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Domingo, 14 de octubre de 2007

EL GENOCIDIO COMO PRáCTICA SOCIAL, DE DANIEL FEIERSTEIN

Horrores paralelos

Un ensayo insoslayable sobre los ’70 homologa el genocidio nazi y el de la dictadura militar argentina mediante el análisis de sus métodos y prácticas sociales.

 Por Mariano Dorr

El genocidio como práctica social
Daniel Feierstein
Fondo de Cultura Económica
408 páginas

“Un terrorista no es solamente alguien con un revólver o una bomba sino cualquiera que difunda ideas que son contrarias a la civilización occidental y cristiana.” La –tristemente célebre– frase de Jorge Rafael Videla revela el objetivo principal del Proceso de Reorganización Nacional: se trataba de “una lucha política que trasciende meramente la disputa ideológica para transformarse en un conflicto que pretende remodelar las relaciones sociales a través del terror y la muerte”, escribe Daniel Feierstein. En busca de una homogeneización (ideológica, religiosa y cultural) la última dictadura militar consistió en la destrucción de todo proyecto de autonomía. Sin embargo, la “reorganización” social a partir de una industria de la muerte (producción de cadáveres) aparece ya en la Alemania de Hitler: “El nazismo, de esa forma, inaugura la idea de la reorganización genocida, del poder del aniquilamiento como destructor y refundador de las relaciones sociales”. El libro de Feierstein constituye un análisis pormenorizado del nazismo y el Proceso, en tanto prácticas sociales genocidas, dando cuenta –en clave foucaultiana– de las tecnologías de poder que hicieron posible ambas experiencias.

Daniel Feierstein (sociólogo y doctor en Ciencias Sociales) narra un encuentro –en el marco de su cátedra de “Análisis de las prácticas sociales genocidas”, en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA– entre sobrevivientes de la experiencia concentracionaria argentina (Jorge Paladino, Mario Villani y Graciela Daleo) y Charles Papiernik (sobreviviente de Auschwitz). Después del testimonio de Mario Villani, el micrófono pasó a manos de Papiernik: “Pero había sólo silencio. Charles no podía hablar”. Cuando pudo hacerlo, dijo: “No tengo nada para contar. Lo que he vivido en Auschwitz es lo mismo, es lo mismo que les ha contado él; es lo mismo”. Feierstein comenta: “Tuve que insistirle en voz baja para que hablara –lo tenía a mi lado y pude abrazarlo suavemente–, decirle que justamente sabíamos que era lo mismo, pero que por ello necesitábamos escucharlo”. Sin embargo, el autor aclara que no se trata de decir que Auschwitz y la ESMA son “lo mismo”, sino de mostrar el funcionamiento sistemático –en ambos casos– de aquellas tecnologías al servicio del genocidio reformulador de las relaciones sociales: la construcción de una “otredad negativa”; el hostigamiento; el aislamiento; las políticas de “debilitamiento sistemático”; el aniquilamiento material y la “realización simbólica” del genocidio.

En las últimas páginas de su trabajo (y a lo largo de todo el volumen), el autor señala la importancia del aspecto simbólico, a la hora de representarnos lo ocurrido en nuestro país en los años ’70. Allí “se juega no sólo la comprensión del pasado, sino, fundamentalmente, las consecuencias que de dicha comprensión podemos extraer para el análisis de nuestro presente”. Así como los judíos no fueron asesinados por el mero hecho de ser judíos (sino por conformar una comunidad difícil de “normalizar”, capaz de evadir y subvertir la lógica identitaria de la modernidad), en el caso argentino no se trata de decir que los detenidos desaparecidos “no habían hecho nada” (como si “hacer algo” justificara la desaparición), sino de “comprender qué querían destruir los sectores dominantes cuando definían aquella entidad que calificaron como delincuencia subversiva”. El libro de Feierstein, decisivo para comprender los mecanismos ocultos que dieron lugar al horror nazi-argentino, logra mostrar el paso (ya ensayado por Elsa Drucaroff, en su análisis del prólogo al Nunca Más) del “por algo será” (propio de una realización simbólica del genocidio), al “por algo fue”. Ese “algo” debería seguir siendo, todavía, nuestra tarea.

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