Domingo, 2 de marzo de 2008 | Hoy
RESCATES
Por Mauro Libertella
Tratemos de aclarar un poco las cosas, porque en la tapa hay demasiados nombres y se vuelve difícil dilucidar ante qué clase de libro estamos. Hay dos firmas: Keneth Rexroth y Ling Chung. Un nombre occidental y uno oriental. El libro se llama El barco de orquídeas, Poetisas de China, y es un proyecto profundamente ambicioso que en una faja imaginaria se podría resumir de esta manera: una antología de la poesía china escrita por mujeres desde el año cuatrocientos antes de Cristo hasta nuestros días. Un vasto corpus para recortar, sin dudas. La trabajosa selección del poemario estuvo a cargo de los dos nombres que vertíamos al comienzo de estas líneas. Keneth Rexroth es, para muchos, uno de los grandes poetas norteamericanos del siglo XX. Es uno de los padres del “Renacimiento de San Francisco”, que hizo estallar el cielo literario en estrellas maduras como Allen Ginsberg y William Burroughs. Sin embargo, más que como poeta, la mayoría habla de Rexroth como traductor. Y la poesía oriental fue su debilidad. Para esta antología se juntó con Ling Chung, una poeta que vive en Taiwán y que se ha dedicado a estudiar el lugar de la mujer en la tradición literaria china. Producto de ese curioso encuentro es este extraño libro.
Una primera consideración del libro no puede dejar de pensar el tantas veces meneado asunto de la traducción. El barco de orquídeas es, si se quiere, una especie de crisol de lenguas. Marca el derrotero de varios siglos de lengua china, con sus implosiones y con las aliteraciones que le confiere el tiempo, traducido con mayor o menor fortuna al inglés y finalmente vertido al siempre presente español ibérico. De más está decirlo: el original es, en este juego de espejos perversos, una rémora o una estela que sólo se puede inferir conjeturalmente. Sin embargo, esta antología vuelve a confirmar aquello de que la literatura es el primero y el más duradero fenómeno de la globalización. En última instancia, hay algo del orden de la fe en la lectura de una literatura tan distante. Esa fe en las transformaciones de un texto que ha pasado por mil manos es acaso uno de los modos más luminosos de meternos en estas páginas.
Además de la lectura de los poemas, se puede hacer un repaso, por ejemplo, de los títulos que los encabezan. Allí también se ve el lento destilado del tiempo, el trabajo de los siglos en la concepción literaria de lo poético. Uno de los primeros poemas, por ejemplo, se titula “De 18 estancias cantadas con el acompañamiento de un silbo tártaro de caña”. Data del año 200, aproximadamente. Esos rescates son los puntos altos del libro. También son increíbles las notas biográficas de las autoras. Desde esposas de altos funcionarios a prostitutas, desde profesoras hasta empresarias, cristalizan las mil posibilidades de la práctica de la poesía, que en China tiene una tradición verdaderamente profusa, pero que a la mujer siempre le estuvo vedada. Por eso muchos de los poemas de este libro fueron encontrados o accedieron a estas páginas de modo prácticamente azaroso. Eso hace de estos poemas, en muchos casos, perlas encontradas. Marcan a veces la realidad social y política de las dinastías hasta la República de China, en 1912 y, en todos los casos, los vaivenes formales y estéticos de la alucinante tradición oriental.
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