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Domingo, 6 de octubre de 2002

EL EXTRANJERO

La tentación de negar

En Cioran, Eliade, Ionesco: L’oubli du fascisme, la filósofa e historiadora Alexandra Laignel-Lavastine revela la trama secreta de los textos de los más grandes intelectuales rumanos, todos ellos herméticos patrocinadores del fascismo europeo.

Por Sergio Di Nucci

“Es admirable ver que un régimen modifica el derecho, la religión, el arte, y construye una nueva perspectiva histórica. Para ello debe eliminar brutalmente tres cuartos de los valores consagrados.” El régimen así elogiado con tanta anticipación, porque estas líneas son de 1933, es el Tercer Reich. Pero su autor no es Joseph Goebbels sino el filósofo rumano Emil Cioran, quien las publicó en un diario de Bucarest.
La delación póstuma de ex ideólogos y ex cómplices del nacionalsocialismo hitleriano y del antisemitismo eliminacionista por parte de sus anteriores camaradas y la exhumación de documentos inoportunos ocupa un lugar central en la experiencia intelectual europea y americana del fin del siglo XX. “¡Nazis, cómo odio a estos tipos!”, grita Harrison Ford en el papel de arqueólogo en un film de Spielberg, y con él una audiencia horrorizada, pero fortalecida por el aborrecimiento común.
Lo singular es que esos mismos públicos admiraron sin reservas al existencialista Martin Heidegger, al estructuralista Georges Dumézil, al posestructuralista Paul de Man, a tantos otros, y que, confrontados con la revelación, prefirieron y prefieren seguir admirando, y disculpar.
Un libro de más de quinientas páginas publicado hace unas semanas en Francia, Cioran, Eliade, Ionesco: L’oubli du fascisme (P.U.F.), focaliza su atención en el pasado nazi de quienes son los tres intelectuales rumanos de mayor fama en Occidente, figuras muy reconocidas, pero nunca bien conocidas.
Alexandra Laignel-Lavastine, filósofa e historiadora, autora del libro, desentierra los documentos del caso: decenas y decenas de artículos en favor del canciller alemán de 1933 y del pogrom como estilo de gobierno (publicados en la prensa rumana durante el período de entreguerras), documentos diplomáticos hasta ahora secretos, diarios íntimos, cartas, papeles privados y otros inéditos. Nunca podrá leerse del mismo modo ningún texto del filósofo y ensayista E.M. Cioran, del historiador de las religiones Mircea Eliade, del dramaturgo Eugen Ionescu (después Eugène Ionesco). Aunque la experiencia demuestra que, como ocurrió con Heidegger y otros, pasado el sobresalto, los lectores preferirán ignorar toda revelación, y harán como si nada hubiera ocurrido jamás.
A la denegación del Holocausto, que tanto asco produce en los progresistas cuando la descubren en Jean-Marie Le Pen, se corresponde la denegación de la complicidad con él. Como si el Holocausto y el nazismo hubieran podido ocurrir y perdurar sin la elevada defensa que hicieron de él circunstanciados intelectuales. La apología exculpatoria de estos nazis se crispa, porque si se admite la responsabilidad, no pasa demasiado tiempo sin que algo nos salpique. Si Heidegger era un nazi, ¿qué pasa con sus admiradores y herederos Jacques Lacan y Jacques Derrida? (Y no es casual que Hans-Georg Gadamer, embajador cultural del Reich en París, colocara a Lacan tan alto en su estima.)

