Domingo, 14 de octubre de 2007 | Hoy
LA SIBERIA, DE CRISTINA SISCAR
Una nouvelle y varios relatos de Cristina Siscar arman el mapa de una zona tan desolada como llena de sugerencias.
Por Ezequiel Acuña
La Siberia
Cristina Siscar
Mondadori
200 páginas
En medio del desierto patagónico, un grupo de turistas intenta dormir entre las sillas y las mesas de una fonda improvisada a donde han ido a parar obligados por los desperfectos del colectivo que los transportaba. Entre las botellas de licores y las telarañas, un cartel de colores vivos en donde se lee La Siberia da nombre al mesón y a la nouvelle. Ese nombre reaparecerá en la tapa del libro trazando una geografía ficcional de lo árido y lo hostil que enlaza el primer relato con otros cinco cuentos.
Convertida en un axioma literario de la obra de Cristina Siscar, la temática del viaje reaparece en La Siberia y funciona como motivación narrativa para esta serie de cuentos que, de manera perturbadora, hacen del viaje algo más que un simple traslado. La ironía, la sorpresa y los secretos componen un clima opresivo en donde poco cuenta saber dónde se está parado. Cada uno de los relatos se sumerge en la experiencia de un desierto metafórico que es paisaje real en la nouvelle y en El desierto. En todos ellos se transitan los caminos hacia el centro de la desolación. En el encuentro con lo inabarcable e inaprensible, estos viajes de exilio condenan a todo aquel que se entrega a la inmovilidad, a la pérdida de identidad y a la separación de uno mismo.
“Efectos de la luz”" narra el intento de un matrimonio por recrear su viaje de luna de miel dando lugar a la comparación inevitable y a las diferencias que minan, poco a poco, la ilusión de revivir la experiencia del pasado. “Los viajes, siempre, hasta el más breve, el más común, representan la interrupción, el cambio, y de algún modo lindan con lo excepcional”, dice la protagonista. Es precisamente aquella excepcionalidad del viaje la que destaca en La Siberia, contada con el tono familiar –y otras veces no tanto– de la anécdota. Porque el énfasis no está puesto en lo trascendente sino en los detalles que parecen remitir a una memoria colectiva y que Siscar se encarga de describir con la pericia lírica de quien ha transitado los caminos de la poesía antes que la narración. Evitando el psicologismo, los personajes se construyen a partir de la descripción de las situaciones y de sus acciones, a veces excéntricas como la pareja de “Una noche en Amsterdam”. Así, la identidad aparece a modo de enigma, dejando en claro la existencia de vertientes subterráneas que alimentan esos actos y que nunca salen al descubierto.
El viaje en La Siberia es una zona de cambio en donde el pasado queda atrás, sin ser olvidado aún, y comienza la sospecha de lo que será. En “Diciembre” dos hermanas adolescentes visitan como todos los años la casa de campo de su abuela en busca de la “vida verdadera”. El canto de la abuela en un idioma desconocido imprime al cuento una atmósfera de epifanía atravesada por una sensación de desconcierto: la voz de las raíces habla sin dejarse entender.
Estos relatos, abiertos y provocadores, trabajan con lo anecdótico de modo que todo se convierte en símbolo de un sentido último. Quedan para el lector las pistas para armar el mapa de esa zona desolada donde todo está a la vista aunque algo permanece oculto o disimulado.
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