Domingo, 7 de octubre de 2007 | Hoy
ARMUS
La tuberculosis es mucho más que un bacilo: el libro de Diego Armus confirma que esta enfermedad fue tan imaginaria como real en la historia cultural argentina.
Por Patricio Lennard
La ciudad impura
Diego Armus
Edhasa
413 páginas
Pocas revelaciones como la de la sangre que un acceso de tos deja en un pañuelo han suscitado tantos temores de la imaginación, tantas metáforas y mitos. Pues si algo ha sido la tuberculosis, esa enfermedad incomprendida durante tanto tiempo, es un artificio cultural que se potenció una vez que Robert Koch descubrió en 1882 el famoso bacilo. En La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950, Diego Armus elabora una historia sociocultural de la enfermedad anclada en las vicisitudes que hicieron de Buenos Aires una ciudad moderna. Una empresa que parte de la premisa de que la tuberculosis, además de haber sido durante décadas un problema central de la salud pública, fue también una experiencia estigmatizante, un motivo de temor, un tópico de la literatura y una noticia recurrente en diarios y revistas. Una variable, incluso, que desde 1870 fue tenida en cuenta por el Estado a la hora de impulsar la creación de plazas y parques para hacerle frente a la pujante urbanización de la metrópolis (en un momento en que la metáfora del verde urbano como "pulmón" comenzaba a gestarse), y que también fue un fantasma que sobrevoló tanto la Campaña del Desierto como el proceso inmigratorio, toda vez que la "predisposición racial" fue juzgada como una de las posibles causas de esa patología.
La alianza entre los discursos médicos y morales ha engendrado, históricamente, numerosas normas y prejuicios. Prescripciones moralizantes que –según Armus– vieron en el "exaltado apetito sexual de los tuberculosos" una causa y un efecto de su padecimiento. No por nada el matrimonio llegó a ser considerado un factor acelerador de la muerte del enfermo "por las pasiones que conlleva", al tiempo que la moderación y la abstención periódica se postulaban como paliativos. Advertencias sobre la vida sexual del tuberculoso que se asociaban, a su vez, a la masturbación y a la infección sifilítica, ora por lo difícil que era para los enfermos internados durante largas temporadas no entregarse –en palabras de un tisiólogo– a "la aberración y el solitarismo"; ora por cómo en el "ambiente bacilífero del cabaret" y en los besos de las prostitutas el contagio acechaba las relaciones ilegítimas. De ahí, pues, que los "besos infectantes" fueran codificados como una de las formas de contacto corporal más peligrosas. O que se desaconsejara escupir en el suelo, compartir la bombilla del mate, y hasta mojar con saliva los dedos para dar vuelta las páginas de un libro.
Las mujeres, en este sentido, constituían el blanco privilegiado por el discurso antituberculoso. La responsabilidad que les cabía en el "ideal de la casa higiénica" (contraparte del mito que imbricaba la enfermedad con la pobreza, la comida insuficiente y las habitaciones frías) era proporcional al modo en que los discursos sociales feminizaban la tuberculosis. Prueba de ello es la galería de mujeres tísicas que inunda la literatura y las letras de tango en las décadas del '20 y del '30, y cuyo modelo es "la costurerita que dio aquel mal paso" de Evaristo Carriego: esa inocente pajuerana que, deslumbrada por las luces de la ciudad, termina desengañada, prostituida y enferma. Una cuestión de género que abrigaba, en la moda del corsé y en la "respiración malsana" que éste producía, una de las justificaciones a la falacia de por qué las mujeres eran más propensas a contraer tuberculosis que los hombres, y que en los casos en que la medicina le dio crédito a la "hipótesis hereditaria" incitó a algunas enfermas a interrumpir sus embarazos.
Si bien La ciudad impura incurre en algunas redundancias y confunde, por momentos, la investigación exhaustiva con una excesiva inclinación al pormenor, Armus compone un libro informado y riguroso, que reaviva desde otro ángulo la fascinación por el discurso de los médicos higienistas que Jorge Salessi reveló en su pionero Médicos, maleantes y maricas. Un libro, La ciudad impura, que abona el terreno para el estudio de la enfermedad por parte de las ciencias sociales y las humanidades, y que explica con claridad por qué "la tuberculosis es mucho más que un bacilo".
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