Domingo, 19 de agosto de 2007 | Hoy
ROTZAIT / EDWARDS / SAMPAOLESI
Cuando las sombras
Perla Rotzait
Pre-textos
98 páginas
Por Leonor Silvestri
El último libro de poemas de Perla Rotzait es en realidad el primero; Cuando las sombras fue publicado en 1962. Y los aires oraculares, que de su poética emanan, hacen perennes a los poemas aquí reeditados, donde la autora logra decir la soledad en que la persona humana se define y se expresa. Cada una de las partes de Cuando las sombras, con temas universales, es propio de un estilo tradicional hasta la expresión pronominal (“Ni un gesto / ni un llamado / lo que no me viene de ti / no debo recibirlo de ti / por azar”). Sus palabras y su manera de usar las personas recuerda la tradición de habla española con tópicos y modos que, a conciencia, podrían ser los de cualquier otra región de habla hispana (“Cuando regreses a tu ciudad / si regresas... / Y te diga tú / y tú me digas / y podamos reconocernos”).
Con grandes verdades metafísicas encriptadas en breves poemas (“Somos el sol que nos calienta / El que alumbra otras islas / nos ofende”), desde algún lugar no explicitado, los filósofos presocráticos resuenan y hablan, a través de los textos de Rotzait, acerca de un momento donde la poesía y la ciencia estaban más unidas que ahora, o donde la poesía podía ser la escalera para el ascenso espiritual o el descubrimiento de una verdad trascendente (“El sueño / de un destino propio / obra el milagro / de la resurrección / y nacemos / por primera vez / con medida humana”). Pero, el yo lírico no puede evitar replegarse, y protegerse del afuera, hasta la emoción frente a los mínimos, grandes descubrimientos. Toda la voz de esta obra tiene un tono profético con aires sáficos no confesos a través de una lírica que despliega temas políticos sin adscripción ideológica aparente, que podrían ser el enojo con la raza o con el varón.
En la resaca
Daniel Freidemberg
Paradiso
117 páginas
Por Rodolfo Edwards
En la resaca, de Daniel Freidemberg, propone una peculiar forma de abordar el lenguaje poético. Volver una y otra vez sobre una escena que se pergeñó en la memoria, en el espacio flotante de la duermevela, en la opción ramdom en que se transforman paulatinamente los actos del pasado. Anclarse en un punto suspendido, intermitente y centelleante de la historia argentina. Puede tratarse de un auto abandonado degradándose al sol, una paloma muerta, un graffiti o la acumulación de marcas en marquesinas, lo que sume al hablante en una suerte de alienación visual: "En la ciudad, un auto roto, / corroído ya por la humedad / da al corazón algo que hacer". Entre la presuntuosidad técnica, las cabriolas patafísicas y el diario personal, la poesía escrita en los últimos años por estos lares se desnace patéticamente, intentando nadar en el lecho de un río seco, y algunos oportunistas pastores del nadismo predican desde sus púlpitos la mentirosa y falaz monodia de la aridez.
La acumulación de objetos en la memoria, su contemplación, verlos brillar y escaparse, conminan al hablante a la redacción de la crónica. Pero siempre hay una mirada ordenada por el concepto. Toda esta propuesta de Freidemberg se transforma en un desafío, quizás, a una tradición poética argentina más ligada a la veneración de la labilidad de los azares del lenguaje, que suele ser presentado como el potro indomable, el intocable, el que asusta, el que invita a la eterna indecibilidad que suele lindar con la imbecilidad del balbuceo. Cuando un poeta opta por la elocuencia suele ser acusado de facilista o, lo que es peor, de adherir a estéticas obsoletas. En estas y otras encrucijadas, Daniel Freidemberg sale airoso, haciéndose cargo de la época y su circunstancia.
A la hora del té
Mario Sampaolesi
Barataria
76 páginas
Por Juan Pablo Bertazza
Si se hiciera una competencia para determinar la infusión más aristocrática de todas, el primer premio se lo llevaría el té. A diferencia del mucho más expeditivo cafecito y sobre todo del comunitario mate, el té –por lo menos en la versión más inglesa luego de sus orígenes orientales– implica una parafernalia de bandejitas, platitos, masitas, tazas, cucharas y tostadas, que suele dejar como resultado una mesa derrochona en la que varios objetos pueden terminar nada menos que intactos. Clavando las agujas de su lenguaje en las 5 pm, entonces, Mario Sampaolesi se propone explotar nuevamente los intersticios entre prosa y poesía que ya había puesto en práctica en Miniaturas eróticas o La vida es perfecta. Y lo hace poniendo en diálogo el dolor de un amor que termina entre mucho despilfarro con el grito sordo de los "hombres, mujeres y niños de la multitud" inmersos en la pobreza. A la hora del té –cuya lectura pareciera recrear la duración de aquella ceremonia– se salva de ciertos lugares comunes: ni estetizar la pobreza, ni condenar el refinamiento. En todo caso, su fuerza radica en expresar la inutilidad de la acumulación que lo único que logra acaudalar es la melancolía y la soledad: "Por todas partes abunda la acumulación / de desechos, la idea de desperdicio, el / fragor de la soledad: el opulento vacío / de una civilización que en su codicia se / devora". Después de todo, cuando termina la hora del té y empieza a caer el sol, todo parece confirmar que el lujo, además de vulgar, es estéril.
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