Domingo, 7 de octubre de 2007 | Hoy
LAURENCICH
Una colección de cuentos con mujeres que son brillantes pero también pueden hundirse en la oscuridad.
Por Jorge Pinedo
Historias de mujeres oscuras
Alejandra Laurencich
Norma
230 páginas
Al revés de la luna, que reserva su lado oscuro en exclusiva para Pink Floyd y nadie más, las terráqueas osan ostentarlo a veces adrede, a veces cuando se les escabulle. Aquellos que se mantienen en la sombra, quienes se zambullen escaleras abajo a un tugurio para hallar una soldadora de féretros, una amiga que bascula entre la dicha y la desgracia, son los personajes convocados por Alejandra Laurencich en dieciocho cuentos donde las mujeres vuelven a ser protagonistas. Ya en Coronadas de Gloria (2002) esta narradora y guionista había transitado una veta subjetiva capaz de irradiar por fuera de cotos autorreferenciales. Con Historias de mujeres oscuras, Laurencich perpetra una torsión de estilo que la instala en una senda fértil en su economía de lenguaje, sutil en la filigrana de los detalles. Oscuras aunque brillantes, las mujeres que cuentan agazapan sus historias al advertir que ya nada puede salvarlas; especialmente de sí mismas. Recortadas de una generación que se hizo mujer en la más tétrica de las épocas argentinas, estas hijas de la dictadura se callan mientras disimulan quiénes son, qué piensan; más aún: que piensan. Habitadas por la culpa y la especulación como estrategia de supervivencia, parecen muchas veces tilingas pequebú que sueñan a partir de las ensoñaciones masculinas, se descuelgan de los códigos caretas del grupo terapéutico, se desintoxican de droga para atiborrarse de otra cosa, juegan su vida al giro de una cuchara dentro del guiso, gozan del reflejo del goce ajeno o hacen del placer una torturante paranoia.
Con momentos sobresalientes sostenidos a medida que se aleja de la primera persona, la autora se anima a incursionar en la voz masculina para descifrar ciertos códigos, acaso de la obsesión, tal vez de su propia escritura. Frases escuetas, limpieza adjetiva, remates contundentes por lo inesperados vibran en las cuerdas estilísticas de la narrativa contemporánea para asomarse sin timidez en la experimentación que desde Lewis Carroll visita uno y otro lado del espejo en la comprobación de que, quien se mira a sí mismo y sólo habla de ello, condena al semejante a escaldarse en lo que nada le importa. Laurencich hace una práctica de tal procuración, va y viene sin agobiarse en la frialdad de lo impersonal, instalando la potencia de su impronta.
Universo femenino que en ningún momento pretende despojar al planeta de varones, coloca la articulación entre mujeres en su regio sitial y da a la palabra del cuento –en esta reinauguración del género que viene sucediendo a nivel editorial– el brillo propio que resta tras el encandilamiento.
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