Domingo, 14 de octubre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
Pocas obras del ámbito latinoamericano deben haber sido relegadas al olvido después de un período de éxito tan fulgurante como la de Manuel Scorza. Reeditada por la editorial De la Campana, Redoble por Rancas abre el proyecto de difundir en Argentina toda la obra del escritor peruano que supo conjugar investigación, denuncia y realismo mágico y dotar a los indígenas de su patria de una entrañable herramienta intelectual.
Por Patricio Lennard
Un día del mes de junio de 1983, la esposa de un juez fue secuestrada de su hacienda por combatientes de Sendero Luminoso, y luego ejecutada en una plaza pública de Yanahuanca, departamento de Cerro de Pasco, en los Andes centrales del Perú. Decir que esa mujer era la esposa del juez Francisco Montenegro, y que en el lugar en que la ultimaron transcurre Redoble por Rancas, la novela que en la década del ö70 le dio fama internacional a Manuel Scorza, acaso sería invocar una simple coincidencia. Decir, no obstante, que esa mujer es un personaje que aparece fugazmente en la novela, y que su esposo el juez Francisco Montenegro es uno de sus protagonistas; o que ese asesinato, como el autor sugiere en el epílogo a la edición de 1983 de su novela, en parte se debió a lo que allí denuncia acerca de ese hombre abusivo y de su "temida, todopoderosa, legendaria esposa", prueba que los hechos no constituyen sólo una de las tantas noticias policiales que los diarios publicaron ese año en que Sendero Luminoso se cobró el mayor número de víctimas de toda su historia, sino una intrusión de la realidad en la ficción, un efecto colateral de la literatura, una coda sangrienta que se le añadió al texto.
Pero la sangre, también, fue un punto de partida...
Un día del mes de octubre de 1956, luego de que la dictadura del general Manuel Odría lo obligara a vivir ocho años en el exilio a raíz de su militancia política en el APRA, un movimiento que conjugaba el antiimperialismo con una prédica indigenista, Manuel Scorza regresó a Lima. Trabajando como periodista, se enteró de unos levantamientos campesinos que se venían dando en la zona de los Andes centrales, en donde una compañía minera norteamericana, la Cerro de Pasco Corporation, con la connivencia del gobierno, se estaba adueñando de grandes terrenos para crear una división ganadera. Los desalojos masivos y las usurpaciones, y las sucesivas protestas y revueltas, habían dado lugar al encarcelamiento y la matanza de muchos campesinos. Para el momento en que Scorza decidió emprender el viaje e iniciar en el lugar una investigación que le llevaría meses, y que realizaría de manera clandestina, la prensa peruana prácticamente no había hablado del asunto.
"Asistí a las más terribles escenas: prisiones, fusilamientos, masacres, asaltos", recordaría Scorza. Hechos que lo llevaron a comprometerse casi de inmediato con la lucha de los pobladores, aceptando el cargo de secretario en el Movimiento Comunal del Perú, que pugnaba por la recuperación de las tierras usurpadas, y publicando manifiestos de denuncia que le valieron años después una nueva partida al exilio bajo la acusación de "atacar la seguridad del Estado". En los meandros de esa experiencia, en los testimonios recogidos entre los sobrevivientes, en las fotos y grabaciones que acopió como pruebas, Scorza dio con la materia prima de lo que sería su ciclo de cinco novelas que empezaría a escribir en París en 1968, y que tituló La guerra silenciosa.
Redoble por Rancas fue su primera entrega.
Traducida a más de treinta idiomas, lectura obligatoria de quienes en los '70 mantenían el sueño revolucionario, y pretendida culminación de la narrativa indigenista en la que si alguien descolló fue José María Arguedas, Redoble por Rancas es una novela que denuncia los atropellos perpetrados en Perú por la Cerro de Pasco Corporation y por el "gamonalismo", el régimen que se basaba en el poder semifeudal de los latifundistas y en la explotación de los campesinos. Algo que Scorza realiza en su novela adaptando la "cuestión indígena" a los nuevos patrones literarios que había traído consigo el boom latinoamericano y buscando, de paso, imprimirle "eficacia política" al realismo mágico. No en vano, en Redoble por Rancas, Héctor Chacón, su protagonista, tiene el don de ver en la oscuridad, y el Cerco con que la compañía circunda las tierras crece como si fuera un monstruo, descontroladamente. No en vano una partida de póquer llega a durar tres meses, un personaje habla con los animales y convence a los caballos de que abandonen la hacienda de sus patrones para después venderlos, y los personajes escarban agujeros en la tierra para poder, como en Pedro Páramo, contarse de tumba a tumba lo que les ha pasado una vez que ha sobrevenido la masacre que clausura la novela.
