Domingo, 4 de enero de 2009 | Hoy
Una tesis universitaria que se fue ampliando a base de testimonios, reflexión y subjetividad: Experiencias del exilio.
Por Sergio Kisielewsky
Experiencias del exilio
Daniel Korinfeld
Del estante Ediciones
189 páginas
Si el destierro supone el peor de los castigos, los modos de pensarlo pueden ser también una apuesta fuerte. Más si se tiene en cuenta que el autor Daniel Korinfeld formó parte del grupo estudiado. El libro nació como tesis universitaria y fue por más, construido en su base más sólida en la expresión de jóvenes entre 15 y 20 años que hablan en un clima de intimidad sobrecogedora. Como si el golpe hubiera sido ayer y sus marcas continuaran segmentando el tono de voz. Todo ocurre durante el contexto del terrorismo de Estado, como signo indeleble que quedó en los jóvenes a partir de sentir en carne propia la represión. Los sucesivos capítulos dan lugar a que las voces cuenten cómo una generación entró a la política con una propuesta de cambio y modo de vida. Las cifras en este caso son algo más que un número. A los 500 campos de concentración, los 30.000 desaparecidos, miles de cesantes en sus puestos de trabajo y detenidos a disposición del Poder Ejecutivo, se suman los que fueron obligados a tomar el camino del exilio. Como lo define Korinfeld: un “tiempo de tentativas sin futuro”.
El corte se da en la mayoría de los casos durante la adolescencia, la separación con los vínculos primarios, la premura de no habitar el lugar de nacimiento pues corre peligro la vida misma. El autor da lugar a las voces del desarraigo: señala que hay una falta de reconocimiento social a la figura del exiliado. En ese marco la pluralidad de experiencias da lugar a un modo de narrar el pasado, de construir sentidos.
Las entrevistas se suceden y el pasado se abre como una puerta. El vaivén está en una casa de un barrio de Buenos Aires y en un tiempo concreto.
Por allí también están los padres aún jóvenes, las últimas conversaciones antes de partir, los tiempos que se van acortando; todo tamizado por la ética de la prudencia al preguntar por experiencias en situaciones difíciles.
“Yo vivía pero estaba muerta”, se señala, y se observa la falta de prescripción del impacto, el corte, la marca del dolor y, por momentos, la politización de una experiencia humana como forma de mitigar lo irreversible. El libro, entonces, comienza a generar algo único e irrepetible. La conversación entre Daniel y su hija de 15 años, los vínculos entre hermanas, el recomenzar en otro país por parte del sobreviviente.
“Me callé y algo se calló conmigo. La multitud, la marcha, el río” escribió María Negroni. El exilio toca con su aguijón de fuego mientras Korinfeld no deja nada librado al azar.
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