Domingo, 2 de marzo de 2008 | Hoy
EN FOCO › MEDINA
Se reeditan dos obras de Enrique Medina. La fundamental Las tumbas, uno de los debuts más impactantes en la literatura argentina del siglo XX, y Las muecas del miedo, libro que supo sortear la censura militar. Perfil de un escritor hecho en los márgenes auténticos.
Por Luciana De Mello
Las tumbas
Enrique Medina
Galerna
333 páginas
Las muecas del miedo
Eduardo Medina
Galerna
402 páginas
A varias décadas de su primera publicación, Galerna reedita dos de las obras más contundentes de Enrique Medina: Las tumbas y Las muecas del miedo. En esta segunda edición pueden detectarse pequeñas modificaciones o supresiones de algunos términos; pero si hay algo que llama la atención al lector en cuanto se encuentra con la primera página del libro, es un texto escrito en verso a modo de advertencia. Allí el autor resalta la imposibilidad de justificarse por lo ya escrito y concluye rotundo: “Borges presumió de/ ocultar ciertas páginas. / Céline pretextaba que/ si no hubiera tenido que/ ganarse la vida lo habría/ suprimido todo. / Quizás exageraban, / o no; vaya a saberse. / Hay otros caminos: / la mano en el pecho, / es uno”. Quizás este gesto de la mano en el pecho sea el que mejor defina la literatura de Enrique Medina.
Recorrida por un fuerte sesgo autobiográfico, la fuerza de sus relatos hace centro en la autenticidad que exhalan las voces de sus personajes. Hijo de un boxeador fracasado y apenas empezada la edad escolar, su madre lo interna en un instituto para menores. Deberá pasar por cuatro reformatorios más antes de volver a la vida de las calles. Allí, junto a los ritos de iniciación y las golpizas de los celadores, descubre su afición por el cine y el dibujo. Pasa varios años de su juventud viajando por América latina y se gana la vida tanto de marionetista como de director de espectáculos de strip-tease y hasta de portero en un puticlub del Caribe. Aunque todo este material autobiográfico y novelesco haya alimentado las tramas de sus relatos, la mayor virtud de la literatura de Medina es intrínseca a su figura de escritor. Su prosa está en carne viva: la marginalidad es narrada desde adentro. Juan José Sebreli fue el primero –y acaso el único– en reconocer en Medina a ese escritor del contra-sistema. Y el encuentro no es casual. Allá por la década del ’40, Jean-Paul Sartre descubría en la obra y en la vida de Jean Genet algunos temas centrales del existencialismo, como la esencia del Mal o el ejercicio de la libertad. De ese descubrimiento surge no sólo una relación de amistad entre ambos, sino un ensayo célebre que Sartre escribiría como prólogo a una de las novelas de Genet y al que llamó San Genet: Comediante y Mártir. Sartre fue una figura más que influyente durante esos años de Contorno (de la cual Sebreli formó parte). Posiblemente, sin el antecedente de ese ensayo de Sartre sobre Genet, Sebreli no hubiera podido escribir el artículo Enrique Medina y el realismo lingüístico (recopilado luego en Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades). Ambos rescates corren por la misma vía: Jean Genet fue encarcelado muchas veces. Publicó en 1943 su primer libro, Nuestra Señora de las Flores, un relato en gran parte autobiográfico donde evoca esas temporadas en la cárcel, así como el mundo de las travestis que se prostituían en Pigalle y de sus proxenetas. Hasta aquí, las proximidades biográficas. En cuanto a la obra, al igual que en Medina, el héroe de Genet es un hombre que invierte los valores de la sociedad. Su literatura juega con la provocación moral mezclando lo ficticio y lo real. En palabras del propio Medina: “Estoy bastante cerca de lo que decía Cortázar: ‘la máquina de escribir es un arma’. Mi PC es una PC y nada más, pero sí creo que cada libro mío es un combate”. Enrique Medina ha sido uno de los escritores más prohibidos durante el último régimen militar. Cuando en 1972 aparece su primera novela, Las tumbas, su repercusión es inmediata. Figura al tope de las listas de best-sellers y es, al mismo tiempo, elogiada por la crítica. Lejos de cualquier gesto de impostura, la novela narra la vida cotidiana dentro de un internado de menores. Una vez adentro, apartado de la lógica de la sociedad de los libres, el lenguaje se transfigura en otro. Se cierra sobre sí mismo. Es tan agresivo como las relaciones de sadismo a las que son sometidos los menores del reformatorio en pleno patio de juegos.
Las muecas del miedo fue publicada por primera vez en 1981 y fue señalada como ejemplo de ruptura con la mudez literaria impuesta en esos años. En ese contexto, los escritores debían forzosamente inventar tácticas que distrajeran la inquisición de los censores. Tal vez por esta razón, en las novelas y cuentos de Medina, la violencia individual y la brutalidad sexual constituyen sustitutos de la innombrable violencia social y política del momento. De esta forma, con un voltaje más regulado tanto en diálogos como en trama, Las muecas del miedo queda por momentos presa de su propio rictus, con personajes se explican demasiado o se extienden en discursos políticos cortazarianos. Trazando un recorrido por la ciudad que recuerda la fotografía recortada de Arlt en sus aguafuertes, el protagonista Las muecas del miedo es un pintor que se debate entre irse del país o quedarse anclado en una Buenos Aires impregnada de ausencias y estancamiento cultural.
A pesar de todo el lunfardo volcado en sus páginas, el transcurso del tiempo no hace más que actualizar estos textos de Medina. Vigentes como los clásicos, sus textos vuelven a arremeter necesarios en un mercado que, con frecuencia, se ve invadido por textos espumantes y decorativos. Por suerte hay otra forma de escribir. Hay otros caminos. La mano en el pecho, es uno.
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