Domingo, 2 de septiembre de 2007 | Hoy
GUIMARAES ROSA
Entre Borges y Joyce, los primeros cuentos de Guimaraes Rosa prefiguraron su extrañeza y su obra magna, Gran Sertón: Veredas.
Por Mauro Libertella
Sagarana
Joao Guimaraes Rosa
Adriana Hidalgo
447 páginas.
Sagarana es el primer libro de Guimaraes Rosa. Lo terminó a los 29 años y originalmente iba a llevar el escueto título de Cuentos. Años después declaró que lo que buscaba era “embarcar entera mi concepción del mundo”. Un propósito ambicioso, que necesitaba sobre todo encontrar una forma, un cauce para verter toda esa materia de que está hecho el extraño imaginario del brasileño. Inmediatamente surgieron los dilemas, y Guimaraes Rosa los resolvió con una decisión que marcaría su obra futura y fundaría lo que podríamos llamar su poética. Esa decisión está centrada en la elección de un espacio y una lengua, espacio y lengua en los que penetraría hasta agotarlos en la cima de su obra maestra, Gran Sertón: Veredas.
Guimaraes Rosa ha sido comparado con Borges, con Proust y con Joyce. Con Borges comparte el hambre herbívora por la cultura universal. Sin embargo, mientras los cuentos de Borges son arquitecturas milimétricas y perfectas, los de Sagarana son relatos disgregados, abiertos, expansivos. El paralelismo con Joyce es, sí, sumamente curioso. Sagarana puede ser ubicado en la misma tradición que los Dublineses, el primer libro de Joyce: un puñado de cuentos de un extraño realismo que dan cuenta del origen, del lugar desde donde se parte. Y sería interesante probar una lectura comparada de Gran Sertón: Veredas y Ulises: dos libros indescriptibles que agotan las mil posibilidades lingüísticas de una comunidad de habla.
Los nueves relatos de Sagarana están signados por algo que podríamos llamar “lo inacabado”. Son relatos potencialmente infinitos, y por eso a la crítica le ha costado delimitarlos y decidirse entre las nociones de cuento, relato y nouvelle. Así lo atestigua, por ejemplo, “Duelo”. Allí se narra la historia de un hombre que persigue a otro para darle muerte, durante largos años. La sensación de una realidad cíclica que en la repetición encuentra su diferencia es capital en el cuento y en el libro. Otro de los grandes relatos de Sagarana es “La oportunidad de Augusto Matraga”, que circuló en los años setenta en un librito de cartón editado por Galerna, y que muchos se pasaban de mano en mano con la discreción con que se pasa un secreto.
Respecto del estilo y la escritura de Guimaraes Rosa, esa prosa extrañísima que todavía no ha sido del todo asimilada en el pulmón de la literatura que hoy se escribe, él mismo escribió: “Recé, de verdad, para que pudiera olvidarme por completo de que algún día ya hubieran limitaciones, tabiques, prejuicios, respecto de normas, modas, tendencias, escuelas literarias, doctrinas, conceptos, actualidades y tradiciones –en el tiempo y en el espacio–. Eso, porque: en la olla del pobre, todo es condimento. Y según aquel sabio salmón griego de André Maurois: un río sin márgenes es el ideal del pez”.
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