Ya por el deseo de amenizar la carga política con dosis de imaginación narrativa, o por la tentación de valerse de una receta exitosa para acceder a un público masivo, Scorza realiza una operación que le permite subirse a la rompiente del boom latinoamericano y obtener una repercusión internacional que sólo había alcanzado en su país Mario Vargas Llosa. Eso hace sin duda aún más sorprendente el olvido en que su obra se ha visto sumida. Una obra que, además del ciclo de La guerra silenciosa, incluye cinco poemarios y una última novela, La danza inmóvil, publicada en 1983, año de su trágica muerte (ver recuadro), y con la que el paso del tiempo ha sido ciertamente impiadoso como con gran parte de la literatura a la que alguna vez le cupo el mote de "comprometida".
La lectura en clave política que muchos hicieron de Redoble por Rancas, sujeta a las preocupaciones que la incitaron y al momento histórico al que quedó adherida, se vio alentada por los "efectos" que ésta puso a circular en su universo de lectores. "Como escritor me emociona comprobar que la literatura ayuda, también, a modificar el mundo", escribió Scorza refiriéndose a cómo la publicación de su novela suscitó que el comunero Héctor Chacón, uno de los tantos personajes "reales" que recogió en la ficción con su nombre verdadero, fuera liberado de la cárcel en 1971 gracias a una amnistía firmada por el entonces presidente del Perú, el general Juan Velasco Alvarado. Un hecho al que se le sumó, en 1975, la decisión del general Francisco Morales Bermúdez –quien ese año se había agenciado el sillón presidencial luego de dar un nuevo golpe de Estado– de anunciar en un consejo de ministros celebrado (no caprichosamente) en el pueblo de Rancas que "la reforma agraria era un hecho irreversible".
Mientras en la Argentina Rodolfo Walsh creía que a la novela, ese "género burgués", la superaban el testimonio y la denuncia como categorías artísticas apropiadas para ese contexto por demás convulsionado, Scorza incluía todo en uno y buscaba demostrar que no sólo a través de la censura podía manifestarse la influencia que el poder político le atribuía (se impone el pretérito) a la literatura. En su voluntad de darle una vuelta de tuerca a lo que con los autores del boom se había evidenciado como hecho al dedillo del mercado, Redoble por Rancas y las cuatro novelas que vinieron luego (Garabombo, el invisible, El jinete insomne, Cantar de Agapito Robles y La tumba del relámpago, publicadas entre 1972 y 1979) se formulaban implícitamente la pregunta sobre cómo militar en la propia obra, y arriesgaban una respuesta posible. "Sucede que yo he renovado la novela política indigenista incorporándole una intensa condición poética y onírica", decía Scorza en una entrevista. "Mis novelas, pues, tienen dos niveles: un nivel histórico y un nivel onírico. El nivel histórico muestra la realidad tal como es y, salvo excepciones, la recoge a través de personajes que figuran con sus nombres verdaderos en los libros. En tal sentido son testimonios. Pero al mismo tiempo son máquinas de soñar, porque para mostrar mejor la realidad yo la sueño."
Es esa misma duplicidad sobre la que el autor insiste cuando reconoce que los cinco tomos de La guerra silenciosa "han sido calificados como libros políticos porque se los ha leído mal, ya que han tenido un impacto muy fuerte sobre la política peruana". Quizás en los efectos de esa lectura es en donde se cifra el olvido en que ha caído la obra de Scorza: en cómo sus historias casi regionalistas no han podido terminar de volverse universales ni han prevalecido en su significado mítico.
