Domingo, 28 de septiembre de 2008 | Hoy
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En marzo de 2007, a instancias de un documental radial para la BBC, el historiador Federico Lorenz tuvo la oportunidad de viajar a las islas Malvinas. Bajo la paradoja de sentir que viajaba por primera vez a un lugar conocido, de regresar a donde nunca fue, Lorenz logró una crónica de ajustada y austera belleza.
Por Claudio Zeiger
Fantasmas de Malvinas
Federico Lorenz
Eterna Cadencia
207 páginas
La paradoja suele marcar los sueños, el imaginario y las reflexiones de toda una generación –y más de una, hablando en sentido estricto– sobre Malvinas, sobre la guerra, las islas y los soldados que fueron a pelear a Malvinas. La paradoja, entonces, no podía sino marcar el comienzo de este “libro de viajes”, crónica fantasmática, ficción de lo real, de Federico Lorenz, uno de los más originales historiadores que hayan surgido en nuestro medio. Fantasmas de Malvinas orbita alrededor de la paradoja de “volver a un lugar en el que nunca estuve”. Todo lo conocido previamente, todo aquello sabido y aprendido desde la escuela primaria hasta la especialización docente, todo lo que en el caso de Lorenz ha cristalizado en un libro anterior sobre el tema (Las guerras por Malvinas), todas las estructuras de sentimiento elaboradas a partir del contacto directo con ex combatientes vendrían a establecer ese humus de la tierra a la que se va a explorar por primera vez pero como ya visitada, ya conocida. Cuando ir es regresar, se tiene la sensación de que haber estado en Malvinas no vendrá a modificar la visión de las cosas sino a confirmar, refrendar, actualizar el pasado, el sentimiento, la historia.
A lo largo del libro, Lorenz insiste en conectar Malvinas al continente.
“Las islas son hermosas. Agrestes, vírgenes, tan propias en la memoria porque son tan parecidas a Tierra del Fuego que podría confundirme...”. “El viento, sin alturas que lo detengan, corre con mucha fuerza por aquí. Es igual que en San Julián, sopla igual que en Lapataia.” “A la izquierda, las casas de techos tan coloridos de la población, tan parecidas a sectores de Ushuaia o San Julián.” Y si es que nos han transmitido desde siempre que las Malvinas son argentinas, este libro insiste en una idea que busca ir más allá de lo aprendido y lo inculcado: las Malvinas son Argentina. Con frases tan expresivas como esenciales, Lorenz va cribando su versión de Malvinas: Malvinas es la guerra, dice. Malvinas es una de las entonaciones de la patria, dice. Malvinas es un lugar de la Argentina donde el orgullo y el dolor se confunden casi hasta ser lo mismo, dice. Y esto va más allá de la disputa por las islas, la del pasado, la de la disputa bélica o un futuro de reclamos diplomáticos. Y sin negar cierta declinación británica en las islas: en Malvinas hay vehículos ingleses, y los malvinenses tienen la misma pasión por las cartas y la filatelia que los ingleses. Antes les decían kelpers, ahora les dicen Bennies porque, según dicen los ingleses, los malvinenses se parecen todos a Benny Hill. Pero de la visión de Lorenz se desprende que en cierta forma la Argentina ha desterritorializado a las islas, las ha convertido en parte de su imaginario, ocupándola con sus recuerdos, sus “souvenirs” de guerra y sus fantasmas, sus cruces y sus sombras, lo que muchas veces en este libro se menciona como “marcas”. Como una forma de victoria simbólica.
De la mano de Lorenz, entramos a Malvinas por el cementerio argentino y es como ingresar a Comala, con sus voces, con su viento, con sus huecos de ausencia infinita, y la nostalgia por ese lugar en el que nunca se estuvo porque siempre estuvo en nosotros, vaya otra vez la paradoja.
Pero no todos los tópicos de Fantasmas de Malvinas se quedan atrapados en el juego de la paradoja. Paradoja valiosa, cabe aclarar, por productiva, pero no hegemónica. Hay otras vías, nuevas rutas. Hay vida por afuera de la paradoja. Y si bien Lorenz había abierto algunas propuestas en Las guerras por Malvinas (buscar una especificidad del conflicto y de las víctimas de la guerra, descifrar el papel de la escuela pública y del servicio militar obligatorio, reconectar Malvinas a los debates del progresismo argentino, etcétera), aquí ensaya una vía literaria notable (más interesante aún cuando con cierta perspectiva que da el tiempo y el canon, algunos hacedores de ficciones sobre Malvinas tienden a negar a Malvinas en sus ficciones) para el physique du rol de un historiador; hay textos como Aquí estamos o Cartas marcadas, estéticamente notables, y en general se destaca la austera belleza de su escritura, totalmente ajustada al respetuoso tono de duelo de sus páginas.
Federico Lorenz cuenta al principio de su libro que viajó a Malvinas junto a su hermano Germán. “Hace muchos años que no pasamos una semana juntos y solos, porque él vive en Río Grande y yo en Ramos Mejía. A esta altura del partido, ya tenemos también una cantidad de chistes que nos hicieron al respecto. El infaltable:
–¿Y tenían que ir a Malvinas a encontrarse?
–Es que nos queda a mitad de camino.
Y más allá del chiste, con la verdad de los chistes, para Germán, para Federico y para muchos otros, Malvinas es el remoto y utópico lugar de cruce, el lugar para encontrar y encontrarse, a pesar del tiempo y la derrota. Fragmento de esa historia a la que el dolor, la ignominia, los ingleses y los militares –nos guste o no nos guste– ya nunca serán ajenos.
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