Domingo, 2 de marzo de 2008 | Hoy
SCHLINK
Uno o varios secretos del pasado, una reinterpretación de La Odisea y un juego de identidades cuestionadas, conforman los principales pilares de la novela del regreso de Bernhard Schlink.
Por Claudio Zeiger
El regreso
Bernhard Schlink
Anagrama
363 páginas
Quizás Ulises no quería volver a casa. Porque a decir verdad se tomó su tiempo, paró en todas las estaciones y vivió unas aventuras maravillosas antes de despachar a los pretendientes y darse a conocer ante esposa e hijo. Y como si fuera poco, volvió a irse. Esta versión de La Odisea (una de las tantas que se debaten en la novela) vendría a cuestionar que se trata, por definición, del libro de los regresos. Así se habilita un relativismo interpretativo que, de seguir la huella, terminaría tiñendo todo lo que se nos aparece como pasado, como mito de origen. Y más aun en tiempos de guerra, cuando hasta las mismas huellas tienden a borrarse; es tiempo de falsos documentos, identidades cambiadas, vivos dados por muertos, muertos que vuelven. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial existió un género de novelas populares y entretenidas que imaginaban las diferentes formas del regreso de los soldados del frente o de los campos de prisioneros. Se lo dice la madre al protagonista de El regreso. “Ni te imaginas la cantidad de novelas de ese estilo que se contaron y se publicaron después de la guerra. Las novelas de regreso se convirtieron en un género específico, igual que las novelas de amor o de guerra.”
Todo comienza en la infancia melancólica pero aceptablemente feliz de Peter Debauer. Sus abuelos se dedicaban a corregir y editar esas novelitas populares sobre soldados alemanes que volvían de Siberia. A lo largo de su vida, por distintas circunstancias, personales e históricas (Bernhard Schlink es uno de esos autores que no parecen concebir una vida que no esté sobredeterminada por el peso de la historia y la cultura, algo que demostró concluyentemente en El lector), el narrador volverá a toparse una y otra vez con las “novelas de regreso” y sus recurrentes tópicos: volver a empezar; volver a los orígenes; volver al pasado y volver a dejar en blanco la hoja del presente, recomenzar. Desde luego, este viaje circular a los orígenes que plantea El regreso es una variante de La Odisea y podría despejar interrogantes. Quizás el padre no quiso volver. Quizá la madre tampoco lo quería en el fondo, o se había acostumbrado a la idea de darlo por muerto. Y el hijo... con los hijos nunca se sabe.
Bernhard Schlink es un narrador preciso, educado en el arte de relojería de ser meticuloso y reflexivo acerca de los pasos que va dando. A veces da uno de esos giros a lo Paul Auster, eso de las coincidencias mágicas, el rigor del azar. Pero, claro, no sin indagar a fondo en el mecanismo. Una coincidencia, apenas disipada su supuesta magia, es tomada con toda la Seriedad del mundo hasta exprimirle su Sentido, su Razón de ser. Eso hace que El regreso pegue algunos saltos en el aire, casi en el vacío, que pueden dejar boquiabierto al lector. Lo que casi siempre sucede en esta extensa novela es que como Schlink es un narrador tan diestro y seguro, siempre va a terminar resultando convincente. O el truco resulta o uno se lo olvida en brazos de uno nuevo. Quizá la pregunta que resuena casi todo el tiempo es por qué es necesario montar semejante maquinaria para plantear unas ideas de por sí atractivas y estimulantes, paradojas (la paradoja de si el regreso no es una utopía que termina deseando convertirse en su contrario) que resultan harto seductoras para la inteligencia de un lector aficionado a la historia y la filosofía. Es obvio que salir de una novela de la contundencia y redondez de El lector es complicado. Quizá quede para siempre flotando la nostalgia del lector por la vuelta de El lector. Por eso, en esta novela quizá Schlink haya optado por los senderos que se bifurcan, los caminos que se cruzan, pero que en un momento parecen liberar al destino del fórceps de hierro de la historia. Claro que donde El lector pega una, dos veces, El regreso asesta golpes uno tras otro.
Schlink no puede terminar de liberar la trama del juego de espejos rígidos que le imprime una vez que el protagonista ha dejado de ser ese niño que pasaba los veranos con sus abuelos. El regreso es una de esas novelas que por su magnitud obligan a hacer un balance de lectura. Y, como añadido, plantean algunas cuestiones candentes acerca del presente de la novela, el género que –a ciertos niveles de mercado refinado– debe satisfacer parejas demandas de entretenimiento y reflexión. Los excesivos giros de la trama parecenapuntar sobre todo a los anhelos de un lector insaciable, pero de a poco el fantasma de la trivialización se cierne sobre lo que la novela aporta para el debate de la memoria y la identidad. Schlink nunca pierde la seriedad y la dignidad, pero hay momentos en que El regreso juega con los límites de su propia credibilidad.
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