Domingo, 28 de septiembre de 2008 | Hoy
Publicada originalmente hace veinte años, esta novela de Banana Yoshimoto es una amable inmersión en el último verano de la adolescencia.
Por Mariana Enriquez
Tsugumi
Banana Yoshimoto
Tusquets
186 páginas
Esta novela de Banana Yoshimoto, publicada por primera vez hace casi veinte años –en 1989– viene con una aclaración, una especie de advertencia. Dice la autora en el posfacio: “He escrito esta novela porque quería plasmar las sensaciones que colman esos días: un dulce ocio en el que se suceden los paseos, los baños y los atardeceres, con el mar siempre presente. Así, si yo o alguien de mi familia perdiera la memoria, sólo tendrá que leerla para recordar ese lugar”. Es como si anunciara que Tsugumi es una novela anómala en su obra, una vacación, un descanso.
Y hay, en efecto, algo de pereza. De todas las novelas y colecciones de relatos de Yoshimoto que se conocen en castellano, Tsugumi es el trabajo menos interesante: sí, están los temas que recorren la obra de la popular escritora japonesa (la ansiedad por capturar la fugaz existencia, el duelo, los lazos familiares), pero aparecen sin la extravagancia y el aire afiebrado que volvían tan curiosas y únicas a novelas como Amrita o la célebre Kitchen, o a los raros cuentos de Sueño profundo.
Tsugumi es una novela sobre un último verano. Dos primas que se criaron juntas en un hostal de la península de Izu se reencuentran en el fin de la adolescencia (tienen 19 años). El hostal pronto cerrará sus puertas, engullido por un gran hotel turístico en construcción; la familia abrirá otro, en las montañas. El último verano del hostal Yamamoto es, además, un adiós al mar. Es lo que más le duele a María, la prima narradora, que ahora vive en Tokio con sus padres y estudia en la universidad; la otra prima sigue en el pueblo de la costa porque una enfermedad le impide hacer una vida normal. La enferma es la Tsugumi del título, y tiene todas las características de una heroína de novela inglesa del siglo XIX: la muerte inminente a causa de un mal no específico (Yoshimoto nunca da un “diagnóstico”, sólo apunta debilidad y fiebres), la belleza frágil, el romance intenso y una personalidad fuerte, decidida, algo tiránica. Justamente por eso, porque es un lugar común, el personaje de Tsugumi no logra fascinar; y si bien son hermosos los pasajes marinos de la novela, y son muy inquietantes los incompletos retratos de estas mujeres japonesas que viven entre la sumisión más absoluta y la incipiente liberación que se expresa como una gran angustia, hay algo decididamente convencional en Tsugumi, que no puede ir más allá de ser una novela amable y veraniega, construida con gran inteligencia y buen gusto, claro está. Tsugumi, la adolescente que vive sus meses de gloria agónica, tan romántica y malhumorada, no consigue esa palpitación verdadera que siempre tuvieron las mujeres de Yoshimoto. Y Tsugumi resulta decepcionante sobre todo porque Yoshimoto es una escritora capaz de tomar temáticas estereotipadas como “femeninas” (el enamoramiento, la familia, la cocina, o en esta novela el verano y la relación con el padre) y retorcerlas hasta hacerlas entrar en su peculiar mundo, siempre de superficie amigable pero con un interior oscuro, lleno de recovecos, nostálgico hasta la depresión. Aunque en esta novela se queda sólo en la superficie.
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