ciertas formas de lo actual en una novela en la que los personajes tanto pueden ir a un after como jugar a la Play Station.
Es esa voluntad de estar a tono con la época, esa concepción de la literatura como empresa imbuida de contemporaneidad (que en El grito se cristalizaba como una versión temprana y al sesgo de la crisis política de 2001) lo que en Magic Resort hace justificable un relato como el de Rush y su incursión en la Franja de Gaza. No en vano la novela se abre con una referencia al 11 de septiembre de 2001 y transcribe, en sus últimas páginas, un mail que menciona el catastrófico tsunami: signos que operan como marcas temporales y montan la ficción en el escenario del presente.
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