Al despótico juez Montenegro un día se le cae una moneda del bolsillo. El alcalde, Don Herón de los Ríos, se percata de ello y pega un grito para avisarle. Pero el juez sigue su marcha por la plaza de Yanahuanca sin darse siquiera por aludido. La orden de que nadie toque la moneda se propaga entonces rápidamente por el pueblo. Todos acuden a verla. Nadie se atreve a agarrarla. Y el que lo hace, un borracho mal aconsejado por el aguardiente, la devuelve casi de inmediato, con la expresión del miedo echada sobre su rostro lívido. El pueblo se acostumbra a salir de paseo a admirar la moneda, y su seguridad se vuelve poco menos que asunto de Estado. Eso, hasta que un día el juez Montenegro la encuentra en la plaza y se la lleva, sin sospechar que alguna vez fue suya, otra vez al bolsillo.
Resumir el espléndido comienzo de Redoble por Rancas no sólo sirve para exponer algo de la potente imaginación de Manuel Scorza (que junto a la construcción de personajes y a la eficacia formal que logra en su novela es digna de elogios), sino también para mostrar que el miedo y la sumisión del indio ante quienes detentan el poder es la obvia contraparte de su rebeldía. Así, el plan de Héctor Chacón de matar al juez Montenegro (quien es la encarnación más brutal del abuso de poder, al punto de que en El jinete insomne llega a detener el tiempo y paralizar los ríos) se entrelaza con las revueltas que los campesinos organizan en contra de quienes construyen el irrefrenable Cerco, aunque sin más consecuencia que la derrota y la muerte. Una evidencia que –citando lo que Octavio Paz veía como precariedad en la revuelta como herramienta política– "expresa muy bien la inquietud y la inconformidad de un pueblo que, aunque se amotine contra esta o aquella injusticia, está dominado por la noción de que la autoridad es sagrada". No por nada la revuelta ("la violencia del pueblo") o la rebelión ("la sublevación solitaria o minoritaria") son, a diferencia de la revolución, espontáneas y ciegas. Algo que en los levantamientos que se narran en La guerra silenciosa se trasluce, así como en la certeza de Scorza de que "siempre las rebeliones han acabado en masacres".
Pocos hoy suscribirían una frase de Sartre que se lee el prólogo a Los condenados de la Tierra, de Frantz Fanon, y que dice: "La violencia, como la lanza de Aquiles, puede cicatrizar las heridas que ha infligido". Pocos encontrarían hoy en la literatura de Scorza, e incluso en la de Arguedas, una plataforma política para la insurrección de los pueblos aborígenes. Eso sin contar, por supuesto, que la literatura indigenista ha podido ser leída, con los años, en el marco de las reivindicaciones de grupos minoritarios, no del todo diferentes de las de los negros o los chicanos en los Estados Unidos. Una realidad que no por ser tan diferente a aquella en la que Scorza concibió su obra nos exime de sentir un respeto nostálgico ante sus convicciones políticas y ante su creencia de que la literatura podía ser un recurso de apelación, un instrumento para despabilar conciencias. Algo que él sugiere cuando declaró en una entrevista: "Yo he dotado de una memoria a los oprimidos del Perú, a los indios del Perú que eran hombres invisibles de la historia, que eran protagonistas anónimos de una guerra silenciosa, y que tienen hoy una memoria: poseen estos cinco libros en los cuales pueden apoyarse y combatir. Tienen esa memoria, está dada ya irreparablemente y no se podrá borrar nunca, porque la han adoptado incluso los pueblos en combate; ese es uno de los hechos más emocionantes para mí como escritor. Incluso le diré una cosa: hay grupos políticos en el Perú que han incluido en su ideario el hecho de que sus luchas están contadas en estos libros; es algo, yo diría, sin precedentes".
Escribir la "gran novela social" del Perú fue el verdadero objetivo de Scorza. Aunque ello no implicó para él abrazar sin más la indulgente consigna de "darles voz a los que no tienen voz" ni rehuirle a una búsqueda estética. Más allá de ciertos giros o localismos peruanos (a diferencia de los libros que Arguedas salpica con palabras en quechua), la literatura de Scorza se lee sin glosario. "Yo cierro la novela indigenista dándole una épica y sacándola de la mítica para llevarla a la realidad", dijo tal vez pensando en los "capítulos" que el contexto (y no su pluma) le agregó a sus novelas. Y su gallardía es la del novelista que, más que un autor, se sabía un testigo.
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