RESEÑAS
Filosofía del genoma
EL FUTURO DE LA NATURALEZA HUMANA
¿HACIA UNA EUGENESIA LIBERAL?
Jürgen Habermas
Trad. R.S. Carbó
Paidós
Barcelona, 2002
152 págs.
Por Santiago Lima
¿En qué anda la filosofía cuando, como señala Jürgen Habermas, “la opresiva actualidad del día nos arrebata la elección del tema”? En esos arrebatos la filosofía encontraría fuerzas para definir su lugar en el mundo, sus objetos de reflexión y su relación con los demás discursos. Habermas es heredero de la tradición de la teoría crítica alemana fundada por Max Horkheimer y Theodor Adorno durante la convulsionada República de Weimar. Es conocida su toma de partido por la democracia como forma “moral” de relación entre los hombres y, por lo tanto, su constante preocupación por las acciones comunicativas y los contratos sociales que llevan el nombre de Constitución (ver nota de tapa).
Esta posición política es, para el filósofo alemán, el mayor resguardo para evitar las posiciones metafísicas, que –en su perspectiva– bloquean la discusión en la medida en que instalan un a priori moral indiscutible. El futuro de la naturaleza humana, precisamente, reúne tres textos breves que se interrogan sobre la posibilidad de una respuesta post-metafísica a la pregunta por la “vida recta”, para lo cual Habermas examina críticamente las posiciones liberales en lo que a la eugenesia se refiere, para ver hasta dónde esas posiciones socavan la autocomprensión de la especie humana y hasta dónde bloquean el compromiso moral de todos y cada uno de los individuos.
La eugenesia, como disciplina cuyo objetivo es el mejoramiento de la vida, es un invento del siglo XIX y, como tal, una excrecencia del positivismo. Sus consecuencias, sin embargo, sólo pudieron comprenderse cabalmente con la masiva aplicación de políticas eugenésicas durante el nacionalsocialismo, obsesionado con el “mejoramiento de la raza” y la eliminación de los brotes de vida que “no merecían ser vividos”.
Menos de cien años después, la discusión a propósito de la “vida que no merece ser vivida” retorna, de la mano de las técnicas de manipulación genética y en el contexto de una discusión post-fascista (es decir, liberal) de los alcances de las intervenciones genéticas “perfeccionadoras” (a diferencia de las intervenciones “terapéuticas”).
Hay un debate sobre las “biopolíticas” (las políticas de manipulación de lo viviente) a ambos lados del Atlántico, y Habermas pretende intervenir en él. Mientras en Europa en general (y en Alemania en particular) las posiciones son más bien principistas y están saturadas “de conceptos normativos de persona, y cargados de concepciones metafísicas de la naturaleza”, en los Estados Unidos el acento está puesto en el “cómo” de un proceso que ya no se cuestiona y que, “yendo más allá de la aplicación de las terapias genéticas, llega hasta el shopping in the genetic supermarket”.
En el año 1973 consiguieron separarse algunos componentes elementales de un genoma y combinarlos de nuevo. Desde entonces, los desarrollos de la genética permiten prever todo tipo de manipulaciones. El “diagnóstico de preimplantación” (DPI) posibilita hoy someter los embriones a una prueba genética preventiva y, llegado el caso, no implantarlos. Más allá de las posiciones intuitivas que en favor o encontra de una acción semejante se tengan, Habermas razona que en esa práctica es ya casi imposible hablar de una manipulación genética terapéutica porque esa vida prepersonal jamás tendrá posibilidad de acordar con la decisión tomada por terceros.
La argumentación de Habermas tiende a demostrar (evitando lo que él identifica como posiciones religiosas o metafísicas) el carácter profundamente antidemocrático de las manipulaciones genéticas perfeccionadoras, por más liberal que sea el contexto en el que se apliquen: “Es inquietante que hagamos por otros una distinción tan rica en consecuencias entre una vida que merece vivirse y una vida que no merece vivirse”. La irreversibilidad de las consecuencias de manipulaciones genéticas (a diferencia de cualquier otro tipo de herencia) es problemática. “La razón por la que la dependencia de un programa genético fijado intencionadamente resulta relevante para la autocomprensión de la persona programada es otra: le está prohibido por principio intercambiar los papeles con su programador”, y de ahí su carácter perturbador. “La programación eugenésica perpetúa una dependencia entre personas que saben que para ellas está excluido por principio intercambiar sus respectivos lugares sociales. Una dependencia social semejante, que no puede invertirse porque está anclada adscriptivamente, origina un cuerpo extraño en las relaciones de reconocimiento recíproco-simétricas de una sociedad moral y legal de personas libres e iguales”.