Domingo, 22 de junio de 2008 | Hoy
CASOS > ANNE ANCELIN SCHüTZENBERGER
Una psicóloga y abogada que sostiene la seductora idea de que nuestros males tienen una referencia en el árbol genealógico. Después de visitar la Argentina, su libro ¡Ay, mis ancestros! atrapa lectores desde la psicología a la autoayuda.
Por Fernando Bogado
¡Ay, mis ancestros!
Anne Ancelin Schützenberger
Taurus
304 páginas
De una u otra manera, los saberes humanos han vuelto siempre sobre el mismo (angustiante) tema: la familia. Desde el psicoanálisis y la antropología, pasando por la biología y terminando en las prácticas paranormales, la familia surge siempre como problema capital de la vida. Anne Ancelin Schützenberger, en su libro ¡Ay, mis ancestros!, lleva esta preocupación al plano del estudio transgeneracional aplicando herramientas provenientes de la psicología social y el psicoanálisis para ahondar sobre el difícil arte de entender a nuestros parientes (y luego, tarea harto más difícil, a nosotros mismos).
Schützenberger recupera a lo largo de su libro diversos casos en donde individuos angustiados se atienden profesionalmente con la autora para tratar de sobrellevar traumáticas situaciones, como el descubrimiento de un tumor maligno, el suicidio de un ser querido o su deceso causado por un accidente fatal. ¿Qué pasa cuando, al armar el árbol genealógico de esos pacientes (genosociograma, en los términos específicos del texto), se descubre que, por ejemplo, en el mismo lugar en donde un tumor aparece, un ancestro del paciente sufrió un golpe mortal? Charles, de 39 años, enfermo de cáncer de testículos, descubre (recuerda, en ese siniestro juego organizado por el consciente) que su abuelo, a la misma edad, murió de una patada que un camello le asestó en la misma zona. Situaciones así le sirven a la autora para hablar de la “lealtad familiar”, de cómo los vínculos transgeneracionales repiten en silencio –de padres a hijos, de abuelos a nietos– secretos familiares que afectan la existencia individual de estos doloridos sujetos.
Y si de familias se trata, el método de Schützenberger carga con una pesada herencia teórica que trata de relevar en los primeros capítulos del libro: Freud y sus estudios psicoanalíticos junto a Jung y su inconsciente colectivo se convierten en los patriarcas de una serie de psicólogos y sociólogos que han aportado ideas sobre las cuales la autora de ¡Ay, mis ancestros! sentará las bases de su trabajo clínico. Margaret Mead, Carl Rogers, Gregory Bateson, J. L. Moreno: todos nombres relacionados con estudios contextuales o interaccionales, ya sea en psicología, antropología o sociología –o en una mezcla de todas estas disciplinas– rescatando ese promiscuo gusto por la mixtura que las ciencias tienen y ocultan, muchas veces, con inusitada vergüenza.
La autora, doctora en Derecho y en Psicología (dos saberes absolutamente ligados a lo familiar y a sus entuertos), ha conseguido renombre mundial por el éxito de sus publicaciones: este libro cuenta con catorce ediciones en Francia y se suma a otra obra publicada también por Taurus en este año, Salir del duelo (obra escrita junto a su discípula argentina, Evelyne Bissone Jeufroy). Acreedora del Prix de l’Aide Alié à la Résistanse por su ayuda a la Resistencia durante los años de la ocupación nazi, Schützenberger logra en su método psicogenealógico ubicarse entre el psicoanálisis más clásico y las teorías alternativas más novedosas, como las de Alejandro Jodorowsky (casi un primo maldito mencionado en una nota al pie), quien –con el exacto mismo nombre– propone solucionar los problemas de sus pacientes no a partir de la aplicación de esquemas generacionales o de dinámicas de grupo, sino mediante el uso de las prácticas chamánicas, el tarot y la metáfora artística.
Con cierto afán cientificista, la autora convence al lector por la apabullante serie de casos que despliega en la segunda mitad del libro antes que por las arduas justificaciones teóricas: desde pacientes tipo que trae a colación ocultando su identidad hasta casos canónicos como los de Rimbaud, Flaubert, Sartre, Simone de Beauvoir y el mismísimo Hergé (sí: el creador de Tintin); los pacientes y sus ascendencias constituyen el verdadero atractivo del texto, dejándole al lector esa satisfacción de confirmar que cosas como éstas pasan hasta en las mejores familias.
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