FIEBRE DEL '33 POR LA NOCHE
Las justificaciones que para aquellos intelectuales rumanos encuentran sus defensores son risibles, pero típicas. Generalmente adoptan la tópica del “ataque de fiebre”, intenso pero pasajero: un par de años a lo sumo. Ni tan intenso: después de todo originarios de un país agrario, ni Cioran, ni Eliade, ni Ionesco imaginaron, del Holocausto, su aspecto tecnológico, el exterminio en masa con gases de la química Hoechst.
Durante la Guerra Fría practicaron un anticomunismo también férreo. Como a la España de Franco o al Portugal de Salazar (Eliade estuvo encargado en Lisboa de la propaganda pro-nazi en los años de la Segunda Guerra), esto los ayudó y protegió. Por una paradoja, el comunismo también los protegía, al bloquear el acceso a los archivos en su patria. Podían contar, también, con una ignorancia más general, compartida por europeos y americanos, en todo cuanto toca a la historia rumana. El fascismo rumano llegó a supropio esplendor nacional con los escuadrones de la muerte y los pogroms portátiles de la Guardia de Hierro fundada en 1930 por Corneliu Codreanu. Su ideología tiene rasgos especiales: fe en el Estado Etnico, con unidad lingüística y racial de los descendientes latinizados de la Dacia, religiosidad cristiana ortodoxa, mística exaltada del sacrificio enfilada en la Guerra Santa contra los judíos.

¡SANTA TRINIDAD!
La especificidad de algunas de las grandes distinciones que por cierto existen en esta tríada de intelectuales rumanos. Eliade quedaba subyugado por la virilidad de Codreanu, que se colocaba bajo la imagen del arcángel San Miguel. “El Capitán ha dicho”, repetía Eliade sin admitir discusión. En cambio, Cioran prefería, como Adolf Hitler, un líder que delegaba en otros los crímenes, rituales o no, y no mataba policías en la calle con sus manos, como hizo Codreanu. La posición de Ionesco es más sobria, más silenciosa, como parece corresponder a este fundador del “teatro del absurdo”. Pero, como Cioran, tendrá un cargo diplomático de su país, alineado “hasta morir” con el eje Berlín-Roma, en la ciudad de Vichy, sede del gobierno colaboracionista francés.
Acaso el mayor mérito del libro de Laignel-Lavastine consiste en demostrar que el fascismo es más originario y sustancial, y finalmente connatural, si puede decirse así, a estos autores. Un viaje hermenéutico para comprender cómo y a través de cuáles formas discursivas se pasa de un vocabulario mitológico a una reorganización mitológica de la historia y, por último, a una proyección, ella también mitológica, de la acción individual y colectiva en la historia, en la tentativa de hacer coincidir historia y símbolo. En palabras de Eliade, cómo se dan las hierofanías del mito. Porque para estos intelectuales rumanos, la historia, a menos que intervinieran en ella salvadores Guardianes de Hierro con espadas flamígeras, era una pesadilla terrorífica.

HERMETISMO
Durante los años que separan al suicidio de Hitler en el bunker berlinés de las propias muertes, los intelectuales rumanos sostendrán con éxito distintas estrategias de disimulo, que buscaban hacer olvidar antes que perdonar un pasado irreparable. Las mismas ideas y creencias que habían hallado su expresión más abierta y explícita en la década de 1930, seguirán nutriendo sus obras. Claro que con la conciencia de que se trataba, en esos tiempos sin poesía, de un mensaje esotérico: “Me pregunto si se entenderá el mensaje secreto de mis libros”, anota en 1959 Eliade en su diario (édito), en un pasaje que puede agregarse a los tantos del autor que cita Laignel-Lavastine.
En la Argentina, donde se publicaron por primera vez textos de Eliade (de alguno sólo hay edición nacional), recibimos muchos legionarios ultraderechistas, como los grandes lingüistas Demetrio Gazdaru o Eugenio Coseriu. La historia argentina de estos y otros rumanos está por escribirse. Cada vez que la Guardia escondida se vuelve visible es con escándalo: el 21 de mayo de 1991, Ioan Petru Culianu, profesor titular de Historia de las religiones en la Universidad de Chicago, murió asesinado en el campus de un disparo en la cabeza. El sucesor de Eliade hallaba la muerte por el método de la Guardia de Hierro, y posiblemente a sus manos: el crimen sigue impune.

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