Domingo, 20 de julio de 2008 | Hoy
MATTINI
El hecho real fue que el líder guerrillero Santucho y el dandy polaco Gombrowicz se conocieron. Sobre ese hecho se funda la ficción de Luis Mattini.
Por Angel Berlanga
Cartas profanas
Luis Mattini
Peña Lillo - Ediciones Continente
190 páginas
Que no es sagrado, ni sirve a usos sagrados; que no demuestra el respeto debido a las cosas sagradas. Eso puede significar profano, el adjetivo que utilizó Luis Mattini para dar título a su última novela, donde lo profano son las cartas, unas cartas de una ficticia correspondencia entre el escritor polaco Witold Gombrowicz y el líder guerrillero Mario Roberto Santucho. El escritor juguetea con estas acepciones a lo largo del libro por una sencilla y contundente razón histórico-biográfica: Mattini sucedió a Santucho, tras su muerte en julio de 1976, en la conducción del PRT-ERP. El narrador de esta novela no se nombra y no hace falta: Mattini cuenta en primera persona y no esconde las señas autobiográficas de quien lleva el hilo conductor. En París, en 2002, un viejo archivista lo pone en contacto con un antiguo ex militante conocido de la juventud, Goyonechea, un abogado de San Nicolás que trató al Che Guevara a poco de la Revolución Cubana, que luego tomó distancia de él y que entró en no muy claros contactos con gobiernos de los países del Este. Y resulta que este hombre conserva y le cede, para sorpresa del narrador, una casi secreta correspondencia de los años ’60 entre Santucho y Gombrowicz. Y no sólo eso: Goyonechea asistió en París a un par de encuentros entre ambos, de los que tampoco hay noticias. En la trama parece transparente la relación de este abogado con el escritor, al que defendió en alguna causa en Europa, pero es más turbio el origen de su vínculo con Santucho. Esa intriga, que alcanza hasta la sospecha de su papel como entregador del lugar en el que el guerrillero fue sitiado por el Ejército, y el contenido de las cartas entre estos dos extremistas de signos cruzados son los propulsores de la narración. Gombrowicz conoció a los Santucho en Santiago del Estero en 1958: así lo consigna en su diario. Había ido allá en busca de alivio para el asma. Un par de años después, ya instalado en Buenos Aires, Robi le anticipa una visita a través de una carta que el polaco le responde. De esas cartas reales, rescatadas por María Seoane en la biografía de Santucho, Todo o nada, Mattini toma los tonos: “Nuestras relaciones distan de ser un tierno idilio”, anotó Gombrowicz. Hay algunas constantes: las ironías filosas, los reproches al otro por su concepción político-ideológica del mundo y, a la vez, cierto reconocimiento socavado por la consecuencia en la búsqueda de lo extremo. Cuesta un poco pasar por alto las costuras narrativas que quedan a la vista en estas cartas inventadas –sobre todo, el exceso de información y de explicaciones que se intuyen más dirigidas al lector que al interlocutor en la ficción–, pero si se acepta el pacto de lectura es disfrutable el contrapunto estético, ideológico y hasta de lenguaje que propone Mattini, que extrema la apuesta en el encuentro que imaginó para ambos en París, con un Gombrowicz vestido de coronel prusiano para gastar por militarista a Santucho, que llega a la cita con la idea de darle al polaco la “tarea” de buscar “aportes creativos” para la “inminente revolución”.
Suena a chiste, pero ahí radica una clave del libro: en su carácter profano y antisolemne. Mattini, que estuvo ahí y fue protagonista, revisa y cuestiona la rigidez de sus prácticas. Evoca, incluso, a Santucho ante un tribunal moral revolucionario porque, ya casado, se enamoró de otra mujer. “Una amiga mía, que leyó el original –anota en una cita al pie–, sostiene que el leitmotiv de esta novela es un diálogo entre el Mattini joven (Santucho) y el Mattini maduro (Gombrowicz). Yo no podría afirmar tal cosa, ni refutarla, porque apenas soy el autor.”
Desde aquí se coincide bastante con esta dama.
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